sábado, 21 de julio de 2012

El labrador y la cigüeña (Samaniego)

El labrador don Ignacio miraba con gran pesar sus siembras, porque gansos y grullas solían hacer pasto de su trigo, felices de encontrarlo crecido y tierno. Y cansado de verse burlado en su trabajo, don Ignacio armó unos hábiles lazos, deseoso de hacer pagar caro a los dañinos animales su perjuicio. Efectivamente, en sus lazos cayeron pronto grullas, gansos y hasta una cigüeña. Esta última, que por casualidad había llegado hasta esos sembrados, rogó al labrador:
- Señor dueño del campo, yo os pido por favor que me dejéis en libertad,  pues no merezco oena de culpados, ya que no he venido a robar, sino a ver a mis amigas las grullas y los gansos. ¡Lejos de hacer daño,  yo acostumbro limpiar los campos de sabandijas, de culebras y víboras dañinas!
- Nada me satisface lo que me cuentas -respondió don Ignacio, que con razón estaba muy disgustado, pues había perdido tiempo y dinero con la maltratada cosecha-. Te hallé con delincuentes y con ellos perecerás en mis manos, pues me he cansado de soportar que todos ustedes lleguen a comerse las semillas y pastos de  mis prados!
E inútilmente imploró la pobre cigüeña, pues el labrador no le hizo caso y la mató conjuntamente con los gansos y las grullas, aquel mismo día, cocinando sus cuerpos para dárselos a comer a los perros. ¡La inocente cigüeña tuvo el fin desgraciado que pueden prometerse los buenos que se juntan con los malos!

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