viernes, 3 de abril de 2020

El Brahamn, el tigre y el chacal

Leyenda hindú adaptada por Herminio Almendros

Una vez, al pasar un brahmán por unpueblo de la India, vio a la vera del camino una gran jaula de bambú donde se revolvía furioso un tigre que los campesinos habían cazado en una trampa.

Al ver al brahmán, dijo el tigre con voz lastimera:

- ¡Hermano brahmán, ábreme la puerta y déjame salir a beber agua! ¡Tengo sed y no me han puesto agua en la jaula!

- Si te abro la puerta, hermano tigre, temo que después quieras devorarme como a los carneros de los rebaños -dijo el brahmán.

- ¿Cómo puedes haber pensado tal cosa? -añadió el tigre-. ¿Me crees capaz de una acción tan baja? Anda, déjame salir tn sól un momento para beber un sorbo de agua, hermano brahmán. Yo te mostraré mi agradecimiento.

Abrió mi brahmán la puerta de la jaula,  y el tigre, al verse en libertad, saltó sobre él para comérselo.

- ¡Hermano tigre!, ¡hermano tigre!, ¡espera! Me has prometido que no me harías daño alguno. Lo que quieres hacer ahora no es noble ni es justo.

- Eso no me importa -dijo el tigre-. Voy a devorarte porque a mi me parece muy justo y puesto en razón.

Tanto suplicó el brahmán, que al fin convenció al tigre de que esperara hasta oír el parecer de los tres primeros caminantes con quienes toparon.

El primero que encontraron fue un búfalo que estaba tendido al borde del camino.

El brahman se detuvo y le dijo:

- Hermano búfalo, ¿a ti te parece justo noble que el tigre quiera devorarme, después que acabo de librarlo de una jaula donde estaba encerrado?

El búfalo levantó la vista con tristeza y dijo lentamente:

- Cuando yo era joven y fuerte, mi amo me hacía trabajar sin descanso. Ahora que soy viejo y débil, me abandona para que muera aquí mismo de hambre y de sed. Los hombres son muy ingratos. Si el tigre se comiera al brahmán haría una obra de justicia.

El tigre saltó furioso sobre el brahmán, pero este gritó:

- ¡No!, ¡no!, ¡espera!, aún tenemos que consultar a otros dos.

Poco después vieron un águila que planeaba el vuelo a poca altura sobre sus cabezas, y el brahmán le gritó:

- ¡Hermana águila!, ¡hermana águila!, dinos si te parece justo que este tigre quiera comerme, después que lo he librado de un terrible encierro.

El águila descendió y dijo:

- Yo pensaba mi vida entre las nubes y no hago daño a los hombres, pero los hombres me disparan flechas y matan a mis hijos cuando encuentran mi nido. Los hombres son una raza cruel. Yo creo que el tigre hará bien si se come al brahmán.

El tigre se abalanzó sobre el brahmán. El brahmán gritó:

- ¡No!, ¡no!, espera, hermano tigre. Ésta es la segunda vez que consultamos, y hemos convenido en que pediríamos tres pareceres. Todavía falta uno.

El tigre, aunque rezongando, continuó el camino con el brahmán.

Al poco rato encontraron un chacal que caminaba alegremente.

El brahmán se acercó a él y le dijo:

- Hermano chacal, ¿qué te parece?, ¿encuentras justo que el tigre quiera devorarme, después que lo he librado de una jaula?

- ¿Cómo dices? -preguntó el chacal.

- Digo -repitió el brahmán en alta voz-, si tú crees noble y justo que el señor tigre quiera devorarme, cuando yo mismo le he ayudado a salir de una jaula donde estaba encerrado.

- ¿De una jaula? -repitió el chacal, como distraído.

- Sí, sí, de una jaula. Yo mismo le abrí la puerta. Ahora queremos saber tu opinión...

- ¡Ah! ya -dijo el chacal-. Quereís saber mi opinión. En este caso tenéis que contármelo todo con claridad, pues yo soy un poco torpe y no entiendo bien las cosas. vamos a ver, ¿de qué se trata?

- Mira -comenzó el brahmán-, iba yo por un camino, cuando vi al tigre que estaba encerrado en una jaula. Entonces me llamó...

- ¡Huy!, ¡Huy!, ¡Huy! Si empiezas una historia tan larga -dijo el chacal- no te entenderé una sola palabra. Tienes que explicármelo mejor. ¿A qué jaula te refieres?

- A una jaula ordinaria; una jaula de bambú -respondió el brahmán.

- Bueno, pero eso no asta. Sería mejor que yo viera esa jaula, y así comprendería bien lo que he pasado.

Desanduvieron el camino y llegaron los tres al sitio donde estaba la jaula.

- Ahora, vamos a ver -dijo el chacal-. ¡Dónde estas tú, hermano brahmán?

- Aquí mismo, en el camino.

- ¿Y tú, hermano tigre?

- Yo, dentro de la jaula -, respondió el tigre, ya enfadado y dispuesto a comerse a los dos

- ¡Oh! dispense, señor tigre - dijo el chacal -. Soy torpe y no puedo darme exacta cuenta de todo esto. A ver, permítame, ¿como estaba usted en la jaula?, ¿en qué posición?

- Así, ¡torpe! -dijo el tigre saltando dentro de la jaula-. En este rincón y con la cabeza vuelta hacia allá.

- ¡Ah, sí, sí!; ya comienzo a comprender. Pero, ¿por qué no salía de ahí? -preguntó el chacal.

- ¡No ves que la puerta estaba cerrada! -rugió el tigre.

- ¡Ah!... la puerta estaba cerrada. Y ¿cómo estaba, cómo estaba cerrada? -siguió diciendo el chacal.

- Asi -dijo el brahmán cerrando la puerta.

- Pero no veo cerradura -añadió el chacal. Bien podía haber salido.

- Es que hay un cerrojo -dijo el brahmán, corriendo el cerrojo.

- ¡Ah!, vamos, hay un cerrojo. Ya veía yo que había un cerrojo -dijo burlón el chacal viendo ya encerrado al tigre.

Y dirigiéndose al brahmán, añadió:

- Ahora que la jaula está cerrada, le aconsejo, amigo mío, que la deje como está. Y usted,, señor tigre, ya puede estar tranquilo, que pasará algún tiempo sin que haya quien se atreva a devolverle la libertad.

Luego, volviéndose al brahmán, le hizo un gracioso gesto y marchó camino adelante.

miércoles, 12 de febrero de 2020

Mambrú

Cantares de Chile, Versión de Mario Baeza.
Profesor y director de coros polifónicos de notables condiciones, y autor del Cancionero Escolar, Cantares de Chile, y de otras obras de su especialidad.
En las palabras preliminares de Cantares de Chile, dice: "Algunas de estas canciones fueron escritas por gente que tú y yo conocemos. Otras son herencia de muchos hombres y mujeres olvidados de quieres nadie sabe cómo fueron. Cantares iguales o muy semejantes a éstos se dicen en otros sitios de América... Son aguas que viene de un surtidor común orillando huertos vecinos"... "Ese cantar, el tuyo, el mío y el de todos, nos hará sentirnos tan amigos, como el estero es hermano gemelo de los pájaros". 

Un niño en Francia
muy bello y sin igual
por no tener padrinos,
Mambrú se va a llamar.

Mambrú creció muy luego,
casarse quiere ya,
con una hermosa niña
nacida en Portugal.

Diez duques y marquesas
lo van a acompañar.
En la noche del baile,
lo llama un oficial.
En la mano le pone
un mensaje real.
Mambrú que lo ha leído
se tuvo que embarcar.

Llevaba en su casaca
la rosa de un rosal:
recuerdo de su esposa
que tuvo que dejar.

Mambrú se fue a la guerra,
no se cuándo vendrá;
¿será para la Pascua
o pa' la Trinidad?

La Pascua ya se ha ido,
también la Trinidad;
sube, niño, a la torre
por ver si viene ya.

Ahí viene un palomito,
¿qué nuevas traerá?
- Las nuevas que yo traigo
dan ganas de llorar.

Mambrú murió en la guerra,
lo traen a enterrar
en una barca blanca
que viene por el mar.

Aquí acabó la historia:
Mambrú descansa ya
en caja de terciopelo
con capa de cristal. 

La madre de los Gracos

Vivía en Roma una aristocrática y hermosa dama llamada Cornelia. Hubiera podido casarse con un rey, pero prefirió casarse con un honorable ciudadano romano. Su marido se llamaba Graco, y tuvo de él dos hijos, que fueron conocidos por los "Gracos".

Amábalos con pasión; educólos en virtud y nobleza y se propuso que fueran dignos ciudadanos de Roma.

Un día, recibió la visita de una elegante patricia que solo acertaba a hablarse de trajes y joyas, y que terminó por decirle:

- Ya sé que tenéis también joyas muy preciosas, ¿me las quiere enseñar?

Levantóse Cornelia, salió de la estancia y, al corto rato, reapareció llevando de cada manos a sus dos hijos ya mayorcitos.

- Estos -dijo- son las únicas joyas de que os he hablado.

Fueron aquellos hijos hombres heróicos, y toda roma reconoció que debían a su madre el ser tan valientes y justicieros. aún en vida se le levantó una estatua con esta inscripción.

A CORNELIA, madre de os Gracos.

¡Gran destino es ser madre de hombres heróicos! El nombre de Cornelia vivirá siempre y sus famosos hijos son recordados por haber tenido una madre tan noble y tan buena, que hizo de ellos lo que fueron: hombres célebres.

Así, las madres de todos los tiempos que abrazan con amor los deberes maternales, hacen de sus hijos valores reales, que a su vez, continuando la cadena cuyos eslabones empiezan en la madre, prosiguen dando a la Patria, al hogar y a la sociedad mujeres tan augustas como Cornelia, y hombres tan extraordinarios como los Gracos.

La camisa del hombre feliz

Hace muchísimos años vivía un rey que era muy desgraciado y que de tanto sufrir cayó enfermo; los médicos no sabían qué enfermedad era, pero el mago de la corte dijo que la única manera  de salvar al rey sería ponerle la camisa de un hombre feliz.

Salieron, entonces, emisarios a todas partes, para buscar un hombre feliz, mas ese hombre no aparecía en ninguna parte, hasta que un día, ya desesperados, el primer ministro y el mago del palacio se sentaron a descansar bajo un árbol. Sintieron cantar, se asomaron y vieron dentro de una gruta a un hombre que, al parecer, era inmensamente feliz. El primer ministro con el mago entraron, decididos a preguntarle por qué estaba tan contento.

- Dime, buen hombre -le dijo el primer ministro- ¿por qué estás tan contento?
- Porque soy un hombre feliz -le respondió.
- ¿Siempre te hallas así tan feliz? -preguntóle el mago.
- Sí -contestó el hombre- soy feliz porque no tengo ninguna preocupación. ¡Sí, soy feliz! ¡Muy bien!
- Entonces ya salvamos al rey, dijo el primer ministro, y dirigiéndose al hombre, le expresó: -haznos el favor de darnos tu camisa; el indispensable par que sane el rey.
- Oh, señor -repuso el hombre- yo se la daría con mucho gusto, pero ¿saben? yo no uso camisa.

¡El único hombre feliz del reino no tenía camisa!

Lombrices y culebras

Las pequeñas lombrices que se arrastran por el jardín o que van de un lado a otro, minando la tierra suelta, parecen animales comunes e insignificantes, y sin embargo, son de la mayor utilidad al hombre, ajeno por lo general del bien que reportan.

Si no existieran las lombrices, nos sería difícil vivir. A ellas se debe el que la yerba crezca para que sirva de pasto al ganado, y que la huerta produzca hortaliza para nuestro sustento.

Mucho antes de que a nadie se le ocurriera construir un arado, las lombrices hacían el beneficio de romper los grandes terrones en los campos de cultivo. Estos animalitos no tienen ojos, antenas ni patas, pero tienen en cada anillo de los que forman su cuerpo, cuatro pares de cerdas que les sirven para moverse.

Por los hoyos que las lombrices hacen en el terreno, para aire que seca la humedad y permite que las raíces de las plantas se conserven en buen estado.

Las lombrices prestan aún otro servicio. Convierten el terreno empobrecido en fertilísima tierra vegetal, y esto lo hacen tragándose tierra y hojas secas, que expelen más tarde.

La tierra, al salir del cuerpo de la lombriz, cae formando montoncitos, que el viento y la lluvia esparcen luego por el campo. En una huerta se ven cientos de estos montoncitos, mediante los cuales la superficie laborable se transforma constantemente en magníficos terrenos de labor.

Ni hay hortelano que pueda transformar la tierra virgen en tierra vegetal tan bien como lo hacen las lombrices.

Hay algunos animales que causan general repugnancia y cuya presencia se elude, porque no son agradables a la vista. Pero esto es, las más de las veces, predisposición contra ellos, pues un detenido estudio de los mismos revela bondades y bellezas que habían pasado inadvertidas. Existe una antipatía general y hasta cierto punto absurda, en contra de las culebras, causante para ellas de un sufrimiento injustificado. el temor que se tiene a estos animales es tan común que, para muchas personas, chicas y grandes, un paseo por el bosque no sólo deja de ser un placer, sino que es considerado como un gran peligro, por miedo a las culebras.

Las culebras chilenas son inofensivas y prestan buen servicio, pues matan insectos dañinos. En ver de temblar de terror a la vista de una culebra, obsérvesele y estúdiensele con detención, y pronto se querrá saber por qué se arrastran tan de prisa, qué come y dónde vive. Así, observándola, se vendrá al conocimiento de que la culebra es en todo diferente a la lombriz. Pertenece a una familia distinta, pero es tan inocente e inofensiva como aquélla. Las culebras, como todos los reptiles, desean que su liberad no sea coartada, que las dejen arrastrarse sin impedimentos por entre las yerbas, y si alguna se desliza sobre el pie o la mano de una persona, no hay que temer, porque no hará daño.

martes, 11 de febrero de 2020

El volantin

Cleophas Torres de Perry

Educadora, escritora y poetisa chilena contemporánea.

Con unos maderos de caña flexible
armazón liviana y firme le di.

Papel satinado de cuatro colores
fue el ropaje claro que lo vestí.

Los mismos tirantes que lo atan a tierra
son los que aseguran su vuelo triunfal.

Con mano nerviosa desenrollo el hilo
e inflado su pecho empieza a volar.

Alterna con nubes y pájaros, vuela
como si quisiera llegar hasta el sol,
y en las vibraciones del hilo yo siento
que canta los cielos en mi corazón.

Y cuando el ocaso enciende sus fuegos,
brillan los colores de mi volantín,
como un picaflor que pasa libando
las flores de inmenso y alado jardín.

En las noches dejo la ventana abierta,
y nimbados de astros soñamos los dos,
que subiendo juntos por el cielo inmenso
por rutas de estrellas llegamos a Dios. 

El compañero de viaje

"¿Es este el camino del lugar?", preguntó un perro joven a un zorro muchacho que tomaba el sol entre las matas. "Si, éste es, le respondió el zorro, y como he descasado bastante y voy también al mismo pueblo, quiero acompañarle". "Tome usted la derecha". "No le permito; soy más joven". "Usted es forastero; ¿quién diría de mi las gentes?".

El perro no se atrevió a replicar, y así atravesaron por delante de un bosque situado a la derecha del camino. Un poco más allá vieron otro bosque hacia la izquierda, y dijo el zorro, deteniéndose: "He reflexionado y tenía usted razón; soy el más viejo y podrían criticarle a usted por cederme la derecha":

Así atravesaron el bosque hasta encontrar otro grupo de árboles al lado opuesto. Entonces el zorro hizo una parada, y dijo, con mucha convicción:

- ¡Alto! No pasaré de aquí si no vuelve usted a ponerse a mi derecha. En este país hay mucha etiqueta y me desollarían si no le cedo el sitio preferente. ¿Y que dirían de mi? Usted va de paso y yo me quedo... Volvieron a caminar, y el zorro marchaba al compás del compañero, resguardado por su cuerpo y encogiendo mucho el rabo, cuando sonó un disparo entre los árboles. El zorro desapareció, mientras el perro, con la pata rota, lanzaba lastimosos aullidos.

- ¡Calle!, es un perro, dijo un cazador: pero yo he visto un rabo de zorro.
- Era el de mi compañero de viaje -contestó el perro, entre ladridos, y contó la aventura al hombre-. Ven a casa a curarte -dijo este- pero que esto te sirva de lección y que no olvides nunca que más vale ir solo que mal acompañado...

El cuento de David

Un hombre llamado David se encontraba un día paseando a orillas de un río. Al otro lado de un recodo cercano se oía de vez en cuando salpicar el agua. David refunfuñando algunas palabras. De pronto sonaron varias voces y el agua cesó de salpicar. En este momento apareció un muchacho por entre los matorrales.

- ¿Qué hay, Samuel? - dijo David sorprendido.
- Que estoy indignado - respondió Samuel en un tono que revelaba cólera -. Un muchacho me ha echado a perder toda la diversión; y ahora no tengo nada en que entretenerme.
- ¡Qué lástima! ¿Cómo ha sido eso? -preguntó David
- Yo estaba tirando piedras a la rana más grande que he visto en mi vida, y ese muchacho vino y la espantó.
- ¿Qué más? -preguntó David con indiferencia.
- Me dijo que yo era un cobarde.
- ¡Y lo eres efectivamente! -exclamó David-. El cobarde más cobarde que yo he conocido.

Samuel se sentó en una roca a considerar el pobre concepto que parecía merecerle a David. Cuanto más ensimismado se encontraba el muchacho, vio a David sacar un pez del agua y matarle con un golpe en la cabeza.

- ¿Por qué le pegas a ese pescado? -preguntó Samuel, que se alegraba de poder cambiar la conversación.
- Para evitar que sufra -Replicó David en tono áspero.
- ¡Qué! Los peces no sufren -observó Samuel.
- ¡Qué disparate! -repuso David -. ¿No le viste agitarse? Sí. ¿Por qué? Porque sufre al hallarse fuera del agua. Lo he cogido para comérmelo, y lo menos que debo hacer es evitarle todo sufrimiento innecesario. ¿Qué te dijo aquel muchacho acerca de las ranas?
- Pues me dijo que las ranas servían para algo en el pantano.
- Efectivamente es así. Cuando crecen se comen las hierbas podridas y la basura, cosas que serían un peligro para nuestra salud si permaneciesen en el agua estancada. ¿Qué más te dijo?
- Me dijo que eran muy bonitas.
- Eso es verdad también - dijo David -. Ese muchacho sabe mucho. Las ranas son, además de bonitas, inofensivas. ¿Has sabido de alguna rana que le haya hecho daño a alguien? Pues no se puede decir lo mismo de los muchachos.

Samuel guardó silencio por un instante, y luego repuso:

- Las ranas no saben mucho:

David se volvió rápidamente y, mirando a Samuel cara a cara, le dijo:

- ¡Esa sí que es buena! ¿Quién te ha dicho eso? En primer lugar, si la ignorancia fuera una excusa para atormentar a un ser viviente, yo podría ahora martirizarte a ti por un rato: pero afortunadamente no es así. A nadie se le ocurriría preguntarte lo que sabes antes de mostrarse bondadoso contigo. Te equivocas si crees que las ranas son estúpidas. Observa con qué perfección nadan y bucean. Yo he estado aprendiendo a bucear como ellas todo el verano y todavía no sé. Las ranas nunca se tiran al agua sin poner las manos por delante, como le ocurre a algunas personas. Yo enseñé a una rana a que viniera a comer en mi mano; y te aseguro que esto era en el animalito un acto de valentía tanto como de confianza, pues ella sabía tan bien como tú, lo que hubieran hecho algunos muchachos de mal corazón.

Samuel bajó la cabeza lleno de vergüenza.

- Pero aún hay más -continuó David-. Cuando tengas que matar a algún animal, hazlo lo más pronto que puedas; no le dejes sufrir ni un instante. No hay nada que justifique la mitad de lo que se sufre en este mundo.

Samuel se quedó pensativo después de las últimas palabras de David, y pasado un rato, dijo a éste:

- ¿Quieres llevarme a pesar esta tarde?
- No, no quiero -contestó David enfáticamente -. Yo no voy a pesar para divertirme, y ya he cogido todo lo que necesito por ahora.
- Entonces, ¿podré ir a nadar contigo? -insistió Samuel.
- Eso si -respondió Davie en tono cordial-. Veremos si podemos nadar mejor que las ranas, aunque no lo creo; pero de todos modos trataremos.
- Bueno, entonces hasta luego -dijo Samuel, levantándose y emprendiendo la marcha hacia su casa. No habría el muchacho andado cinco metros, cuando se detuvo y, volviéndose hacia donde estaba David, le gritó:
- Oye, David, nunca más volveré a tirar piedras a las ranas -y continuó su camino.

La mayor grandeza

Los hombres buenos han tenido siempre un especial cuidado en honrar a sus padres y en ensalzar muy singularmente a la madre, que es, sin duda, la que en el hogar se somete a los mayores sacrificios en bien de sus hijos.

Abraham Lincoln fue en su juventud un humilde leñador; pero supo instruirse en los ratos que le dejaba libre su trabajo, y su fama de hombre de buen sentido, de rectitud y probidad, extendiéndose mientras la fortuna le conducía desde su oficio humilde, a la Presidencia de la República de los Estados Unidos de Norteamérica.

Lincoln contribuyó eficazmente, inspirado en sus cristiano espíritu de justicia, a la abolición de la esclavitud y a la paz de su patria, alterada por la guerra civil más espantosa que pueda concebirse.

Conquistó así la gloria más pura, la que procede de la estimación de sus contemporáneos.

Cuando sus amigos, orgullosos de su encumbramiento, le llamaban grande hombre y libertador, les respondía:

- A todos los elogios que de mí hacéis, prefiero uno que yo estimo como la mayor grandeza: decid que siempre he procurado ser un buen hijo. En esto estriba todo mi mérito y cuanto supe hacer. Tuve la mejor y más buena de las madres y procuré siempre su consuelo. Todo lo que soy, todo lo que pueda ser, a ella se lo debo.

lunes, 10 de febrero de 2020

Lo que cuenta el viento

R. V. A.

Sin ir más lejos, les voy a contar lo que hice ayer. andaba vagando un tanto aburrido por valles y entre cerros, cuando me dije -pues soy a veces un locuelo hablando solo- ¿por qué no te diviertes un poco? Dicho y hecho, cual lo pensé y lo hice. Me fui como jugando y silbando s poquito hacia los volantines que habían elevado unos chicuelos, y los soplé fuerte, hasta cortarles los hilos. ¡Pobres niños! Después me dio pena, ¡que cara pusieron cuando sus volantines, muy altos en el cielo, se alejaban con volteretas de adiós! En un colegio, sacudí la campana e hice terminar más temprano la hora de clase, y luego, al salir a la calle, les volé los sombreros de paja a unas colegialas; a un señor gordo y de mal genio, le arranqué su peluca. Por suerte para él, una señorita simpática y atenta logró cogerla y se la entregó. ¡Ah, pero no crean que continué, cual travieso rapaz con bromitas de tan mal gusto!, pues hice, horas después, algunas obras de caridad: Llevé el polen que necesitaban los árboles de muchos huertos; moví las aspas de unos molinos que estaban deseosos de que pasara como jugando entre ellos. Al atardecer, inflé las velas de una barca que, con ellas, desplegadas, hacía días estaba al pairo, lejos de la costa, esperando mi empuje. Y esa noche, amigos míos, pienso hacer las veces de pastor de la infinita pradera celeste: juntaré grandes piños de nubes grises para arrearlos hacia campos muertos de sed.

Santa María

Francisco Villaespesa

Poeta español (1878 - 1936), de gran popularidad en España y América.


Por los molinos y por las granjas
dando a los niños pan y naranja,
dicen los viejos de la alquería
¡que anda de noche Santa María!

Olor a rosas dejan sus huellas,
lleva un gran manto lleno de estrellas,
sopla en las ramas y brotan flores,
suspira y cantan los ruiseñores.

Su cabellera mana rocío,
y abre sendas de plata el río
para que pase por la ribera
sin que se moje sus pies siquiera.

Ronda de noche por los casales,
grana la espiga de los trigales,
y con sus manos llenas de luna
madura el fruto de la aceituna.

Y cuando pasa por los alcores
callan los perros de los pastores,
y meneando la larga cola,
¡cómo va triste, cómo va sola!...

Con sus hocicos negros y rudos
van a lamerle los pies desnudos.
Se inclina al lecho del moribundo,
y cuando lanza su adiós al mundo
recoge el alma y emprende el vuelo
¡hasta su hijo que está en el cielo!

Por los molinos y por las granjas,
dando a los niños pan y naranjas,
dicen los viejo de la alquería
¡que anda de noche Santa María!

Autobiografía del fútbol

Muchos se imagina que soy un deporte relativamente joven y de origen inglés, a juzgar por mi nombre, derivado de las voces foot, pie, y ball, pelota; pero, ¡oh!, cuan equivocados están. Los antiguos griegos ya me jugaban con ciertas modalidades y me asignaban el nombre de harpaston.

Me acuerdo, como si fuera ayer, ¡que prodigiosa es mi memorial!cuando los legionarios de Julio César me llevaron a Inglaterra, en donde fui practicado con entusiasmo, hasta que, en la Edad Media, viene en menos, porque, según decían, la rudeza con que era jugado perjudicaba el deporte del arco de tanta importancia para la guerra. Y así pasaron años y años, hasta que a mediados del siglo XIX volvi a florecer en Inglaterra, y esta vez, para reinar en casi todo el mundo y en auge constante.

El primer reglamento de mi juego se redactó el año 1863, y modernamente ha experimentado variaciones de importancia en cuanto a técnicas y prácticas de estrategia.

Tengo el orgullo de contarme entre los deportes más intensos y complejos, porque además de contribuir al desarrollo físico de los que me practican, colaboro a formarles personalidad, que consiste en el dominio de sí mismo y en la serenidad, justicia y caballerosidad que caracterizan a los verdaderos deportistas.

Más no sólo contribuyo al bien de los que me juegan, pues, por ser yo el deporte más popular, entretengo a las grandes masas que, alejadas de expansiones malsanas, me admiran en campos abiertos, acariciados por el aire y el sol.

Soliloquios de un ratón

Los hombres me llaman ladrón y no se si tienen fundamento para decirlo. Hubo un tiempo en que yo vivía en el campo donde abundaba el alimento para mi familia y para mí.

Un día se aparecieron varios hombres, cavaron en mis terrenos y sembraron semillas. Estos hombres destruyeron mi hogar y mataron a mis hijitos, diciendo que aquel campo y sus frutos eran suyos. Yo creía que me pertenecían a mí.

Ahora me veo obligado a vivir de lo que puedo encontrar cerca de la casa de esos hombres, y estoy seguro de que yo me como muchísimas cosas que a ellos no les importa conservar. Los hombres dicen que soy muy molesto y por la noche ponen trampas para cogerme.

Recuerdo que una vez caí en una trampa, en la cual quedé cogido por una pata y donde estuve muchas horas sufriendo agonías indecibles por el dolor y el miedo. Desde entonces estoy cojo. Hay otra trampa que no hace daño al principio. Esta trampa tiene una puertecita que se abre con mucha facilidad para entrar en ella, y luego se encuentra usted en una casa de alambre de la que no ses posible escapar. Allí se muere uno de hambre a no ser que alguna alma compasiva acabe con la vida del desdichado prisionero.

Si es que estamos condenados a que nos cojan en trampas, deseamos que se ponga término, sin martirio, a nuestros sufrimientos enseguida que tengamos la desgracia de caer en una de ellas.

El cuervo y el zorro

Álvaro Yunque

Escritor y poema argentino contemporáneo (n. 1893). En sus obras demuestra su amor a la infancia como su comprensión con las clases humildes.

Un cuervo comía en lo alto de un árbol un gran pedazo de carne fresca. Llegó un zorro y empezó a brindarles sus mejores alabanzas para hacerlo hablar y que soltara la presa. El cuervo, más astuto, luego de tragarse la carne, le dijo al zorro:

- No sigas, hermano zorro. No pierdas tu tiempo, y también he leído la fábula de La Fontaine.

La Reina es Así

E. Pongetti y J. Camargo, argentino

Sala ricamente amoblada. Su Majestad es una linda chica, más o menos de diez años. Luce en la frente una diadema de brillantes. Un collar de perlas da varias vueltas a su cuello. La cola de su vestido es enorme, contrastando con su pequeña figura.

Personajes:
Su Majestad, la Reina
El Príncipe Ministro
La Delegada
Otra Madre
Varios más (no hablan)

CUADRO ÚNICO

Cuando se levanta el telón, su Majestad desciende del trono y se pasea nerviosamente por la sala. Inmóvil, cubierto de medallas, el Primer Ministro, de pie, preocupado, sigue con la mirada los pasos nerviosos de la reina.

Primer Ministro: ¡Cuidado con la cola, Majestad! Ayer mismo, la condesa Blanca Jazmín tropezó con la cosa de su vestido y, al caerse, se rompió una pierna.

Su Majestad: La condesa Blanca Jazmín es muy torpe, y yo no lo soy. Parece que usted se ha propuesto fastidiarme. (Al pretender dar vuelta, pisa la cosa y cae).

Primer Ministro: (corriendo aflijido).  !Oh, Majestad¡, ¿no se lo dije? (Hace además de ayudarla a levantarse). ¿Se lastimó?

Su Majestad: ¡No me ayude! ¡Yo no necesito que nadie me ayude! ¡La culpa fue suya! ¡Si no hubiera hablando del tropezón de la condesa, yo no hubiese caído! ¡Hoy está usted insoportable!

Primer Ministro: (Intenta de nuevo ayudarla). ¡Perdón, Majestad... Permítame!...

Su Majestad: ¡No te lo permito! ¡Las reinas como yo se levantan solas! (Se pone el pie, ordena la cosa de su vestido y adopta un aire autoritario).  Dígame: ¿le parece que deb recibir a la comisión de madres del barrio pobre?

Primer Ministro: Si, Majestad. Su Majestad no debe ignorar que las madres del barrio pobre están tramando una revolución.

Su Majestad: ¡Una Revolución! ¡Y no me había dicho usted nada, sabiendo que tiemblo con sólo oír hablar de revolución! ¿Tiene usted en su bolsillo mi polvera... y el espejito?

Primer Ministro: Si, Majestad. (Saca del bolsillo una cajita y su espejo, que sostiene en la mano mientras la reina se empolva la cara). (Empolvándose): ¡Una revolución! ¿Ignora usted que sólo las revoluciones y los ratones me hacen temblar?... ¿Está bien así mi cara?

Primer Ministro: Su Majestad está preciosa.

Su Majestad: ¿Linda?

Primer Ministro: Lindísima.

Su Majestad: (Vanidosa). Tiene usted muchos defectos, pero una buena cualidad: sabe apreciar lo hermoso... Bien, que pasen esas madres.

Primer Ministro: Perfectamente, Majestad.

(Hace una reverencia y va retrocediendo hasta la puerta del foro. Sale. La reina se ubica en primer término de la escena, arreglando la enorme cola del vestido sus cabellos y el collar. Adopta un ademán majestuoso, y se mantiene inmóvil. Entra un grupo de niñas, pobremente vestidas. Cada una trae en sus brazos una muñeca desnuda. Al frente de ellas el Primer Ministro, quien hace una reverencia que es imitada por todas las niñas).

Primer Ministro: ¡La comisión de madres del barrio pobre, Majestad!

Su Majestad: Muy bien, Concedo la palabra a la jefe de la comisión. Puede hablar con entera libertad.

Delegada: (Saliendo del grupo, algo cohibida, con su muñeca desnuda en los brazos). ¡Majestad! Nosotras, madres del barrio pobre, no queremos que nuestras muñecas padezcan frío. Pedimos retazos al Ministro de Hacienda y nos contestó  que ya se habían agotado. ¡Y el invierno es cada vez más crudo! ¡Todas nuestras muñecas están ya engripadas!

Su Majestad: ¡Todas las muñecas engripadas! ¡Y el Ministro del Salud pública no me ha dicho nada! ¡Es inaudito! ¡Hoy mismo le pediré que renuncie!

Otra Madre: (Adelantándose): ¡Todas están con cuarenta y cinco grados de fiebre, Majestad! (Levantando una muñeca negra). La mía se ha puesto negra de tanto ardor... ¡Mírela, Majestad! (Desata el llanto, sus vecinas las consuelan)

Su Majestad: ¿La fiebre la ha vuelto negra? ¡Es alarmante, trágico! ¡Nunca ha ocurrido esto en mi reino!

Delegada: Es urgente una determinación, Majestad. Pronto va a nevar. Nuestras muñecas tiene una nariz roja, y esto anuncia nieve.

Su Majestad: ¡Si! Hay que proceder de inmediato. (Piensa con aire grave. Silencio profundo. Nerviosa). ¡Señor Ministro! ¡Saque de su bolsillo mis tijeras de uñas!

Primer Ministro: (con una tijerita en la mano). ¿Y ahora, Majestad?

Su Majestad: ¡Córteme la cola del vestido a la altura de las rodillas!

Primer Ministro: (Indeciso). ¡Pero!...

Su Majestad: ¡Córteme la cola! ¡Yo se lo ordeno! El Primer Ministro se acerca, se arrodilla y corta la cola del vestido. Las madres se aproximan lentamente, azoradas).

Primer Ministro: ¡Ya está. Majestad! ¡Le he cortado la cola!

Su Majestad: ¡Entréguesela a la jefe de la comisión! (A las madres): Vistan a sus muñecas con la cola del vestido real. Mandaré a cortar las colas de todos mis vestidos. Gobernaré con faldas cortas. ¡Pero las muñecas de mi reino nunca se morirán de frío!

(Aplausos frenéticos. Vivas a la reinas)

TELÓN

Levántate, Carmencita

Rafael Estrada, costarricense

Lévantate Carmencita,
mira que ya viene el alba.
¿No oyes la panderetas
de la mañana?
- ¿Qué son las panderetas?
- Son las carretas en marcha.

Levántate Carmencita,
mira que el sol se levanta;
¿no oyes muchas cornetas
anunciando la mañana?
- ¿Y qué son esas cornetas?
- Pues son los gallos que cantan.

Levántate, Carmencita,
mira que ta viene el alba;
que te va a encontrar durmiendo
el rey que por todo anda
- ¿Y cuál es el rey, papá?
-- Es el sol que todo aclara.

Levántate, Carmencita,
porque ya despunta el alba;
el sol está jugando
con su rosada baraja.
- ¿Pero cuáles son esas cartas?
- Son las nubes sonrosadas

Levántate, Carmencita,
porque, oye, viene el alba;
ya los duendes en el aire
se están lavando la cara.
- ¿Y cuáles son esos duendes?
- Los pajaritos que cantan.

Levántate, Carmencita,
ya te está llamando el alba;
está mandando recados
que parece que a ti manda.
- ¿Qué dicen esos recados?
- Son rayos que se adelantan.

Ven y asómate a la puerta
para que veas el alba:
está lanzando juguetes
para ver quien se lo gana.
- ¿De veras? ¿Cuáles juguetes?
- Pues, las cosas que se aclaran.

Levántate, y ve los campos
también mostrando las cartas,
jugando a las cartas vistas,
jugando con toda el alma.
- ¿Y juegan las cartas vistas?
¡Así juegan y así se ganan!

Todo el torno, Carmencita,
se aviva con la alborada;
levántate y que los vientos
te bañen con agua clara
que cae como rocío
y que sin sentirlo baña,
y que viene de los cielos
a despertar cosas y almas.