lunes, 10 de febrero de 2020

Soliloquios de un ratón

Los hombres me llaman ladrón y no se si tienen fundamento para decirlo. Hubo un tiempo en que yo vivía en el campo donde abundaba el alimento para mi familia y para mí.

Un día se aparecieron varios hombres, cavaron en mis terrenos y sembraron semillas. Estos hombres destruyeron mi hogar y mataron a mis hijitos, diciendo que aquel campo y sus frutos eran suyos. Yo creía que me pertenecían a mí.

Ahora me veo obligado a vivir de lo que puedo encontrar cerca de la casa de esos hombres, y estoy seguro de que yo me como muchísimas cosas que a ellos no les importa conservar. Los hombres dicen que soy muy molesto y por la noche ponen trampas para cogerme.

Recuerdo que una vez caí en una trampa, en la cual quedé cogido por una pata y donde estuve muchas horas sufriendo agonías indecibles por el dolor y el miedo. Desde entonces estoy cojo. Hay otra trampa que no hace daño al principio. Esta trampa tiene una puertecita que se abre con mucha facilidad para entrar en ella, y luego se encuentra usted en una casa de alambre de la que no ses posible escapar. Allí se muere uno de hambre a no ser que alguna alma compasiva acabe con la vida del desdichado prisionero.

Si es que estamos condenados a que nos cojan en trampas, deseamos que se ponga término, sin martirio, a nuestros sufrimientos enseguida que tengamos la desgracia de caer en una de ellas.

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