martes, 11 de febrero de 2020

El cuento de David

Un hombre llamado David se encontraba un día paseando a orillas de un río. Al otro lado de un recodo cercano se oía de vez en cuando salpicar el agua. David refunfuñando algunas palabras. De pronto sonaron varias voces y el agua cesó de salpicar. En este momento apareció un muchacho por entre los matorrales.

- ¿Qué hay, Samuel? - dijo David sorprendido.
- Que estoy indignado - respondió Samuel en un tono que revelaba cólera -. Un muchacho me ha echado a perder toda la diversión; y ahora no tengo nada en que entretenerme.
- ¡Qué lástima! ¿Cómo ha sido eso? -preguntó David
- Yo estaba tirando piedras a la rana más grande que he visto en mi vida, y ese muchacho vino y la espantó.
- ¿Qué más? -preguntó David con indiferencia.
- Me dijo que yo era un cobarde.
- ¡Y lo eres efectivamente! -exclamó David-. El cobarde más cobarde que yo he conocido.

Samuel se sentó en una roca a considerar el pobre concepto que parecía merecerle a David. Cuanto más ensimismado se encontraba el muchacho, vio a David sacar un pez del agua y matarle con un golpe en la cabeza.

- ¿Por qué le pegas a ese pescado? -preguntó Samuel, que se alegraba de poder cambiar la conversación.
- Para evitar que sufra -Replicó David en tono áspero.
- ¡Qué! Los peces no sufren -observó Samuel.
- ¡Qué disparate! -repuso David -. ¿No le viste agitarse? Sí. ¿Por qué? Porque sufre al hallarse fuera del agua. Lo he cogido para comérmelo, y lo menos que debo hacer es evitarle todo sufrimiento innecesario. ¿Qué te dijo aquel muchacho acerca de las ranas?
- Pues me dijo que las ranas servían para algo en el pantano.
- Efectivamente es así. Cuando crecen se comen las hierbas podridas y la basura, cosas que serían un peligro para nuestra salud si permaneciesen en el agua estancada. ¿Qué más te dijo?
- Me dijo que eran muy bonitas.
- Eso es verdad también - dijo David -. Ese muchacho sabe mucho. Las ranas son, además de bonitas, inofensivas. ¿Has sabido de alguna rana que le haya hecho daño a alguien? Pues no se puede decir lo mismo de los muchachos.

Samuel guardó silencio por un instante, y luego repuso:

- Las ranas no saben mucho:

David se volvió rápidamente y, mirando a Samuel cara a cara, le dijo:

- ¡Esa sí que es buena! ¿Quién te ha dicho eso? En primer lugar, si la ignorancia fuera una excusa para atormentar a un ser viviente, yo podría ahora martirizarte a ti por un rato: pero afortunadamente no es así. A nadie se le ocurriría preguntarte lo que sabes antes de mostrarse bondadoso contigo. Te equivocas si crees que las ranas son estúpidas. Observa con qué perfección nadan y bucean. Yo he estado aprendiendo a bucear como ellas todo el verano y todavía no sé. Las ranas nunca se tiran al agua sin poner las manos por delante, como le ocurre a algunas personas. Yo enseñé a una rana a que viniera a comer en mi mano; y te aseguro que esto era en el animalito un acto de valentía tanto como de confianza, pues ella sabía tan bien como tú, lo que hubieran hecho algunos muchachos de mal corazón.

Samuel bajó la cabeza lleno de vergüenza.

- Pero aún hay más -continuó David-. Cuando tengas que matar a algún animal, hazlo lo más pronto que puedas; no le dejes sufrir ni un instante. No hay nada que justifique la mitad de lo que se sufre en este mundo.

Samuel se quedó pensativo después de las últimas palabras de David, y pasado un rato, dijo a éste:

- ¿Quieres llevarme a pesar esta tarde?
- No, no quiero -contestó David enfáticamente -. Yo no voy a pesar para divertirme, y ya he cogido todo lo que necesito por ahora.
- Entonces, ¿podré ir a nadar contigo? -insistió Samuel.
- Eso si -respondió Davie en tono cordial-. Veremos si podemos nadar mejor que las ranas, aunque no lo creo; pero de todos modos trataremos.
- Bueno, entonces hasta luego -dijo Samuel, levantándose y emprendiendo la marcha hacia su casa. No habría el muchacho andado cinco metros, cuando se detuvo y, volviéndose hacia donde estaba David, le gritó:
- Oye, David, nunca más volveré a tirar piedras a las ranas -y continuó su camino.

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