sábado, 21 de julio de 2012

Las Vidas del Mar

Nadie, ni siquiera el más entendido en cuestiones marinas, puede vanagloriarse de conocer la historia completa del mar y de las maravillas que encierra. Hace relativamente pocos que dio comienzo su estudio metódico, por lo que se comprende fácilmente que aún queda mucho por saber.

Los incansables naturalistas investigan el mar, extrayendo de él gran número de seres con redes y dragas: las primeras puedes ser de diversos tamaños y formas y capturan las criaturas que nadan y flotan en las profundidades en la superficie; las dragas rastrean los fondos y recogen los animales que se desprenden de ellos.

Hasta hace poco se creía que en los mares cálidos de los trópicos, lo mismo que en los glaciares y en los templados de las latitudes intermedias, la vida no era posible - por la enorme presión - en profundidades mayores de 7.000 metros; pero en enero de 1960, el teniente de la Marina estadounidense Don Walsh y el suizo Jacques Piccard, hijo del célebre profesor Piccard, descendieron a la mayor profundidad registrada hasta el presente: 10.970 metros, cerca de las islas Marianas (en el Pacífico). Desde el batíscafo (nave de sumersión) pudieron observar, habiendo ya descansado en el lecho arenoso de la profunda sima, un raro pez, semejante a un lenguado, con dos ojos a un solo lado de la cabeza, como asimismo a un camarón rojo, que desaparecieron, rápidos, del foco luminoso.

La naturaleza ha dispuesto un lugar para cada cosa, y cada cosa tiene asignado su lugar conveniente. No debemos considerar el océano como una masa de agua uniforme, sufre variaciones de un lugar a otro. Y estas variaciones producen, por ley natural, la constitución de los animales y de las plantas. Es de todos conocido que en los continentes se aprecian regiones perfectamente diferenciadas por su clima, su fauna, su flora y su suelo. Lo mismo sucede en el mar, en el que existen zonas distintas por su temperatura y otros fenómenos físicos.

La diferenciación de los seres que viven en los mares no se realiza solo horizontalmente, del ecuador a los polos, o del este al oeste, o de la costa al mar, sino también en sentido vertical, desde la superficie al fondo misterioso. La luz no penetra más allá de los 200 metros de profundidad. A tal distancia, al hallarse privada la región correspondiente de la luz necesaria, la vegetación cesa, y con ella los animales vegetarianos y herbívoros. Según se va descendiendo, la temperatura se hace cada vez más fría, aumenta la presión, las aguas, tan movidas en las capas superiores por el oleaje, las mareas, las corrientes y otras fuerzas, se hacen cada vez más reposadas. En la paz de los abismos, apenas interrumpida por suaves corrientes, gozan los animales que los habitan, de temperatura fría constante, parecido que la mayoría de ellos tienen asignados, cada uno para su vida, niveles más o menos limitados, los cuales no se atreven a traspasar, ni para descender ni para subir.

Pero una de las más asombrosas manifestaciones de esta fauna abisal se deriva del hecho de hallarse rodeada de tinieblas. La naturaleza ha conseguido la maravilla de que algunos de estos peces emitan luz para, de este modo,  alumbrarse y alumbrar a sus vecinos en aquellas tenebrosas regiones. Se ha observado que los peces fosforescentes son propios, casi exclusivamente, de los mares templados y tropicales y que se encuentran generalmente a profundidades no inferiores a 300 metros. Por lo común, su luz procede de unos órganos glandulares especiales, semejantes a los ojos por su estructura.

Mas si hay paz en las aguas dormidas de los oscuros abismos, ello no existe, en cambio, entre los infinitos y raros seres que las habitan, siempre en encarnizada lucha, en constante persecución y huida por el instinto natural de conservar la vida.

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