viernes, 13 de abril de 2012

Al amor de la lumbre

Carlos Pezoa Véliz

Junto a las grutas de las quebradas
donde las aguas alborotadas
charlan de asuntos sin ton ni son
hay una casa de corredores
donde hay palomas, tiestos con flores
y enredaderas en el balcón.

Es una casa de tres ventanas
donde la madre luce sus canas
como argumento de algo gentil,
y unos modales llenos de gracia
que hacen más grave la aristocracia
del aire místico y señoril.

Si fuera cosas de tiempo antiguo,
más de una oda de metro exiguo
hubiera escrito Fray Luis de León,
sobre la dama de blanco pelo,
sobre las dichas que allá en el cielo
tendrán los buenos de corazón.

Y en verdad, digna es de verso y prosa,
blanca mesa, la blanca loza,
la porcelana de albo matiz,
los cuchicheos, los tenues corros
y el agua alegre que salta a chorros
por una enorme llave matriz.

***

La madre cose; la joven piensa;
la chica enreda su obscura trenza;
los grandes hurgan temas de amor,
y si a la larga se ponen tristes,
el más alegre cuenta unos chistes
que a todos ponen de buen humor.

Mientras las flores pueblan la mesa
y la bandeja de plata gruesa
y las cajitas donde hay café,
en cuyas clásicas etiquetas
hay unos chinos que hacen piruetas
sobre cajones llenos de té.

***

En las heladas tardes de invierno
se lee libros de arte moderno
o alguna charla de Pedro Gil;
oye la dama de pelo cano,
callado el viento, callado el piano,
o Paderewski sobre el atril…

Cuando en las noches hay aguaceros,
niños y gatos junto al bracero
oyen La Lámpara de Aladín;
cuentos de negros duchos en bromas,
niñas que un hada volvió a palomas
o gigantones con piel de espín.

… Suenan las doce; la madre reza;
hay en los cielos mucha tristeza,
debajo de un vaho sentimental,
mientras que enfermas de hipocondría
cantan las ranas su letanía
allá en la orilla del manantial.

Sueñan los niños que allá en la gloria,
hay una inmensa preparatoria
donde Dios hace de preceptor;
y que en las clases, de traje blanco,
a cada uno pone en el banco
una corneta con un tambor.

Nuestros indios

(Del “Grafismo animalista en el hablar del pueblo chileno”, por Oreste Palth”)

El indio araucano, por superposición o sentido mágico, se adornaban con plumas de aves de rapiña, colas de plumas; creía que con estos amuletos adquiría su destreza, su velocidad.
Los moscardones y otros insectos, eran, según ellos, la posible encarnación de los jefes muertos.
Las mujeres, prontas a ser madres, se distanciaban de la ruca e Ibáñez lejos acompañadas de otra. Nacido el niño, la madre se metía en el agua. Entretanto, la compañera mataba un corderito nuevo o, más ordinariamente, una gallina, con cuya sangre rociaba la casucha para que el niño fuera portador de suerte.
Entre los araucanos, el apellido derivaba del tótem del grupo sanguíneo, y era casi siempre el nombre de algún animal, ave, pez u otro ser viviente, o, lo que era más común, de alguna fuerza o aspecto de la naturaleza. Los apellidos más corrientes eran los que, traducidos al castellano, significaban: traro, águila, avestruz, cóndor, culebra, león, etcétera.
El Padre Rosales, comentando este hecho, dice que “los nombres, desde tiempos inmemoriales, significaban animales o cosas, acompañados de la cualidad o acción: marihuán, diez guanacos; nahueltripai, salió el tigre; cachuñameu, aguilucho colorado”, etc. Esta costumbre de aplicar sobre nombres de animales establecía en la antigüedad ciertos parentescos y castas entre los indios, costumbre que ha provenido de los pueblo bárbaros, de creer que los animales, como el tigre, el león, el guanaco, etc., simbolizan un genio bueno que preside a una familia.

El Águila y el Gato

El Águila dijo al Gato: “Yo soy célebre,
con mi nombre y mi fama, yo me río
del mundo entero, porque son los hombres
admiradores de mi poderío”.
 Y respondió el Gato: “No lo dudo, pero yo, que me paso en la cocina, sé que el hombre, en verdad, admira al Águila, pero en el fondo… prefiere a la gallina”.

El espantapájaros

Creo que soy el único hombre que no come, no bebe, no habla, no camina y no duerme.
Realizo una tarea importante: cuido lo sembrado, evito que los pájaros devoren las semillas depositadas en la tierra y en las pequeñas plantas.
Aguanto a pie firme el frío, el sol, la helada, la lluvia y nada se me paga por mi trabajo.
Los pájaros me respetan y me temen. Algo feo me dicen desde lejos; pero ninguno se aproxima donde estoy yo.
A pesar de todo, ¡fíjense en mi ropa!... ¡Me visten con la que ya no sirve para nadie! ¡Díganme si no es vergonzoso, para un hombre que trabaja, usar este sombrero!