sábado, 6 de octubre de 2012

Es preciso trabajar para comer

Escarbando la tierra una gallina
un granito de trigo descubrió.
- ¿Quién sembrará este grano?, preguntóles
a una rata, a un pato y a un lechón.
- Yo no, dijeron todos al momento.
- Bien, dijo la gallina, lo haré yo.

Cuando estuvieron en sazón los granos:
- ¿Quién querrá recogerlos?, preguntó.
- Yo no, dijeron todos al momento.
- Bien, dijo la gallina, lo haré yo.

Una vez que estuvieron recogidos:
- ¿Quién los quiere moler?, les preguntó.
- Yo no, dijeron todo al momento.

- Bien, dijo la gallina, lo haré yo.

Cuando estuvo la harina preparada:
- ¿Quién hará un bizcochito?, preguntó.
- Yo no, dijeron todos al momento.
- Bien, dijo la gallina, lo haré yo.

Y cuando estuvo a punto el bizcochito:
- ¿Quién lo quiere comer?, preguntó.
- ¡Yo! ¡Yo!, dijeron todos al momento.
- ¡No!, dijo la gallina, lo haré yo.

El Zorzal y la Zorra

(Cuento del folklore nacional)

Para saber y contar y contar para saber; pan y harina para las hijas de doña Catalina; pan y afrecho para la señora Quecho, pan y mitá para la señora pelá.

Me iré por esta orilla haciéndome varilla; me iré por el rincón haciéndome el tontón, me iré por el patio haciéndome latio; me iré por el cogollo haciéndome rollo; me iré por la quincha haciéndome huincha.

Han de saber que éste era don Santander, casado con su mujer, y ahora aprovecho la atención para decirles este bando: que todos los aquí presentes se han de morir escuchando.

Esta era una zorra que estaba un día al pié de una mata de avellano, escuchando embelesada el canto de un zorzal que estaba parado en la copa de la misma mata.

- ¡Qué bien canta usted, señor Zorzal! -dijo la zorra- ¿No podría enseñarme a cantar a mi?

- Sí, podría -contestó el zorzal, que era muy cumplido con las señoras-. Pero es el caso que tengo entendido que es usted lo que se llama una bribonaza, una pícara y una desleal y... temo que me coma.

-¡No, compadrito! -exclamó la zorra haciéndose la desentendida-. ¡Si me enseña a cantar, le pago cinco docenas de lombricitas tiernas!

El zorzal se sentó y le dijo:

- Está bien, comadrita. Venga a verme mañana bien de madrugada, me trae una aguja y una hebra larga de cáñamo y yo le enseñaré a cantar.

Al otro día, de alba, llegó la zorra con la aguja y la hebra de cáñamo. El zorzal estaba cantando.

- ¿Me trajo la hebra de cáñamo, comadre? -le preguntó a la zorra, en cuanto la divisó.

- Sí, compadrito -contestó ésta.

Bajó entonces el zorzal, tomó la aguja y el cáñamo y se puso a coserle el hocico.

Lloraba de dolor la zorra y el zorzal, cose que cose, le decía:

- Aguante, comadre, si es por un ratito.

- Si no lloro, compadrito, me estoy haciendo la que lloro nomás.

Cuando el hocico de la zorra quedó cosido, casi completamente y sólo le quedaba libre un pequeño portillo, le dijo el zorzal:

- Silbe, comadre, silbe largo.

La zorra hizo: fffi, fffi...

- Todavía no está bien -dijo el zorzal- y le achicó otro poquito el portillo.

Entonces la zorra hijo: fffi, fffi, fffí...

- Ahora está bien, comadre.

Pagó la zorra las lombrices ofrecidas y, a pesar del dolor que sentía en el hocico, pensaba, muy contenta: ¡Cómo voy a cazar perdices! Me pongo a cantar solamente y ellas, creyéndome zorzal, se me acercarán mansitas.

Así pensando, echó a caminar por un rastrojo. De repente, fi-fi-fi-fi-fi-fi... saltó una perdiz, tamaño de gorda.

Y la zorra, al asustarse, gritó con todas sus fuerzas: ¡Guaaa! Y se le descoció la boca. Rabiosa por su fracaso, dijo:

- Lo que pasa, es que este maldito zorzal me ha engañado y me ha cosido mal. Yo misma me la voy a coser ahora.

Y por eso es que la zorra se entra a las bodegas en busca de látigos de cuero, para ver si puede coserse el hocico.