sábado, 21 de julio de 2012

El Distraido

(De "Los Caracteres" de La Bruyére)

GERMAN BERDIALES

Mi tío es el más distraído de los hombres.

Siempre está buscando algo, porque todo lo pierde y nunca sabe dónde deja la cosas.

Algunas veces, paseando por la ciudad, cree haberse perdido, y cuando pregunta descubre que se encuentra delante de su propio domicilio. Le ha ocurrido alguna vez, entrar a su departamento y salir en seguida creyendo haberse colado en casa ajena.

Cuando casó fue por la mañana, y lo olvidó tan completamente por la tarde, que se pasó la noche fuera de casa. Algunos años más tarde, enviudó, y aunque su esposa había muerto en sus brazos, cuando al día siguiente del entierro le anunciaron que el almuerzo estaba servido, contestó:

-Avisen a la Señora.

En los banquetes se apodera de los cubiertos de sus vecinos y los emplea todos a la vez; así, se le ha visto empezar a servirse la sopa con el tenedor y terminar usando la cuchara.

Nunca sabe quien habla; su pensamiento está siempre en otra parte; le llama "doctor" al agente de policía, "reverendo padre" al sastre, y "mi general" al portero del cinematógrafo.

El otro día, tuvo que acudir al palacio de justicia, y a todas las preguntas del juez, contesta muy serio:

- ¡Sí, señorita! o ¡No, señorita!

Las Vidas del Mar

Nadie, ni siquiera el más entendido en cuestiones marinas, puede vanagloriarse de conocer la historia completa del mar y de las maravillas que encierra. Hace relativamente pocos que dio comienzo su estudio metódico, por lo que se comprende fácilmente que aún queda mucho por saber.

Los incansables naturalistas investigan el mar, extrayendo de él gran número de seres con redes y dragas: las primeras puedes ser de diversos tamaños y formas y capturan las criaturas que nadan y flotan en las profundidades en la superficie; las dragas rastrean los fondos y recogen los animales que se desprenden de ellos.

Hasta hace poco se creía que en los mares cálidos de los trópicos, lo mismo que en los glaciares y en los templados de las latitudes intermedias, la vida no era posible - por la enorme presión - en profundidades mayores de 7.000 metros; pero en enero de 1960, el teniente de la Marina estadounidense Don Walsh y el suizo Jacques Piccard, hijo del célebre profesor Piccard, descendieron a la mayor profundidad registrada hasta el presente: 10.970 metros, cerca de las islas Marianas (en el Pacífico). Desde el batíscafo (nave de sumersión) pudieron observar, habiendo ya descansado en el lecho arenoso de la profunda sima, un raro pez, semejante a un lenguado, con dos ojos a un solo lado de la cabeza, como asimismo a un camarón rojo, que desaparecieron, rápidos, del foco luminoso.

La naturaleza ha dispuesto un lugar para cada cosa, y cada cosa tiene asignado su lugar conveniente. No debemos considerar el océano como una masa de agua uniforme, sufre variaciones de un lugar a otro. Y estas variaciones producen, por ley natural, la constitución de los animales y de las plantas. Es de todos conocido que en los continentes se aprecian regiones perfectamente diferenciadas por su clima, su fauna, su flora y su suelo. Lo mismo sucede en el mar, en el que existen zonas distintas por su temperatura y otros fenómenos físicos.

La diferenciación de los seres que viven en los mares no se realiza solo horizontalmente, del ecuador a los polos, o del este al oeste, o de la costa al mar, sino también en sentido vertical, desde la superficie al fondo misterioso. La luz no penetra más allá de los 200 metros de profundidad. A tal distancia, al hallarse privada la región correspondiente de la luz necesaria, la vegetación cesa, y con ella los animales vegetarianos y herbívoros. Según se va descendiendo, la temperatura se hace cada vez más fría, aumenta la presión, las aguas, tan movidas en las capas superiores por el oleaje, las mareas, las corrientes y otras fuerzas, se hacen cada vez más reposadas. En la paz de los abismos, apenas interrumpida por suaves corrientes, gozan los animales que los habitan, de temperatura fría constante, parecido que la mayoría de ellos tienen asignados, cada uno para su vida, niveles más o menos limitados, los cuales no se atreven a traspasar, ni para descender ni para subir.

Pero una de las más asombrosas manifestaciones de esta fauna abisal se deriva del hecho de hallarse rodeada de tinieblas. La naturaleza ha conseguido la maravilla de que algunos de estos peces emitan luz para, de este modo,  alumbrarse y alumbrar a sus vecinos en aquellas tenebrosas regiones. Se ha observado que los peces fosforescentes son propios, casi exclusivamente, de los mares templados y tropicales y que se encuentran generalmente a profundidades no inferiores a 300 metros. Por lo común, su luz procede de unos órganos glandulares especiales, semejantes a los ojos por su estructura.

Mas si hay paz en las aguas dormidas de los oscuros abismos, ello no existe, en cambio, entre los infinitos y raros seres que las habitan, siempre en encarnizada lucha, en constante persecución y huida por el instinto natural de conservar la vida.

Un rasgo de San Martín

Don José de San Martín nació en el pequeño pueblo de Yapeyú, Argentina. Fue educado en Madrid y peleó en Bailén contra los ejércitos de Napoleón. De regreso a su patria fue nombrado, en 1814, gobernador de la provincia de Cuyo, con asiento en Mendoza, donde le encuentran los emigrados de Chile.

Aunque de carácter de San Martín era terco y severo, cuéntase de él, entre otras la siguiente anécdota:

En Mendoza presentándole a su despacho un oficial y saludándolo militarmente, le dijo: "necesito hablar con don José de San Martín, no con mi general. ¿Me permitirá hacerlo?" -Hable usted -contestó San Martín-. "Señor, anoche he perdido en el juego dos mil pesos de propiedad de mi batallón, tenga compasión de mi, le juro que no soy vicioso, ésta era la primera vez que he jugado, y no volveré a hacerlo. Más me aflijo por mi anciano padre que por mí; es tan honrado, que moriría de pena si se publica mi falta.

- ¡Basta! -exclamó San Martín, y abriendo un cajón de su escritorio, sacó dos mil pesos, los entregó al oficial y le dijo -: "Vaya usted a pagar ese dinero y guarde el más profundo secreto sobre lo que acaba de decirme. Tenga usted mucho cuidado, porque si el general San Martín se entera de esto, lo manda a fusilar en el acto".

La Abeja

Constancio C. Vigil

Soy una hormiga del cielo, En vez de caminar, vuelo; en vez de dañar a las plantas, llevo de flor en flor el polen que las fecunda; en vez de ocultar el fruto de mi labor, lo deposito al alcance del hombre.
El escritor reúne pensamientos; el músico, armonías; el pintor, líneas y colores, y yo, dulzuras.
La colmena es una ciudad llena de trabajadoras. Nuestra reina es querida y respetada. Damos la vida por ella si algún peligro la amenaza, pues ella nos la dio.
¿Te parece mal que tengamos aguijón?
Si eres bueno, no temas. Conozco a mis amigos.
Necesitamos defendernos de los animales y de los hombres que destruirán nuestra vida y nuestra obra.
Nosotras no podemos hablar, ni podemos explicarnos, y en silencio presentamos la dulzura y el dolor; cada cual puede elegir.
Así también deja Dios que elijáis lo bueno y lo malo, entre la virtud y el vicio, entre la alegría y la desgracia.

La "Aurora de Chile". El primer periódico nacional

W. Millar, chileno.

En los primeros años de nuestra emancipación política, no había imprentas en Chile, en que los patriotas pudieran hacer propaganda en favor de las nuevas ideas y dar noticias al pueblo de los sucesos públicos. Un ciudadano sueco, Mateo Arnaldo Hoever, encargó una, por su cuenta a los Estados Unidos, la cual llegó a Valparaiso, en noviembre de 1811.
Don José Miguel Carrera, jefe de Gobierno, compró aquella imprenta que tan oportunamente llegaba al país, por cuenta del Estado, y la hizo instalar en Santiago, para sacar un periódico que prestigiara la revolución chilena., En Chile había habido solo un intento de imprenta, unos pocos tipos que tuvieron los padres de la Domínica, donde se imprimieron pequeños folletos y esquelas.
Fray Camilo Henríquez, que había demostrado ser un patriota decidido y entusiasta, y cuyo talento e ilustración eran reconocidos, fue encargado de la dirección del periódico que iba a publicarse.
El 13 de febrero de 1812 apareció el primer número de la Aurora de Chile, en medio de las más delirantes explosiones de regocijo del pueblo. Los hombres cruzaban las polvorosas calles coloniales de Santiago con una "Aurora" en la mano, y detenidamente a cuantos encontraban, leían y volvían a leer su contenido, dándose los parabienes por tanta felicidad y prometiéndose que por este medio, pronto se desterrarían la ignorancia y ceguedad en que hasta entonces habían vivido.
Camilo Henríquez tenía una pluma desbordante de vigor y de audacia, y desde el primer momento comenzó a arrojar a puñados y a todos los vientos, la multitud de ideas revolucionarias, republicanas y democráticas que bullían en su cerebro. "Vosotros no sois esclavos -escribía-, ninguno puede mandaros contra vuestra voluntad. ¿Recibió alguna patente del cielo que acredite quién debe mandaros? La naturaleza nos hizo iguales, solamente en fuerza de un pacto libre, espontáneo y voluntariamente celebrado, puede otro hombre ejercer sobre nosotros una autoridad justa, legítima y razonable".
También escribieron en la Aurora de Chile, don Antonio de Irisarri, que se hizo popular con el seudónimo "Ají", y en verdad que le venía, porque eran picantes sus sátiras; don Juan Egaña, abogado y consultor de Carrera; don Manuel de Salas, filósofo y educador; don José Miguel Infante y don Manuel José Gandarillas.

El labrador y la cigüeña (Samaniego)

El labrador don Ignacio miraba con gran pesar sus siembras, porque gansos y grullas solían hacer pasto de su trigo, felices de encontrarlo crecido y tierno. Y cansado de verse burlado en su trabajo, don Ignacio armó unos hábiles lazos, deseoso de hacer pagar caro a los dañinos animales su perjuicio. Efectivamente, en sus lazos cayeron pronto grullas, gansos y hasta una cigüeña. Esta última, que por casualidad había llegado hasta esos sembrados, rogó al labrador:
- Señor dueño del campo, yo os pido por favor que me dejéis en libertad,  pues no merezco oena de culpados, ya que no he venido a robar, sino a ver a mis amigas las grullas y los gansos. ¡Lejos de hacer daño,  yo acostumbro limpiar los campos de sabandijas, de culebras y víboras dañinas!
- Nada me satisface lo que me cuentas -respondió don Ignacio, que con razón estaba muy disgustado, pues había perdido tiempo y dinero con la maltratada cosecha-. Te hallé con delincuentes y con ellos perecerás en mis manos, pues me he cansado de soportar que todos ustedes lleguen a comerse las semillas y pastos de  mis prados!
E inútilmente imploró la pobre cigüeña, pues el labrador no le hizo caso y la mató conjuntamente con los gansos y las grullas, aquel mismo día, cocinando sus cuerpos para dárselos a comer a los perros. ¡La inocente cigüeña tuvo el fin desgraciado que pueden prometerse los buenos que se juntan con los malos!