viernes, 14 de diciembre de 2012

Algunos de nuestros auxiliares

Ocurre a menudo que no sabemos apreciar a algunos de nuestros mejores amigos en el reino animal. Sabemos tan poco acerca de ellos que nos los figuramos por completo inútiles y faltos de interés. Pero no es así. Las ranas y, especialmente los sapos, son objeto de repugnancia de repugnancia general, y sin embargo sus vidas nos son de gran utilidad y tienen cosas interesantes.
El sapo y la rana se parecen un tanto; uno y otra nacen de huevos puestos en el agua; ambos comienzan la vida siendo renacuajos nadadores.
Los sapos en el estado de renacuajos tiene el cuerpo lleno de pintitas parecidas a polvo dorado, y la rana, en el mismo estado, es completamente obscura.
El renacuajo pasa las primeras semanas de su vida en una zanja o en un pantano. Allí se alimenta de hierbas acuáticas y hojas secas. Mas tarde, su alimento consiste en insectos y gusanillos que abundan en las aguas estancadas.
Mientras están ele agua, los sapitos se parecen mucho a los peces, pues tiene la cabeza grande y la cola corta. Respiran por medio de dos branquias semejantes a plumas, que se llaman agallas, y que están a ambos lados de la cabeza.
Los sapos se transforman completamente antes de abandonar su elemento líquido para vivir en la tierra. Mientras viven en el agua no tienen patas, pero cuando crecen lo suficiente, les salen cuatro de éstas.Pierden las agallas y entonces respiran por la garganta. Puede decirse que después de esta transformación, el paso comienza una nueva vida.
En la primavera, los sapos regresan a las orillas de los ríos, o a los pantanos. Ocurre que a la hembra no se le olvida que ha de poner sus huevos en el agua, no obstante preferir ella vivir en la tierra.
Las ranas deben vivir cerca del agua, pues se morirían si no mantuviesen su piel húmeda y fría. Pero no obstante, no pueden vivir mucho tiempo en el líquido, y por esto frecuentemente se ven ranas ahogadas. Los muchachos de buen corazón deben recordar esto, para que se apresuren a prestar auxilio a cualquier pobre rana que se encuentren a orillas de los pantanos donde nadan, imposibilitadas de salir a tierra por lo empinado de aquellas.
Los sapos jóvenes sienten mucho calor, y durante el día se ocultan en lugares frescos. Un aguacero de verano les hace salir de sus escondites por docenas, así es que mucha gente ignorante cree,al verlos, que "ha llovido sapos".
El sapo macho lleva debajo de la piel gran número de saquitos llenos de líquidos, y esto le permite conservarse fresco y cómo do por mucho polvo que haya en el lugar donde vive. Cuando se le amenaza, se defiende expeliendo este líquido, el cual no hace daño si cae en las manos, pero que debe ser amargo y desagradable al paladar, dado que los perros y los gatos dan muestra de de disgusto cuando muerden un sapo. Después de haber tenido en las manos uno de estos animalitos, es preciso lavárselas muy bien pues el líquido causa una fuerte irritación en los ojos y hay que evitar que llegue a ellos.
Una de las cosas más curiosas en un sapo es su lengua. La tiene muy larga, con la punta retorcida hacia dentro. Con ella coge una mosca o un escarabajo, sacándola tan rápidamente que es casi imposible ver la acción.
Los sapos no solamente son inofensivos, sino que son muy buenos amigos nuestros. Si no se les molesta, viven por largo tiempo en un mismo lugar, y destruyen muchos insectos y bichos que son perjudiciales a las plantas en los jardines y huertas.
Los sapos se comen las moscas domésticas que tanto nos fastidian. Se ha visto a un sapo coger ochenta y seis moscas en menos de diez minutos.
Algunas personas ha tenido sapos como animales domésticos y se ha visto que éstos no carecen de inteligencia. Un sapo que vivía en una huerta acostumbrada a ir todos los días a la hora de comer, en busca de su ración. Ocurrió que un día se cambió la hora de la comida y cuando llegó el sapo ya no quedaba nada que darle. Pero el animal hizo el propósito de no perder su comida por segunda vez, y al día siguiente se presentó en la casa a la nueva hora de comer, siendo de admirar su puntualidad en lo sucesivo. Nadie pudo averiguar cómo aquel animal supo que la hora de la comida se había variado.
Los sapos son frecuentemente víctimas de impremeditada crueldad. Son animales que no pueden hacer daño a nadie, y son casi indefensos, pues ni aun pueden correr de algún modo. La diversión que se encuentra en mortificar a un sapo es poco más o manos igual a la que se encontraría golpeando a un niño o a un inválido. Solamente un cobarde encontraría placer en hacer esto

sábado, 6 de octubre de 2012

Es preciso trabajar para comer

Escarbando la tierra una gallina
un granito de trigo descubrió.
- ¿Quién sembrará este grano?, preguntóles
a una rata, a un pato y a un lechón.
- Yo no, dijeron todos al momento.
- Bien, dijo la gallina, lo haré yo.

Cuando estuvieron en sazón los granos:
- ¿Quién querrá recogerlos?, preguntó.
- Yo no, dijeron todos al momento.
- Bien, dijo la gallina, lo haré yo.

Una vez que estuvieron recogidos:
- ¿Quién los quiere moler?, les preguntó.
- Yo no, dijeron todo al momento.

- Bien, dijo la gallina, lo haré yo.

Cuando estuvo la harina preparada:
- ¿Quién hará un bizcochito?, preguntó.
- Yo no, dijeron todos al momento.
- Bien, dijo la gallina, lo haré yo.

Y cuando estuvo a punto el bizcochito:
- ¿Quién lo quiere comer?, preguntó.
- ¡Yo! ¡Yo!, dijeron todos al momento.
- ¡No!, dijo la gallina, lo haré yo.

El Zorzal y la Zorra

(Cuento del folklore nacional)

Para saber y contar y contar para saber; pan y harina para las hijas de doña Catalina; pan y afrecho para la señora Quecho, pan y mitá para la señora pelá.

Me iré por esta orilla haciéndome varilla; me iré por el rincón haciéndome el tontón, me iré por el patio haciéndome latio; me iré por el cogollo haciéndome rollo; me iré por la quincha haciéndome huincha.

Han de saber que éste era don Santander, casado con su mujer, y ahora aprovecho la atención para decirles este bando: que todos los aquí presentes se han de morir escuchando.

Esta era una zorra que estaba un día al pié de una mata de avellano, escuchando embelesada el canto de un zorzal que estaba parado en la copa de la misma mata.

- ¡Qué bien canta usted, señor Zorzal! -dijo la zorra- ¿No podría enseñarme a cantar a mi?

- Sí, podría -contestó el zorzal, que era muy cumplido con las señoras-. Pero es el caso que tengo entendido que es usted lo que se llama una bribonaza, una pícara y una desleal y... temo que me coma.

-¡No, compadrito! -exclamó la zorra haciéndose la desentendida-. ¡Si me enseña a cantar, le pago cinco docenas de lombricitas tiernas!

El zorzal se sentó y le dijo:

- Está bien, comadrita. Venga a verme mañana bien de madrugada, me trae una aguja y una hebra larga de cáñamo y yo le enseñaré a cantar.

Al otro día, de alba, llegó la zorra con la aguja y la hebra de cáñamo. El zorzal estaba cantando.

- ¿Me trajo la hebra de cáñamo, comadre? -le preguntó a la zorra, en cuanto la divisó.

- Sí, compadrito -contestó ésta.

Bajó entonces el zorzal, tomó la aguja y el cáñamo y se puso a coserle el hocico.

Lloraba de dolor la zorra y el zorzal, cose que cose, le decía:

- Aguante, comadre, si es por un ratito.

- Si no lloro, compadrito, me estoy haciendo la que lloro nomás.

Cuando el hocico de la zorra quedó cosido, casi completamente y sólo le quedaba libre un pequeño portillo, le dijo el zorzal:

- Silbe, comadre, silbe largo.

La zorra hizo: fffi, fffi...

- Todavía no está bien -dijo el zorzal- y le achicó otro poquito el portillo.

Entonces la zorra hijo: fffi, fffi, fffí...

- Ahora está bien, comadre.

Pagó la zorra las lombrices ofrecidas y, a pesar del dolor que sentía en el hocico, pensaba, muy contenta: ¡Cómo voy a cazar perdices! Me pongo a cantar solamente y ellas, creyéndome zorzal, se me acercarán mansitas.

Así pensando, echó a caminar por un rastrojo. De repente, fi-fi-fi-fi-fi-fi... saltó una perdiz, tamaño de gorda.

Y la zorra, al asustarse, gritó con todas sus fuerzas: ¡Guaaa! Y se le descoció la boca. Rabiosa por su fracaso, dijo:

- Lo que pasa, es que este maldito zorzal me ha engañado y me ha cosido mal. Yo misma me la voy a coser ahora.

Y por eso es que la zorra se entra a las bodegas en busca de látigos de cuero, para ver si puede coserse el hocico.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Ortografía

Mi querida mamacita:

Mucha pena me causó la noticia que me dio en su carta que recibí ayer 10 del presente acerca de la extraña enfermedad de Minino. ¿No se habrá comido alguna lagartija o una libélula de esas que vuelan a ras del agua de la fuente del jardín? Confío en que usted, mamacita, que tanto lo quiere, lo mejore pronto con sus cuidados.

Mi papá, en la carta que me escribió con fecha 2 del presente, me decía que se alegraba mucho, tanto por la superación de mis notas, como porque ha observado que cometo menos faltas de ortografía que antes. Usted ¿no se ha fijado en lo mismo? Ello se debe, mamacita, a que nuestra profesora nos exige que atendamos a la ortografía  de los vocablos que aparecen en nuestro libro de lectura. En cada clase, además de su significación, bien robustecida con repetidos ejercicios de frases y oraciones, nos hace fijarnos en su ortografía. Cada cuatro o cinco lecturas, nos impone una prueba de comprobación ortográfica, sin contar, mamacita, los frecuentes ejercicios de sinónimos y antónimos, que nos hace, como asimismo de parónimos, es decir, de palabras de semejante sonido u ortografía, pero de diferentes significados. Así, nos ha hecho escribir, entre otras, las siguientes sentencias:


  • Ese senador de tu provincia no es un buen cenador.
  • No cometa yerro al forjar ese trozo de hierro.
  • No huya como ese pedazo de hulla mío.
Como algunas niñas confunden la B con la r, nos hizo escribir:
  • Ese sabio barón es un sabio varón.
  • Dile a Ambrosio que vaya a saltar la valla.
  • Para esa lámpara mi padre tuvo que comprar un tubo especial.
Para hacer ejercicios con la letra h nos dictó:

  • ¡Hola Amigo! Qué ola más grande viene hacia nosotros.
  • El pobre toro se quebró un asta hasta la raíz
Bueno, mi querida mamacita, como no quiero cansarla con otros ejemplos que nos dio la señorita y con algunos buscados por nosotras, y que anoté en mi cuaderno, me despido cariñosamente de usted. Espero tener, en su próxima cartita suya, muy gratas noticias de todos ustedes y también de Minino.

Un abrazo cariñoso a mi papá, otro a mi tía, y para usted, muchos besos.

Su Vesna

Sigó, narrador de cuentos

En Somalía, rica región de África oriental, vivía una pequeña familia que se ganaba  la vida fabricando aceite, ungüentos de palmera y vendiendo dátiles a los viajeros. El padre empleaba en estos trabajos a todos sus hijos, y ninguno de ellos se quejaba; por el contrario vivían felices y alegres, pues la tarea era poca las recompensas abundantes. Sin embargo, el menor de los hijos, llamado Sigó, se rebeló desde muy pequeño contra el trabajo. No quería subir a las palmeras en la época de recolección, ni pisar las aceitunas. Tampoco le gustaba acarrear agua, ni lavar las vasijas. Y cuando los mercaderes le pedían que les trajese agua para sus camellos, Sigó corría al río y allí se quedaba horas enteras bañándose, hasta que enviaban a otras personas, o seguían su camino cansados de esperar en vano.

Sin embargo, cierto día se apeó de su camello y entró a descansar en la tienda de la familia de Sigó, un viejo mercader que venía de Abisinia y que había viajado un sinfín de días. Compró aceites, y mientras el mercader dormía la siesta, el padre le dijo al niño:

- Corre al río y trae un balde de agua para el camello de Kinalá. Yo y tus hermanos vamos a enfardar los dátiles: a ti te toca de beber a los camellos, especialmente al de Kinalá, porque es un poco viejo...

Sigó partió con el balde en la mano y fue mirando los animalitos que corrían por entre las ramas de los árboles, y oliendo los enormes malvones de la senda que conducía al río. Cogió frutas en los mangos y comió unos cuantos,, tirando los huesos por el camino. Cuando llegó al río eran ya las dos de la tarde. Había salido a las diez de la mañana. Entonces pensó: "Si no vuelvo ahora mi padre me dará una paliza. Pero si no me baño en el río me moriré de calor. El agua debe estar muy fría y deliciosa...".

Vaciló un instante solamente: luego enseguida se quitó el turbante, las sandalias y las blancas fajas que envolvían su cuerpo.Se zambulló con placer en el agua y siguió nadando, flotando como un verdadero animalito acuático. Transcurridas unas cuatro horas, pensó en regresar, pero mirando la orilla del río vio un pez muy grueso, verde y azul, con ojos amarillos. Calzaba sus sandalias, se había arrollado a la cabeza mojada su turbante y trataba de envolverse con las fajas de algodón. Sigó nadó con fuerza contra la corriente, y al llegar cerca del pez, vio con asombro que tenía una cara muy parecida a la suya: era moreno y lustroso, con unos hilos de pelo en la cabeza. Empezó a reír entonces el pez y le dijo:

- Amigo Sigó, estás metido en una triste aventura... El camello del viejo Kinalá acaba de morir de sed a la puerta de la tienda de tu padre. El viejo te busca con un látigo, y tu padre con una vara de membrillo. O huyes, o te llevas dos palizas.

Entonces Sigó se dijo: "¿Por qué no huir, correr mundos, ver nuevas gentes? ¿Quién me impediría partir para el otro lado del río y seguir en dirección al mar?". Finalmente, más por descargo de conciencia que por necesidad, preguntó:

- ¿Qué me aconsejas?

- Pues partir, claro está -le dijo el pez. Pero añadió- : ¿Sabes qué vas a hacer? ¿Cómo te vas a ganar la vida?

Sigó se quedó sin saber qué contestar. El pez, sin embargo, le dijo enseguida:

- Tengo un trabajo para ti. Es un trabajo fácil y divertido. Serás narrador de historias; pero no tendrás que repetir nunca lo que hayas dicho una vez. Irás a todas partes y te escucharán. Sin embargo, si intentas repetir una historia, estarás perdido. Yo te llevaré de vuelta a casa de tu padre y sufrirás el castigo que mereces.

Sigó saltó de alegría: ¿podría encontrar trabajo más fácil que el de contar cuentos? Inventaría cosas sobre el arco iris, o se limitaría a contar lo que había oído a su padre o a su abuelo...

- ¡Acepto! -contestó al pez-; dame mi ropa.

- Esta ropa no es propia de un peregrino que ha de ir a contar historias en los palacios, en las ferias, en los oasis, en los desiertos; a mozos ricos y a mujeres pobres; a cazadores, mercaderes, tribus guerreras... tendrás que vestir de acuerdo con esta ocupación. Yo prepararé ropa adecuada para ti.

Y Sigó vio como el pez, con sopa puesta, se sumergía en el río, y cómo salía del agua trayendo en morral de cuero. Dentro del morral había de todo: una piel curtida de leopardo, un turbante nuevo, un bastón con rugosos nudos, empolvadas sandalias de caminante, y un manto que servía para protegerlo del frío y del sol. También le entregó algunas provisiones y un alfanje.

Sigó se despidió del pez y partió. Se dirigió a Eritrea, y casi en las márgenes del Océano Índico se detuvo en una feria en la que había de todo; sedas finas, tejidos de algodón teñido a mano, collares de marfil, esteras de paja, frutas, aceites, miel, leche de cabra, perfumes de mirra y de incienso, objetos de ámbar. El niño vestido de peregrino no llamó la atención, pero advirtió que tenía que empezar a ganare la vida que él había elegido. Se sentó en la feria, cogió una caña de bambú, hizo en ella unos agujeros y empezó a tocar una melodía muy triste y aguda. De un cubo de cobre salieron unas víboras y se pusieron a escucharlo. Eran de un mercader, que las traía para exhibirlas en la feria. Cuando el pueblo vio que las víboras escuchaban el son de la flauta de Sigó, empezaron a batir palmas y a preguntarle en dónde había aprendido a encantar serpientes. Sigó puso cara de misterioso y dijo:

- Se muchas cosas más, pero solo explicaré mi secreto si escuchan la historia que les voy a contar y me pagan por ella.

Los mercaderes volvieron a aplaudirle y aceptaron pagar a Sigó si el cuento era bonito.

Todos quedaron encantados con la narración y le pidieron otros y otros. Sigó contó más, y desde ese día su fama corrió de boca en boca. No hubo lugar en África al que no fuera para contar sus cuentos. Lo llevaron a lomo de camello a desiertos blancos, a arenales sin fin. Lo condujeron, en barcas, Nilo arriba. Fue a los oasis más lejanos, llegando hasta Madagascar, para que sus historias fuesen oídas. El morral estaba siempre lleno de oro, y nunca faltaba comida en abundancia. Era feliz. De vez en cuando pensaba: "¡Cuánto hubiera perdido de no seguir el consejo del pez! Aún hoy estaría dando agua a los camellos, subiendo a las palmeras, o pisando aceitunas. No habría conocido el mundo y tampoco me hubiera enriquecido"

Una cosa sin embargo empezaba a preocupar a Sigó. Su imaginación estaba algo cansada, y tenía que hacer grandes esfuerzos para inventar nuevos cuentos. Cada vez que iba a contar alguno, se acordaba de haberlo contado en algún lugar, y le invadía el temor a la advertencia del pez. Sin embargo, se concentraba y empezaba uno nuevo.

Y los años fueron pasando. Sigó ya era un hombre de treinta y tres años, tenía barba y estaba casado, y pedía a sus hijos que recogiesen historias de boca de los mercaderes, pues el cansancio le impedía inventar más.

Hacia el fin del verano, su hijo menor le trajo un cuento muy bonito: "Del cuervo y de los pájaros". Sigó escuchó con atención el hizo memoria para ver su lo conocía. Cuando estuvo seguro de que no lo había contado nunca, aprovechó una feria muy importante que se realizaba en Tobruk para narrarlo.

Al terminar, sintió un escalofrío: en frente de él, vestido con su antigua ropa de niño, sonriendo, estaba el pez verde-azul. En vano quiso Sigó fingir que lo veía; el pez le hizo señas muy significativas con la cabeza, y Sigó no tuvo más remedio que escuchar:

- Aquí tienes tus ropas. Vuelve a tu casa; tu padre te espera con la vara de membrillo y el mercader con el camello muerto. Tienes que pagar por tu holgazanería...

Sigó se despidió de su mujer y de sus hijos. De repente se volvió niño otra vez, vistió sus ropas y llegó a la tienda de su padre. Llevaba un balde de agua. Toda la familia dormía y los camellos de Kinalá estaban echados sobre sus patas esperando beber. Vio entonces que su padre no tenía la vara de membrillo y que Kinalá también dormía sin tener ningún látigo en la mano, apoyó la cabeza en la lona de la tienda y se puso a pensar: "¡Qué hermoso sería si yo pudiese ser el niño que anda corriendo mundo, y contando historias como soñé allá en el río, aunque después tuviese que aguantar las palizas de mi padre!..."

Sigó entró tristemente en la tienda, y habiendo tenido igual que en el sueño, una idea de cómo ganarse la vida en adelante, metió ropas en una alforja y se despidió de todos, diciendo:

- ¡Voy a correr mundo! Dentro de mi cabeza tengo un tesoro que explorar: Seré narrador de cuentos. ¡Adiós!

Y partió para nunca más volver. Esta vez es de verdad; no un sueño, no.

La salida de Rancagua

Narrada por el soldado FELIPE SOTO

"Cuando vídemos la cosa perdida, mi general O'Higgins gritó:¡Los dragones a caballo! ¡Que monten todos los que puedan! ¡Hay que abrirse paso a punta de sable!... Mi amito estaba cerca del general y yo al ladito. Montamos y con el general Freire y el ayudante Urrutia nos pusimos junto a don Bernardo... Echamos la mulería adelante para asustar a los enemigos y cubrirnos un poco...

¡A la carga muchachos y viva la Patria!, gritó el general O'Higgins y partimos "rajados" como los mismos diablos, repartiendo mandobles a los cuatro vientos.

Al saltar la trinchera de San Francisco, le llegó la hora a mi amito; una descarga le voltió el bayo que montaba. Mi amito cayó al suelo pero se levantó al tiro y comenzó a sablear como un condenado, no estaba herido y parecía un león furioso. Yo lo vide y quise "apiarme" para ayudarlo o morir con él; pero el general O'Higgins me gritó: "¡Siga, soldado... hay que pasar y salir a la cañada... y nada más!"

No pude desobedecer la orden y seguí, con la cabeza vuelta p'atrás y pude ver como cincuenta bayonetas que acribillaban a mi pobre amito... y no vide más, porque una polvareda de tierra y humo y un llanto grande me borraron la visión de los ojos...

Vocación

Rabindranath Tagore

Todas las mañanas, cuando suena el gong de las diez y yo voy camino de la escuela, me encuentro en la calleja con ese vendedor que grita: "¡Pulseras, pulseras de plata y de cristal!" Nunca tiene prisa, ni va más que por donde quiere, ni lo obligan a llegar a sitio alguno, ni a volver a su casa a su hora.

¡Quién fuera vendedor, para pasarme el día por la calleja, gritando: "¿Pulseras, pulseras de plata y de cristal!".

A las cuatro, cuando vuelvo de la escuela, miro todas las tardes por el portón de aquella casa que está allí, y veo al jardinero cavando la tierra del jardín. Hace lo que le da l agana con su azadón, se mancha la ropa de polvo cuando quiere y nadie viene a decirle que si el sol le está poniendo negro, que si se está calando el agua...

¡Quién fuera jardinero, para cavar y cavar la en el jardín si que nadie me grite!

Cuando mi madre, en el mismo momento en que oscurece, me manda a la cama, veo por la ventana al sereno que se pasea, vigilando, arriba y abajo. La calle está oscura y solitaria y la farola está de pie, como un gigante, con un solo ojo colorado en la frente. El sereno viene y va, meciendo su farol, con su sombra al lado, y en su vida se tiene que acostar.

¡Quién fuera sereno, para pasarme la noche entera calle abajo, calle arriba, persiguiendo las sombras con mi farol!

domingo, 16 de septiembre de 2012

Las mujeres saben callar

A principios de 1817, cuando San Martín y los emigrados organizaban en Mendoza el ejército de Los Andes destinado a libertar a Chile, había entre nosotros un hombre encargado de distraer la atención del gobierno,  para que aquel ejército pudiera pasar la más elevada codillera del mundo sin ser molestado. Este hombre desempeñó de tal manera su empresa que se hizo un verdadero héroe de romace. Inició una guerra de tinieblas y de sombras; una guerra verdaderamente impalpable. Los españoles, a pesar de sus esfuerzos extraordinarios, no podían dar caza a ese ser misterioso, que los desorientaba con la rapidez de sus correrías y sobre el cual circulaban las versiones más contradictorias. La mitad de la gloria del paso de los Andes se debe a Manuel Rodríguez; sin sus servicios, el Ejército Libertador pudo haber sido despedazado entre los peligrosos desfiladeros de aquellas montañas, que sólo permiten marchar a uno o dos hmbres al frente.

Marcó del Pont reconcentró toda su atención y todos los elementos bélicos de que disponía en destruir esta sombra que le atormentaba hasta en su mismo lecho; temía más al enemigo desorganizado del interior que al poderoso ejército que se reunía en la falda oriental de Los Andes; pero, ¿cómo dar alcance a ese fantasma cuya sombra apenas se dejaba diseñar?

- Ayer ha pasado por aquí, decían los campesinos; iba a trote de su negro caballo; su blanca barba ocultaba su rostro. Era un fraile capuchino rodeado de penitentes.

- No, ayer estuvo en Santiago, decían otros; abrió personalmente la puerta de la carroza de Marcó y le ayudó a descender. Ha sido él; cuando ya había desaparecido, se han recordado los rasgos de su fisonomía.

¿Cómo sorprender y capturar a ese misterioso genio del bien o del mal?

La acción de aquel fantasma se dejaba sentir en todas partes; era una figura gigantesca que saltaba las zanjas, que cruzaba los bosques, pasaba los ríos a nado o sobre los lomos de su infatigable cabalgadura; pedía hospitalidad en los conventos, en los ranchos o en los palacios; por la mañana estaba al frente de su montonera y por la noche bailaba contradanza o gavota en algún salón de Santiago, y sin embargo, nadie le veía, o más bien, nadie quería verle, pues había un interés general en ocultarlo.

Las mujeres eran detenidas en los caminos públicos por los soldados españoles que perseguían a Rodríguez, se les interrogaba si habían visto pasar a la sombra, se les amenazaba; pero jamás hubo una delación. Las más ignorantes campesinas comprendían que esa visión servía sus intereses, que ese perseguido fantasma era un fantasma amigo.

Las grandes damas de Santiago eran arrastradas a las cárceles; San Bruno, el furioso agente de la tiranía agonizante, las amenazaba e insultaba brutalmente. Pero las más severas indagaciones, las más violentas pesquisas no descubrían nada. Todas las mujeres, señoras y plebeyas, se empeñan en borrar con su pie la huella que dejaba en los caminos el infatigable guerrillero, y sin este admirable complot del silencio femenino, la espada invisible de Manuel Rodríguez no habría podido señalar a los libertadores la senda de la victoria.

Manuel Rodríguez ocultó a Marcó el paso del Ejército Libertador; pero a su vez las mujeres de entonces ocultaron al héroe y con su silencio de él un personaje casi misterioso fantástico.

Los Copihues

Ignacio Verdugo

Soy una chispa de fuego
que del bosque en los abrojos,
abro mis pétalos rojos
en el nocturno sosiego.
Soy la flor que me despliego
junto a las ricas indianas,
la que, al surgir las mañanas
en mis noches soñolientas,
guardo en mis hojas sangrientas
las lágrimas araucanas.

Nací en las tardes serenas
de un rayo de sol ardiente,
que amó la sombra doliente
de las montañas chilenas.

Yo ensangrenté las cadenas
que el indio despedazó;
la que de llanto cubrió
la nieve cordillerana
¡Yo soy la sangre araucana
que de dolor nació!

Hoy que el fuego y la ambición
arrasan rucas y ranchos,
cuelga mi flor de sus ganchos,
como roja maldición,
y con profunda aflicción
voy a ocultar mi pesar
a la selva secular
donde los pumas rugieran,
donde mis indios me esperan
para ayudarme a llorar.

Canta

Rafael Ruiz López

Canta: la boca que canta no maldice ni miente ni engaña; nos habla de fiesta alegres y de amores profundos que nacen en el corazón y, al pasar por la garganta, se convierten en música divina.

Los niños campesinos, cuando les sorprende la noche, van cantando mientras caminan, para ahuyentar los temores. Oyendo su propia voz, creen que no van solos.

Canta: tu voz vibrará armoniosamente en la noche, se elevará al cielo o se esparcirá sobre la tierra, para suavizar el dolor de algún alma que sufre.

Cuando salí de mi tierra

Antiguo romance popular

Cuando salí de mi tierra, 
yo salí pa no volver,
montado en un macho viejo
que daba lástima'e ver.
Nenguno me vino a ver,
no más que una pobre vieja
que me daba de comer.
Yo me fui pa l'otra banda
con un patrón qu'encontré, 
gané la plata a montones
y puse un buen almacén.
A los siete años volví
con más facha que un marqués,
y me salió a recibir 
todo el pueblo d'Illapel.
pero yo, que no soy lerdo
a nenguno saludé,
nomás que a la pobre vieja
que me daba de comer

El Caballero que busca el límite del mundo

- Hace ya muchos, muchos años, cuando yo era tan pequeño como lo sois ahora vosotros -comenzó a decirnos el abuelo-, oí por vez primera lo que ahora voy a contaros. Fue en una noche tan fría y tempestuosa como ésta. Estábamos sentados con el abuelo frente a la chimenea, así como estamos ahora y lo mismo que vosotros, yo también miraba fascinado el fuego. Afuera, un viento desatado hacía gemir las sombras negras y cambiantes de los árboles y chirriar dolorosamente los troncos de nuestra casa que, como tantas veces os he contado, estaba situada en medio de un bosque.

- ¿Habéis pensado alguna vez, niños -continuó diciendo, mientras se acariciaba pensativamente la barba- cuál es el lugar donde queda el fin del mundo?

Recuerdo que no le contestamos nada, que continuamos mirándolo un poco sorprendidos por la pregunta que nos hacía. Nosotros ya sabíamos como lo sabéis vosotros, que estáis leyendo ese relato, que el mundo es como una gran esfera y que, por lo mismo, no tiene principio ni fin.

- Pues bien, niños -continuó el abuelo como si estuviera hablando consigo mismo-, hubo una época, hace y bastante tiempo, durante la llamada Edad Media, en que los hombres creían que la Tierra era plana y que estaba rodeada de inacabables océanos. También creían que esos mares inmensos, plagados de monstruos enormes y horrorosos, terminaban en un espantoso abismo donde sus aguas se desplomaban con el fragor de los truenos.

No sé si por casualidad o por qué, un lejano trueno contestó como un eco a las palabras del abuelo. La lluvia que hasta ese momento se había esperado, se desató con fuerza, y oíamos su golpear contra el techo y las ventanas. Miré a mis hermanitos y adiviné en ellos el mismo medio hacia lo desconocido, lo mismo que estaba sintiendo yo entonces. ¡Y nosotros que sabíamos que estábamos tan seguros frente al fuego y junto al abuelo! El fuego que nos producía calor y el abuelo que nos daba su protección. ¿Por qué habíamos de tener miedo?

- Habéis de saber -continuó el abuelo- que entonces hubo hombres que supieron desafiar su propio terror y que quisieron descubrir por sí mismos aquel lejano lugar en que el mundo terminaba. Pero hubo uno que tuvo más valor que ningún otro. Otro día os contaré cada una de las aventuras que tuvo que emprender, cada de los terrores que sufrió, de los desmayos en que caía para luego levantarse con más coraje y con más ansias de continuar con su empresa. Pero hoy quiero daros únicamente una idea de su gran aventura.

El abuelo se quedó un momento en silencio, como rememorando lo que le había contado sobre aquel héroe; nosotros nosotros también nos quedamos callados, pero nuestro silencio estaba cargado de ansiedad. Sabíamos que no era prudente interrumpirlo, pues volvería a la realidad, al mundo del presente, y hubiésemos tenido que esperar a la noche siguiente para que continuara con su relato que, a lo mejor, no era el mismo.

domingo, 12 de agosto de 2012

El Verdadero Robinson Crusoe

Julio Arteaga Herrera

En 1703 partía de Europa hacia los mares de Chile una escuadra de corsarios. Un marino llamado Dampier, que había sido piloto de Davis y lo había acompañado en sus aventuras piratezcas en nuestras costas y en su asalto a La Serena, llegó a su patria relatando tales aventuras en el Pacífico, que sobraron armadores que le ofrecieron una escuadra para volver de nuevo a aquel océano.

Mucha gente de esa que en aquella época estaba en exceso en los puertos, decidida a aventurarse, tanto en un viaje comercial como en uno de guerra, se unió rápidamente a los aventureros que en los días de fines de abril de 1703 se hacían a la mar.

La escuadra no taró en desbandarse. Sublevaciones sucesivas dieron el mando a diversos jefes, los que al fin se separaron entre sí, marchando cada uno con distinto rumbo en su nave. La suerte que corrieron fue también variada. Uno de ellos tuvo que trabarse en combate con naves francesas frente a la isla de Juan Fernández, combate del cual salvó airoso. Otro intentó asaltar el famoso galeón de Manila, que, una vez por año, llevaba todo el oro recogido por los españoles en esa posesión y que era trasladado primero a Panamá y, desde ahí, a la Península.

Ya una vez un pirata había dado aquel golpe afortunado, y apoderóse así de millones de pesetas en oro y  otros valores. Pero en esa ocasión el galeón estaba bien armado y libró de los asaltantes después de una heroica defensa.

Otro de los jefes aventureros saqueó a Panamá. Perseguido por naves españolas, tuvo que abandonar su nave y huir con parte del botín en una embarcación menor, con la cual hizo rumbo a Oceanía. Por fin, en una de las naves que después de muchas aventuras recalaba en Juan Fernández para iniciar otras más audaces, iba como jefe un hombre temido por sus arbitrariedades, llamado Stradling. Y bajo sus órdenes el marinero Alejandro Selkirk, quien, como veremos, se convirtió en el Róbinson Crusoe que inspiró al escritor Defoe la novela que leen desde hace dos siglos todos los niños del mundo.

El marinero Selkirk se dio cuenta de que el camino tomado por Stradling no era el correcto. La idea que él se había formado sobre la expedición era la de comerciar o guerrear, pero no la de convertir la nace corsa en un buque pirata. Los saqueos a las ciudades le repugnaban. Hijo de una honrada familia de Escocia, Alejandro Selkirk se había forjado una vida de sólida moral. De allí que le repugnaba el sentido pitaresco que Stradling había dado a la expedición.

Una vez en Juan Fernández, Selkirk expresó su sentir. Stradling le contestó que, si no estaba de acuerdo, podía quedarse en la isla. Serkirk aceptó su propuesta y, después de recibir alimentos y armas. se quedó solo en la isla, donde construyó su choza junto a una caverna que hoy visitan los turistas.

La vida de Selkirk en la isla está relatada en la novela de Defoe, titulada Róbinson Crusoe, pues el escritor mencionado tomó el argumento para su libro de las memorias que Selkirk publicó en Inglaterra años después que regresó sano y salvo a su patria. Cuatro años y cuatro meses vivió en la isla desierta, haciendo una vida laboriosa, pues en ningún momento se dejó vencer ni por el desconsuelo ni la pereza.

Lo curioso es que la soledad fue menos triste que lo que fue la vida de su jefe y de sus compañeros. El audaz Stradling persistió en sus ataques a naves y puertos. Sus subalternos se amotinaron varias veces. Al fin, vencido por la desesperación y el hambre, el corsario fue a entregarse con su tripulación a un puerto español, desde donde lo enviaron a las prisiones de Lima. Presos, en sucios calabozos. gemían aquellos hombres, mientras Selkirk, el Róbinson Crusoe de Juan Fernández, vivía gozando de la libertad en la que él llamó siempre  "su querida e inolvidable isla".

Sus penas, por lo demás, no fueron eternas. Cuatro años y cuatro meses después de aquel día que decidió quedarse en Juan Fernández, una nave llegó a la isla. Él, como lo cuenta Róbinson Crusoe en la novela, vio aquella nave desde el mirador, o sea, el alto cerro desde el cual se domina ampliamente el mar. Aquel rincón, muy visitado hoy por los turistas, lleva el nombre de Mirador de Selkirk. Quienes venían en aquella nave era los expedicionarios de Rogers y con ellos partió Alejandro Selkirk de regreso a su patria.

lunes, 6 de agosto de 2012

Juegos y entretenimientos de palabras

Adivinanzas

1. En el mar, y no me mojo
en brazas, y no me abraso,
en el aire, y no me caigo,
y me tienes en tus brazos.

2. Corriendo, corriendo
colita arrastrando.

3. Ave soy, pero no vuelo,
mi nombre es cosa muy llana,
son una pobre serrana.

4. Voy vestida de remiendos,
siento una mujer de honor,
miles de hombres por mi amor
salud y vida perdieron
a muchos les infunde miedo,
el jabón nunca lo vi;
si me llaman lavandera
es por burlarse de mi

5. ¿Cuál es el nombre que, leído al revés,
no expresa ningún valor?

Jitanjaforas o palabras que dicen y no dicen nada

En la songa de la milonga
la macadana de la fiducia,
vestín, vestón y el verdodón,
el paraningo de ciclotón
y la midonga de la piragua.

Verdehalago
(Mariano Brull)

Por el verde, verde,
verdería de verde mar
erre con erre.

Viernes, vírgula, virgen
enano verde
verdularia cantárida
erre con erre.

Verdon y verdín
verdumbre y verdura.
Verde, doble verde
de col y lechuga.

Erre con erre
en mi verde limón
pájaro verde.

Por el verde, verde,
verdehalago húmedo
extendiéndome-. Exiséndete.
Vengo de Mundolido
y en Verdehalago me estoy.

PARA VER COMO ANDA SU DOMINIO DE DICCION, REPITA LO MÁS RAPIDAMENTE POSIBLE.

Compró Paco pocas capas y como pocas capas compró, pocas capas pagó.

Bajó el jocoso joven jorobado.

Pablito clavó un clavo, un clavo clavó Pablito.

Para la Lola una lila
di a Adela; mas tomóla
Dalila, y yo dije: ¡Hola,
Adela! dije a Dalila
que de la lila a la Lola

COMBINACIONES DE NOMBRES Y APELLIDOS

Pedro Lanza Piedras
Iván A. Cartagena
B. Orrego
V. Terán O.
L. Oscar Gantes.

¿QUÉ LE DIJO?

¿El ladrón al detective?
- Francamente no me gusta tu esposa.

¿Un uno a otro uno?
- ¿Hagamos once?

Un pato cojo a un pato viudo?
- Los dos perdimos la pata.

¿La vela al conscripto?
- Llegaré a ser cabo antes que tú.

La flor de la Champaca

Rabindranat Tagore

Oye, madre; si sólo por jugar, ¿eh?, me convirtiera yo en una flor de champaca, y me abriera en la ramita más alta desde aquel árbol, y meciera en el viento riéndome, y bailara sobre las hojas nuevas... ¿sabrías tú que era yo, madre mía? Tú me llamarías: "Niño, ¿dónde estás?" Y yo me reiría para mí y me quedaría muy quieto. Abriría muy despacito mis pétalos y te vería trabajar.

Cuando después del baño, con el pelo mojado abierto sobre los hombros pasarás tú por la frescura de la champaca al patiecillo donde rezas, sentirías el perfume de la flor, madre, pero no sabrías que salía mal de mi. Después de la comida de las doce, cuando estuvieras sentada ala ventana leyendo el Ramanyana, y la sombre del árbol te cayera en el pelo y en la falda, yo echaría mi sombrita chica sobre la hola de tu libro, en el mismito sitio en que leyeras; pero ¿adivinarías tú que era la sombra de tu hijo? Cuando, al anochecer, fueras tú al establo, de pronto caería yo otra vez al suelo, y sería otra vez tu niño y te pediría que me contaras un cuento.

"¿Dónde has estado tú, picarón?". No te lo cuento, madre, nos diríamos.

El Puhuy

Leyenda maya
Versión de Herminio Almendros

El hombre que anda o cabalga de noche por los caminos de la misteriosa tierra maya, puede esperar que surja del silencio el grito encendido del puhuy.

Y no tardará en oírlo cerca. Ahí está : ¡puhuy!... ¡puhuy!...

El grito se clava en la noche como una saeta. De ahí viene, del camino adelante por donde el viajero ha de pasar. Se oye luego un vuelo que se apaga más lejos, en medio del sendero. Y cuando el hombre se acerca, vuelve a conmoverse el silencio con el grito afilado: ¡puhuy!... ¡puhuy! Y así, anda el viajero, y de nuevo el grito sale al paso, y se repite el mismo salto y el mismo saludo, quizás hasta el alba.

¿Quién es ese misterioso acompañante del hombre que anda o cabalga de noche por los senderos de la tierra maya? ¿Por qué aguarda que el hombre esté cerca para detenerlo con su grito y otra vez se aleja y torna a posarse en el camino para volver a esperar y a desesperar?

Nadie os lo podía explicar si no es uno de estos indios callados y enigmáticos que saben de la historia y del alma de los árboles y de las piedras de las ruinas y de todo ser del cielo y de la tierra maya.

El os dirá la bella leyenda del puhuy, el pájaro inocente y confiado que sale por los caminos a buscar a quien le dé la noticia de aquel que hace muchos, muchos años, se burló de su buena fe y lo engañó sin piedad. Y el pobre puhuy no pierde la esperanza de encontrar al burlador.

El indio maya os dirá que una vez, el Gran Señor que creó todas las cosas y todo ser vivo, quiso que cesaran entre las aves las enemistades y disputas por cuál había de mandar, y trató de darles un rey que las gobernara en paz.

Anunció el Gran Señor a las aves su propósito y las llamó a todas para elegir en un día señalando a la que tuviera mayores méritos. Y todas se alborotaron y se echaron a pensar y a ponderar sus propios merecimientos, teniendo por seguro cada una, que ella sería la elegida.

- Seguramente -dijo el ruiseñor, el ave de más dulces trinos- será elegida la del más bello cantar-. Y confiado y orgulloso, ensayó su melodía desde las altas ramas de la ceiba.

- Seguramente -pensó para adentro el buho- el Gran Señor elegirá la más sabia, y ninguna como yo para la meditación-. Y clavó sus ojos redondos en la noche imaginando reinos.

- Seguramente será elegida la más fuerte -dijo el pavo montés-. Seré yo el llamado a poner orden entre tantos alborotadores-. Y sacudió sus anchas alas, y el empuje troncha la gurda rama que lo sostenía.

- Seguramente, para gobernar bien hay que ver todo el mundo desde gran altura -dijo el zopilote. Y se lanzó al aire en un vuelo altísimo, hasta cruzar las nubes.

- Seguramente el rey tendrá que ser el que grite más fuerte. Hay que dar órdenes de manera que todos las puedan oír. Y yo, yo -dijo la chachalaca - puedo, si quiero, dar un graznido que se oiga hasta en la luna.

- Seguramente seré yo el rey - dijo el cardenal -. Es de reyes el vestir de púrpura y de grana. Mi plumaje es como una llama viva.

- Y así, cada una de las aves se sentía segura de su triunfo.

El pavo real había escuchado lo que las de más aves decían. El aquel tiempo el pavo real no era como es ahora, pues su plumaje era sucio, despeinado y sin gracia. No podía pensar en ser elegido. Su cuerpo era esbelto, pero su trae era feo y miserable. Se dio a meditar el pavo, sin perder la esperanza, y luego vino a acordarse de su amigo el puhuy, que tenía un plumaje vistosísimo.

El pavo fue a ver al puhuy y le dijo:

- Amigo mío, vengo a hablarte de algo muy importante para los dos. El Gran Señor pensará, seguramente, en nombrar rey al ave más bella y más esbelta. Tú eres tienes muy hermosas plumas, pero eres pequeño y te falta arrogancia. Yo, en cambio, tengo un cuerpo de gran presencia, mas mi plumaje es una desdicha. Yo no puedo darte mi cuerpo, pero tú sí que puedes prestarme tus plumas.

El puhuy escuchaba a su amigo.

- Mira -continuó el pavo-, vamos a hacer un trato. Tú me prestas tus plumas hasta que yo sea elegido por el Gran Señor. Cuando yo sera rey te devolveré tus plumas y, aún más, repartiré contigo todas las riquezas y todos los honores de mi cargo.

Lo pensó un momento el pájaro puhuy y volvió a halagarlos el pavo con promesas, hasta que él, bueno y confiado, no tuvo ánimo para negar.

Y así, el puhuy se fue quitando las plumas y se has fue poniendo a su amigo. Y conforme se las ajustaba el pavo a su cuerpo, iban creciendo, creciendo, hasta formarle un manto magnífico con una maravillosa cola de soles de plata y oro.

- Ya verás, amigo puhuy, las riquezas que nos hemos de repartir -dijo el pavo real, radiante de belleza y de orgullo.

El pobre puhuy quedó casi desplumado y tiritando de frío. Y como vio venir por el camino a otras aves que se acercaban, sintió vergüenza y se escondió entre yerbazales, para no ser visto.

Llegó el día de la cita ante el Gran Señor, y acudieron todas las aves muy compuestas y esperanzadas, pero cuando vieron llegar al pavo real con su porte magnífico, todas se quedaron con el pico abierto de asombro y de admiración. El mismo Gran Señor se quedó maravillado y eligió desde luego al pavo como rey y señor de las aves.

Mas el pavo real es desgraciado y soberbio, y desde el momento mismo en que consiguió su deseo, no volvió a acordarse del buen puhuy que le había ayudado con su sacrificio.

Un día las aves encontraron al pobre puhuy escondido entre las yerbas altas, se compadecieron de su desnudez y  acordaron darle cada uno una pluma de su vestido para que él se vistiera. Por eso es por lo que el puhuy tiene las plumas tan variadas. Por eso sigue desde entonces avergonzado de no llevar las suyas. Por eso mismo para que no lo vean así, no sale más que de noche. Y de noche viene saliendo desde entonces, buscando al amigo ingrato que lo engañó, porque, como es bueno, piensa que algún día se dispondrá el pavo real a cumplir su promesa.

El buen puhuy no pierde por completo la esperanza y sale por los caminos, y cuando ve al hombre se le acerca y le grita una y otra vez, preguntándole si ha visto al pavo real...

Esta es la historia que del puhuy cuenta el hombre maya. Y agrega aún esta conclusión que nos habla de la voluntad de justicia de sus dioses.

El Gran Señor no podía dejar sin castigo una tan mala acción. Ya sabrás que el pavo real no canta; pero antes sí que cantaba y con una voz muy armoniosa.

Pero el Gran Señor supo la ruin acción que había cometido, y lo condenó a no cantar más. Desde entonces. cada vez que el pavo real intenta lanzar al viento su canción, no consigue más que dar graznidos chillones y estridentes que hacen reír a las demás aves.

sábado, 4 de agosto de 2012

Jugando a ser madres

Lucía Condal


(Jugando a ser madres, tres niñas, con nombres de flores, toman dulce actitud y expresión maternal para mecer a sus muñecas)


Margarita (meciendo):


En cunita de hojas
el trébol morado
dobló su cabeza
pidiendo soñar.
Se durmió la rosa,
la dalila y el trébol...
Mi niña pequeña
durmiéndose está.

Malva (meciendo):


Pastoreando nubes
por el cielo blanco
ya hace mucho rato
que el viento pasó.
Se durmió la rosa,
la dalila y el trébol...
Mi niña pequeña
también se durmió.

Rosalinda (meciendo):


Ojitos de trébol,
manitas de rosa,
corazón de dalia,
blando el respirar,
nuestras bellas hijas,
las tres, como flores,
en blando regazo
dormidas están.

Las tres (en sordina):


... Nuestras bellas hijas,
las tres, como flores,
en blando regazo
dormidas están.

Lucía Condal. Pseudónimo de la distinguida educacionista, escritora, libretista y poetiza chilena Yolanda Carreño, inspirada particularmente en temas infantiles.

Una carga pesada

Ocurrió un día en que un jornalero que trabajaba en la construcción de una casa, vio a un carretero cómo trataba de que los caballos, unidos a un carro muy grande cargado con madera, entraran retrocediendo en el patio de la fábrica.

Los caballos a pesar de que parecían esforzarse todo lo posible para cumplir la orden del carretero, sólo lograban avanzar un corto trecho. Pero lo peor era que su esfuerzo resultaba inútil, pues el carro volvía a rodar cuesta abajo, sin que los pobres brutos pudieran retenerlo por lo pesado de la carga.

El carretero se encolerizó y comenzó a gritar a los animales, al mismo tiempo que les fustigaba cruelmente con el látigo. Ante este injusto trato, los caballos cesaron de empujar el carro y comenzaron a cocear.

En este momento el jornalero se aproximó al carrero y díjole:

- Bájese usted un instante y déjeme ver si yo puedo hacer algo con estos caballos. El carrero, aunque de mala gana, accedió a esta petición.

Lo que primeramente hizo el jornalero fue dirigirse adonde estaban los animales y les acarició, a la vez que les hablaba con dulzura. Después quitó el carro varios de los maderos más pesados y los echó en el suelo. Por último, cogió un panecillo de la bolsa donde tenía su merienda, lo partió en dos pedazos y dio uno a cada animal. Cuando acabaron de comer, nuestro jornalero se subió al carro y cogió las riendas.

- ¡Arre! ¡arre! -gritó el trabajador a los caballos, y tiró suavemente de las riendas- ¡Vamos, arriba! Estos seguro de que ahora pueden ustedes si hacen un nuevo esfuerzo. ¡Arre, que ya va subiendo el carro!

Los caballos, alentados por aquella voz amistosa, sacaron fuerza de flaquezas y dieron un vigoroso impulso al carro, y este subió la cuesta y entró en el patio.

- No es agradable trabajar cuando a uno le están regañando y castigando -dijo el trabajador, dirigiéndose al carrero al entregarle las riendas-. La próxima vez que le ocurra a usted un percance como éste, ponga en práctica mi sistema. Ya ha visto usted que da muy buen resultado.

jueves, 2 de agosto de 2012

La casa del camino

Luis Fabio Xammar
(peruano)

Prendida al camino,
como una esperanza,
se brinda el milagro
de la casa blanca.

Está la alegría
presa en sus entrañas
y un portal pintado
como una alborada.

En su cuerpo claro
se siente la magia
y hasta es refrescante
como el agua clara.

¡Que clara, que buena,
que alegre es la casa,
prendida al camino
como una esperanza!

El cuerpo de bomberos

Un terrible y voraz incendio destruyó la Iglesia de la Compañía en Santiago, el 8 de diciembre de 1863, Iglesia que se hallaba situada donde hoy se levanta el Congreso Nacional. Aproximadamente dos mil personas perecieron en tal lamentable catástrofe.

Fue a raíz de esta desgracia, cuando un grupo de ciudadanos, dispuestos a velar por la seguridad futura de nuestra capital, acordaron formar, inspirados por nobles sentimientos de solidaridad social, un Cuerpo de Bomberos Voluntarios, que, desde el 20 de diciembre de ese mismo año, día de su fundación, ha servido hasta el presente el forma digna de los mayores elogios y admiración, ganando así la gratitud no tan solo de la ciudad, sino también de nuestra Patria.

Abrió la lista de los mártires don Germán Tenderini, que pereció en el incendio del Teatro Municipal, de Santiago, y tras de él muchos otros voluntarios han entregado su valiosa vidas por el logro de su ideal.

Cada voluntario desempeña su papel en los actos y servicios y siempre está dispuesto a darse por entero en el cumplimiento de su deber, sin miramientos del peligro.

El noble ejemplo de los bomberos de Santiago ha sido imitado por generosos y esforzados ciudadanos en todas las ciudades y pueblos del país, que, sin retribución económica alguna y, al contrario, con perjuicio de su peculio personal, en forma tan desinteresada a la sociedad, no sólo en caso de incendio, sino también en cualquier desgraciado acontecimiento, como los que ocurren, por ejemplo, a causa de cataclismos. Acaba nuestro país, sobre todas las ciudades y pueblos del sur, de atestiguar la noble abnegación de los bomberos, particularmente los de Puerto Montt, ciudad tan furiosamente azotada por el terremoto de mayo de 1960. Ellos, adelantándose, junto con Carabineros, a toda otra institución organizada, dieron conmovedor ejemplo de heroísmo y sacrificio, pues, pospusieron sus intereses y afectos familiares, para acudir, noche y día, en oportuno socorro moral y material de todos lo que necesitaban angustiosamente de su de su ayuda.

Rubén Darío, el magnífico y brillante poeta nicaragüense, padre del modernismo literario, compuso el siguiente himno a los Bomberos de Chile:

¡Suena alarma, valiente bombero!
Va la bomba una hoguera a vencer.
Ponte el casco y camina ligero
donde vibra el clarín del deber.

¡Marchad!
¡Fuerza! ¡Valor y voluntad!
Oro y sangre semeja la llama
que voraz en el aire se eleva;
sopla el viento que aviva y renueva
del incendio el poder destructor.

Al hogar amenaza la rutina
y el eco de angustia infinito
sobre el ruido fatal se oye un grito
que demanda ¡socorro y favor!

La garza y la zorra

(Narración floklórica)

Erase una vez una garza que por estar muy cansada no podía seguir a sus compañeras y se quedó a pasar la noche en un bosque.

Metió la cabeza debajo de un ala con intención de dormir, pero desde una covacha la vio una zorra y a la chita callando, sin meter ruido alguno, se acercó a ella y le dijo:

- Buenas noches, señora garza.
- Buenas las tengamos todas, señora zorra. ¡Cómo! ¿Usted por aquí?
- Vengo a pasar la noche contigo -contestó la zorra- Pero duerme, duerme, que, en amaneciendo, hablaremos.

La garza se colocó frente a la zorra y cerró un ojo.

La zorra al verla preguntó a la gaza:

- ¿Cómo es que duermes sin cerrar más que un ojo?
- ¿Por qué?

quien duerme con un compañero
que lo sabe si es cierto, 
duerme con un ojo cerrado 
y con el otro muy abierto.

La zorra se hizo como que no entendía la intención de los versos y se pus o a dormir, Cuando amaneció, le dijo a la garza:

- Tengo hambre y voy a comerte.
- ¡Por Dios, no me comas! -suplicó la garza- que voy al cielo a una boda y te traeré de allá  un queso.

- Entonces quiero ir contigo -dijo la zorra-, porque en el cielo comeré cosas mejores que el queso.
- conforme -respondió la garza-, monta sobre mi.

La garza se elevó hasta las nubes con la zorra encima de sí. Y cuando iba volando sobe un pueblo, la zorra miró la tierra y vio muchas gallinas en un huerto. Entonces le dijo a la garza:

- Me parece que falta mucho para llegar al cielo y no es cosa de hacer un viaje tan largo en ayunas. ¿No será mejor que bajemos donde están aquellas gallinas y mientras yo me como una tú descansas?

Y contestóle la garza

- ¿Por qué no entretienes el hambre cantando?
- Porque no pienso abrir la boca para cantar hasta el día que te coma; ese día cantaré:

Una garza comí
una garza comí...

- Otra, y no a mi -dijo la garza, al mismo tiempo daba una voltereta y lanzaba al aire a la zorra, la cual bajaba como una exhalación y decía:

- No te acerques, tierra, que te aplasto; apartaos árboles, que os deshago.

Y en eso ¡zas!, la zorra se deshizo contra una peña siguió volando a toda prisa para alcanzar a toda prisa para alcanzar a sus compañeras.

Caupolicán

Rubén Darío

Es algo formidable que vio la vieja raza:
robusto tronco del árbol al hombro de un campeón
salavaje y aguerrido cuya fornida maza
blandiera el brazo de Hércules o el brazo de Sansón.

Por casco, sus cabellos; su pecho, por coraza:
pudiera tal guerrero, de Arauco en la región,
lancero de los bosques, Nemrod que todo caza,
desjarretar un toro y estrangular un león.

Anduvo... anduvo... lo vio la luz del día,
lo vio la tarde pálida, lo vio la noche fría
y siempre el tronco de árbol a cuesta del titán.

- ¡El toqui! ¡El toqui! -clama la conmovida casta.
Anduvo... anduvo... anduvo... la aurora dijo: -¡Basta!
e irguióse la alta frente del gran Caupolicán.

Un tigre en la noche

Un viejo leñador fue quien di ola noticia. ¡Un tigre había dado muerte a una pieza! Había arrastrado a su víctima hasta el cauce seco de un riachuelo, dejándola allí para tener asegurada otra comida, y yo me propuse estar en aquel paraje cuando volviese la fiera.

Aconteció este lance en las vertientes frondosas de una estribación del Himalaya, junto al cual se extienden la selva por muchos kilómetros y, aunque los tigres eran en aquella parte muy numerosos, resultaba excesivamente difícil al cazarlos. Salvaban, errantes, inmensas distancias, y como la comida era abundante, no se acercaban con frecuencia a las proximidades de punto habitados por el hombre.

Eran las cuatro y media de la tarde cuando llegué allí. Encima de un sitio cubierto de yerba, en el cauce del río, veíase tendido en cuerpo de un sambar, la especie de venado más grande que existe en la India. El tigre habíale partido el cuello, y devorado parte del cuerpo, y dejado el resto para otra comida. Mi shikari, como llamamos al cazador en la India, me hizo un machan en un árbol que había a tres pasos.

Consiste el machan en unas cuantas ramas atadas juntas con trepadoras, que forman una pequeña plataforma o tablado, algo parecido al nido de un pájaro de gran tamaño, y estaba a unos siete metros del nivel del suelo.

Me encaramé a mi nido, ocultándome cuando pude, y por medio de una cuerda que hice de planta trepadoras, subí la carabina, el fusil y demás cosas de mi uso particular; márchose el shikari y quedé solo en mi atalaya.

Una selva india es verdaderamente un lugar desolado durante el día, y se puede caminar muy lejos en ella sin encontrar animales y aves o una señal cualquiera de vida; pero, al anochecer, comienza el despertar, y entonces me di cuenta del grande misterioso movimiento que reinaba ya en mis tristes alrededores. El astro de la noche se hallaba en su plenitud, y sin embargo, en casi toda la selva reinaba la más completa oscuridad. En noches como aquélla no debía uno errar el blanco.

De repente, el ruido de una piedra quitada de su sitio, púsome los nervios en tensión y dirigí la vista hacia el punto de donde procedía. Al fin, pude ver algo que se acercaba, y observé que era una hiena atraída por el olor de la carne muerta. Dio unos cuantos saltos en dirección del cuerpo del venado y comenzó a desgarrarlo.

Estaba yo en acecho contemplando lo que pasaba, cuando divisé un hermoso cervatillo que se hallaba a unos seis metros de distancia. Habíase aproximado en medio del silencio más absoluto. El cervatillo se parece bastante al venado manso y confiado de nuestros parques, y es además un animal muy simpático. Bajó la cabeza disponiéndose a pacer la yerba que por allí crecía, y levantóla de repente; miró obstinadamente en derredor.

Notó, al punto, la presencia de la hiena, y se puso a contemplarla intensamente unos segundos, después de los cuales, en cuatro brincos, penetró en lo más intrincado del bosque. Pronto se presentaron dos puercoespines, y pasaron por debajo del árbol en que me hallaba oculto. Luego tuve que aguardar mucho tiempo, hasta que vino otro ruido a interrumpir el silencio extraordinario que reinaba en la selva.

Esta vez el ruido fue más intenso. Conocíase que el nuevo visitante era amigo de hacerse anunciar; y era de seguro un animal o animales que no conocían el miedo. Apareció de repente un pequeño rebaño de elefantes; y como por lo general son inofensivos, su proximidad no me alarmó lo más mínimo.

Al desaparecer en las sombras volvió a reinar nuevamente el silencio, y yo empezaba ya a sentirme algo amodorrado, cuando unos estridentes chillidos de monos, todavía a distantes, me pusieron sobre aviso. Estos anuncian al cazador que una pantera o un tigre pasan por debajo del sitio en que ellos se hallan. La hiena lo sabía también, y alzando la cabeza, dirigió la vista hacia la selva. Permaneció un momento en esta actitud y luego se marchó tranquilamente.

La modorra que se había apoderado de mí había ya desaparecido. Mis oídos anhelaban escuchar el más leve rumor y éste vino al fin. Era algo así como un bramido que produce el vendaval al soplar sobre un campo de trigo en sazón. Este ruido fue creciendo, creciendo, y luego apareció el rey de la selva india.

La sangre me azotaba los oídos; tanta era la rapidez con que mi corazón latía, y las manos me temblaban por la excitación en que me hallaba; pero no esperé que todo estuviese en calma, sabiendo, como sabía, que el tigre puede desaparecer en un segundo. Oyóse un tipo. Dio el felino un salto terrible en el aire y luego, antes de que yo tuviese tiempo de volver a disparar, se hundió en la espesura.

Creí haberle perdido ya, y estaba escuchando el estrépito producido por la acelerada cerrera de numerosas fieras espantadas por sus rugidos y mi disparo, cuando otros cinco rugidos salvajes, a un centenar de metros de distancia, hiciéronme comprender que el tigre estaba mortalmente herido; de lo contrario, hubiera estado ya a dos kilómetros de aquel sitio.

Nada más pudo hacerse hasta que vino la mañana, y aun entonces mi tarea podía ser arriesgada, pues aunque a veces un tigre suele no ser tan peligroso, en cambio lo es siempre, y tremendamente, cuando está herido, pues así desconoce el miedo y acomete a todo lo que se le presenta. No había ya necesidad de mantenerse quieto, y aunque dolorido a causa de mi forzada posición de tantas horas, di movimiento a mis piernas entumecidas, encendí la pipa y me senté.

A las seis de la mañana llegó mi shikari, y dándole la carabina, me quedé con mi magnífico fusil de doce tiros cargados con doce cartuchos de balas. Enseguida, comencé la parte más excitante de mi aventura. Avanzamos con todas las precauciones imaginables por entre las altas yerbas. buscando las huellas del carnicero.

Inesperadamente, presentóse ante nosotros el destrozado rey de la selva, y lanzó un atronador rugido de rabia, en tanto mostraba, entre la maleza en que se hallaba, su enorme fauce armada de terribles colmillos. Instintivamente hice fuego. Hubo un crujido en la hojarasca, un golpe pesado, y luego, silencio.

sábado, 21 de julio de 2012

El Distraido

(De "Los Caracteres" de La Bruyére)

GERMAN BERDIALES

Mi tío es el más distraído de los hombres.

Siempre está buscando algo, porque todo lo pierde y nunca sabe dónde deja la cosas.

Algunas veces, paseando por la ciudad, cree haberse perdido, y cuando pregunta descubre que se encuentra delante de su propio domicilio. Le ha ocurrido alguna vez, entrar a su departamento y salir en seguida creyendo haberse colado en casa ajena.

Cuando casó fue por la mañana, y lo olvidó tan completamente por la tarde, que se pasó la noche fuera de casa. Algunos años más tarde, enviudó, y aunque su esposa había muerto en sus brazos, cuando al día siguiente del entierro le anunciaron que el almuerzo estaba servido, contestó:

-Avisen a la Señora.

En los banquetes se apodera de los cubiertos de sus vecinos y los emplea todos a la vez; así, se le ha visto empezar a servirse la sopa con el tenedor y terminar usando la cuchara.

Nunca sabe quien habla; su pensamiento está siempre en otra parte; le llama "doctor" al agente de policía, "reverendo padre" al sastre, y "mi general" al portero del cinematógrafo.

El otro día, tuvo que acudir al palacio de justicia, y a todas las preguntas del juez, contesta muy serio:

- ¡Sí, señorita! o ¡No, señorita!

Las Vidas del Mar

Nadie, ni siquiera el más entendido en cuestiones marinas, puede vanagloriarse de conocer la historia completa del mar y de las maravillas que encierra. Hace relativamente pocos que dio comienzo su estudio metódico, por lo que se comprende fácilmente que aún queda mucho por saber.

Los incansables naturalistas investigan el mar, extrayendo de él gran número de seres con redes y dragas: las primeras puedes ser de diversos tamaños y formas y capturan las criaturas que nadan y flotan en las profundidades en la superficie; las dragas rastrean los fondos y recogen los animales que se desprenden de ellos.

Hasta hace poco se creía que en los mares cálidos de los trópicos, lo mismo que en los glaciares y en los templados de las latitudes intermedias, la vida no era posible - por la enorme presión - en profundidades mayores de 7.000 metros; pero en enero de 1960, el teniente de la Marina estadounidense Don Walsh y el suizo Jacques Piccard, hijo del célebre profesor Piccard, descendieron a la mayor profundidad registrada hasta el presente: 10.970 metros, cerca de las islas Marianas (en el Pacífico). Desde el batíscafo (nave de sumersión) pudieron observar, habiendo ya descansado en el lecho arenoso de la profunda sima, un raro pez, semejante a un lenguado, con dos ojos a un solo lado de la cabeza, como asimismo a un camarón rojo, que desaparecieron, rápidos, del foco luminoso.

La naturaleza ha dispuesto un lugar para cada cosa, y cada cosa tiene asignado su lugar conveniente. No debemos considerar el océano como una masa de agua uniforme, sufre variaciones de un lugar a otro. Y estas variaciones producen, por ley natural, la constitución de los animales y de las plantas. Es de todos conocido que en los continentes se aprecian regiones perfectamente diferenciadas por su clima, su fauna, su flora y su suelo. Lo mismo sucede en el mar, en el que existen zonas distintas por su temperatura y otros fenómenos físicos.

La diferenciación de los seres que viven en los mares no se realiza solo horizontalmente, del ecuador a los polos, o del este al oeste, o de la costa al mar, sino también en sentido vertical, desde la superficie al fondo misterioso. La luz no penetra más allá de los 200 metros de profundidad. A tal distancia, al hallarse privada la región correspondiente de la luz necesaria, la vegetación cesa, y con ella los animales vegetarianos y herbívoros. Según se va descendiendo, la temperatura se hace cada vez más fría, aumenta la presión, las aguas, tan movidas en las capas superiores por el oleaje, las mareas, las corrientes y otras fuerzas, se hacen cada vez más reposadas. En la paz de los abismos, apenas interrumpida por suaves corrientes, gozan los animales que los habitan, de temperatura fría constante, parecido que la mayoría de ellos tienen asignados, cada uno para su vida, niveles más o menos limitados, los cuales no se atreven a traspasar, ni para descender ni para subir.

Pero una de las más asombrosas manifestaciones de esta fauna abisal se deriva del hecho de hallarse rodeada de tinieblas. La naturaleza ha conseguido la maravilla de que algunos de estos peces emitan luz para, de este modo,  alumbrarse y alumbrar a sus vecinos en aquellas tenebrosas regiones. Se ha observado que los peces fosforescentes son propios, casi exclusivamente, de los mares templados y tropicales y que se encuentran generalmente a profundidades no inferiores a 300 metros. Por lo común, su luz procede de unos órganos glandulares especiales, semejantes a los ojos por su estructura.

Mas si hay paz en las aguas dormidas de los oscuros abismos, ello no existe, en cambio, entre los infinitos y raros seres que las habitan, siempre en encarnizada lucha, en constante persecución y huida por el instinto natural de conservar la vida.

Un rasgo de San Martín

Don José de San Martín nació en el pequeño pueblo de Yapeyú, Argentina. Fue educado en Madrid y peleó en Bailén contra los ejércitos de Napoleón. De regreso a su patria fue nombrado, en 1814, gobernador de la provincia de Cuyo, con asiento en Mendoza, donde le encuentran los emigrados de Chile.

Aunque de carácter de San Martín era terco y severo, cuéntase de él, entre otras la siguiente anécdota:

En Mendoza presentándole a su despacho un oficial y saludándolo militarmente, le dijo: "necesito hablar con don José de San Martín, no con mi general. ¿Me permitirá hacerlo?" -Hable usted -contestó San Martín-. "Señor, anoche he perdido en el juego dos mil pesos de propiedad de mi batallón, tenga compasión de mi, le juro que no soy vicioso, ésta era la primera vez que he jugado, y no volveré a hacerlo. Más me aflijo por mi anciano padre que por mí; es tan honrado, que moriría de pena si se publica mi falta.

- ¡Basta! -exclamó San Martín, y abriendo un cajón de su escritorio, sacó dos mil pesos, los entregó al oficial y le dijo -: "Vaya usted a pagar ese dinero y guarde el más profundo secreto sobre lo que acaba de decirme. Tenga usted mucho cuidado, porque si el general San Martín se entera de esto, lo manda a fusilar en el acto".

La Abeja

Constancio C. Vigil

Soy una hormiga del cielo, En vez de caminar, vuelo; en vez de dañar a las plantas, llevo de flor en flor el polen que las fecunda; en vez de ocultar el fruto de mi labor, lo deposito al alcance del hombre.
El escritor reúne pensamientos; el músico, armonías; el pintor, líneas y colores, y yo, dulzuras.
La colmena es una ciudad llena de trabajadoras. Nuestra reina es querida y respetada. Damos la vida por ella si algún peligro la amenaza, pues ella nos la dio.
¿Te parece mal que tengamos aguijón?
Si eres bueno, no temas. Conozco a mis amigos.
Necesitamos defendernos de los animales y de los hombres que destruirán nuestra vida y nuestra obra.
Nosotras no podemos hablar, ni podemos explicarnos, y en silencio presentamos la dulzura y el dolor; cada cual puede elegir.
Así también deja Dios que elijáis lo bueno y lo malo, entre la virtud y el vicio, entre la alegría y la desgracia.

La "Aurora de Chile". El primer periódico nacional

W. Millar, chileno.

En los primeros años de nuestra emancipación política, no había imprentas en Chile, en que los patriotas pudieran hacer propaganda en favor de las nuevas ideas y dar noticias al pueblo de los sucesos públicos. Un ciudadano sueco, Mateo Arnaldo Hoever, encargó una, por su cuenta a los Estados Unidos, la cual llegó a Valparaiso, en noviembre de 1811.
Don José Miguel Carrera, jefe de Gobierno, compró aquella imprenta que tan oportunamente llegaba al país, por cuenta del Estado, y la hizo instalar en Santiago, para sacar un periódico que prestigiara la revolución chilena., En Chile había habido solo un intento de imprenta, unos pocos tipos que tuvieron los padres de la Domínica, donde se imprimieron pequeños folletos y esquelas.
Fray Camilo Henríquez, que había demostrado ser un patriota decidido y entusiasta, y cuyo talento e ilustración eran reconocidos, fue encargado de la dirección del periódico que iba a publicarse.
El 13 de febrero de 1812 apareció el primer número de la Aurora de Chile, en medio de las más delirantes explosiones de regocijo del pueblo. Los hombres cruzaban las polvorosas calles coloniales de Santiago con una "Aurora" en la mano, y detenidamente a cuantos encontraban, leían y volvían a leer su contenido, dándose los parabienes por tanta felicidad y prometiéndose que por este medio, pronto se desterrarían la ignorancia y ceguedad en que hasta entonces habían vivido.
Camilo Henríquez tenía una pluma desbordante de vigor y de audacia, y desde el primer momento comenzó a arrojar a puñados y a todos los vientos, la multitud de ideas revolucionarias, republicanas y democráticas que bullían en su cerebro. "Vosotros no sois esclavos -escribía-, ninguno puede mandaros contra vuestra voluntad. ¿Recibió alguna patente del cielo que acredite quién debe mandaros? La naturaleza nos hizo iguales, solamente en fuerza de un pacto libre, espontáneo y voluntariamente celebrado, puede otro hombre ejercer sobre nosotros una autoridad justa, legítima y razonable".
También escribieron en la Aurora de Chile, don Antonio de Irisarri, que se hizo popular con el seudónimo "Ají", y en verdad que le venía, porque eran picantes sus sátiras; don Juan Egaña, abogado y consultor de Carrera; don Manuel de Salas, filósofo y educador; don José Miguel Infante y don Manuel José Gandarillas.

El labrador y la cigüeña (Samaniego)

El labrador don Ignacio miraba con gran pesar sus siembras, porque gansos y grullas solían hacer pasto de su trigo, felices de encontrarlo crecido y tierno. Y cansado de verse burlado en su trabajo, don Ignacio armó unos hábiles lazos, deseoso de hacer pagar caro a los dañinos animales su perjuicio. Efectivamente, en sus lazos cayeron pronto grullas, gansos y hasta una cigüeña. Esta última, que por casualidad había llegado hasta esos sembrados, rogó al labrador:
- Señor dueño del campo, yo os pido por favor que me dejéis en libertad,  pues no merezco oena de culpados, ya que no he venido a robar, sino a ver a mis amigas las grullas y los gansos. ¡Lejos de hacer daño,  yo acostumbro limpiar los campos de sabandijas, de culebras y víboras dañinas!
- Nada me satisface lo que me cuentas -respondió don Ignacio, que con razón estaba muy disgustado, pues había perdido tiempo y dinero con la maltratada cosecha-. Te hallé con delincuentes y con ellos perecerás en mis manos, pues me he cansado de soportar que todos ustedes lleguen a comerse las semillas y pastos de  mis prados!
E inútilmente imploró la pobre cigüeña, pues el labrador no le hizo caso y la mató conjuntamente con los gansos y las grullas, aquel mismo día, cocinando sus cuerpos para dárselos a comer a los perros. ¡La inocente cigüeña tuvo el fin desgraciado que pueden prometerse los buenos que se juntan con los malos!

viernes, 13 de abril de 2012

Al amor de la lumbre

Carlos Pezoa Véliz

Junto a las grutas de las quebradas
donde las aguas alborotadas
charlan de asuntos sin ton ni son
hay una casa de corredores
donde hay palomas, tiestos con flores
y enredaderas en el balcón.

Es una casa de tres ventanas
donde la madre luce sus canas
como argumento de algo gentil,
y unos modales llenos de gracia
que hacen más grave la aristocracia
del aire místico y señoril.

Si fuera cosas de tiempo antiguo,
más de una oda de metro exiguo
hubiera escrito Fray Luis de León,
sobre la dama de blanco pelo,
sobre las dichas que allá en el cielo
tendrán los buenos de corazón.

Y en verdad, digna es de verso y prosa,
blanca mesa, la blanca loza,
la porcelana de albo matiz,
los cuchicheos, los tenues corros
y el agua alegre que salta a chorros
por una enorme llave matriz.

***

La madre cose; la joven piensa;
la chica enreda su obscura trenza;
los grandes hurgan temas de amor,
y si a la larga se ponen tristes,
el más alegre cuenta unos chistes
que a todos ponen de buen humor.

Mientras las flores pueblan la mesa
y la bandeja de plata gruesa
y las cajitas donde hay café,
en cuyas clásicas etiquetas
hay unos chinos que hacen piruetas
sobre cajones llenos de té.

***

En las heladas tardes de invierno
se lee libros de arte moderno
o alguna charla de Pedro Gil;
oye la dama de pelo cano,
callado el viento, callado el piano,
o Paderewski sobre el atril…

Cuando en las noches hay aguaceros,
niños y gatos junto al bracero
oyen La Lámpara de Aladín;
cuentos de negros duchos en bromas,
niñas que un hada volvió a palomas
o gigantones con piel de espín.

… Suenan las doce; la madre reza;
hay en los cielos mucha tristeza,
debajo de un vaho sentimental,
mientras que enfermas de hipocondría
cantan las ranas su letanía
allá en la orilla del manantial.

Sueñan los niños que allá en la gloria,
hay una inmensa preparatoria
donde Dios hace de preceptor;
y que en las clases, de traje blanco,
a cada uno pone en el banco
una corneta con un tambor.

Nuestros indios

(Del “Grafismo animalista en el hablar del pueblo chileno”, por Oreste Palth”)

El indio araucano, por superposición o sentido mágico, se adornaban con plumas de aves de rapiña, colas de plumas; creía que con estos amuletos adquiría su destreza, su velocidad.
Los moscardones y otros insectos, eran, según ellos, la posible encarnación de los jefes muertos.
Las mujeres, prontas a ser madres, se distanciaban de la ruca e Ibáñez lejos acompañadas de otra. Nacido el niño, la madre se metía en el agua. Entretanto, la compañera mataba un corderito nuevo o, más ordinariamente, una gallina, con cuya sangre rociaba la casucha para que el niño fuera portador de suerte.
Entre los araucanos, el apellido derivaba del tótem del grupo sanguíneo, y era casi siempre el nombre de algún animal, ave, pez u otro ser viviente, o, lo que era más común, de alguna fuerza o aspecto de la naturaleza. Los apellidos más corrientes eran los que, traducidos al castellano, significaban: traro, águila, avestruz, cóndor, culebra, león, etcétera.
El Padre Rosales, comentando este hecho, dice que “los nombres, desde tiempos inmemoriales, significaban animales o cosas, acompañados de la cualidad o acción: marihuán, diez guanacos; nahueltripai, salió el tigre; cachuñameu, aguilucho colorado”, etc. Esta costumbre de aplicar sobre nombres de animales establecía en la antigüedad ciertos parentescos y castas entre los indios, costumbre que ha provenido de los pueblo bárbaros, de creer que los animales, como el tigre, el león, el guanaco, etc., simbolizan un genio bueno que preside a una familia.

El Águila y el Gato

El Águila dijo al Gato: “Yo soy célebre,
con mi nombre y mi fama, yo me río
del mundo entero, porque son los hombres
admiradores de mi poderío”.
 Y respondió el Gato: “No lo dudo, pero yo, que me paso en la cocina, sé que el hombre, en verdad, admira al Águila, pero en el fondo… prefiere a la gallina”.

El espantapájaros

Creo que soy el único hombre que no come, no bebe, no habla, no camina y no duerme.
Realizo una tarea importante: cuido lo sembrado, evito que los pájaros devoren las semillas depositadas en la tierra y en las pequeñas plantas.
Aguanto a pie firme el frío, el sol, la helada, la lluvia y nada se me paga por mi trabajo.
Los pájaros me respetan y me temen. Algo feo me dicen desde lejos; pero ninguno se aproxima donde estoy yo.
A pesar de todo, ¡fíjense en mi ropa!... ¡Me visten con la que ya no sirve para nadie! ¡Díganme si no es vergonzoso, para un hombre que trabaja, usar este sombrero!

viernes, 30 de marzo de 2012

La gata chismosa

En principio, cree a tu vecina lo que te cuente, pero cerciórate, por si acaso.

En la rama más alta de una vigorosa encina, vivía un águila con sus aguiluchos, y al pie de la misma, utilizando como morada un gran hueco abierto por el tiempo en su viejo tronco, se había instalado una cerda con sus cochinitos.
Cierta tarde, una gata subió hasta cerca del nido de la primera, y le dijo:
-         A mí no me agrada meterme en vidas ajenas, señora águila; pero ese asqueroso animal que vive abajo se pasa el día hozando al pie del árbol y royendo sus raíces. Dice que éste acabará por caer y podrá entonces comerse a vuestros hijitos. Ya estáis prevenida; yo me voy a cuidar de los míos; no quiero perderlos de vista por si los amenaza algún peligro.
Y, efectivamente, se marchó; pero al llegar al suelo, se detuvo un momento para decirle maliciosamente a la cerda:
- Supongo que no os alejaréis de casa, dejando solos a vuestros hijos.
- ¿Por qué no? –contestó la interpelada-. Debo ir a buscar comida para mis pequeñuelos, que ya van siendo creciditos y no pueden alimentarse de leche solamente.
- ¡Usted verá, señora, usted verá! A mi no me gusta meterme en vidas ajenas; pero tengo oído que su vecina de allá arriba se las promete muy felices. Dice que sus aguiluchos tendrán pronto como merienda a vuestros tiernos lechoncitos.
- ¡Qué horror! –exclamó. Y entró a su casa para cuidar de sus pequeñuelos.
De esa manera, dedicadas a vigilarse mutuamente a todas horas, ambas moradoras de la encina no pudieron alimentar a sus hijos, que fueron muriendo uno tras otro.
Eso era, precisamente, el propósito de la chismosa gata que así tuvo abundante comida para sus gatitos, a costa de sus crédulas amigas.

El hijo orgulloso

De un apólogo de León Tolstoi
GERMÁN BERDIALES

El Padre
El Hijo

Decoración: el patio de una casa de campo.

El Padre.- ¿Qué tal? ¿Has descansado bien, muchacho?
El Hijo.- Admirablemente, papá. He dormido toda la noche como no dormí ninguna en el colegio.
El Padre.- Me alegro… porque, siendo así, no tendrás inconveniente en ayudarme a segar, ¿no es eso? ¡Ea!, búscate por ahí un rastrillo y ven, que conviene aprovechar la fresca.
El Hijo.- ¿Un rastrillo?... ¿Has dicho un rastrillo?
El Padre.- Sí, un rastrillo.
El Hijo.- Y, ¿qué es eso?
El Padre.- ¿Quieres burlarte de tu padre?
El Hijo.- ¡No! Es porque, te juro, he olvidado por completo qué es eso que tú llamas rastrillo.
El Padre.- ¿Es posible?
El Hijo.- Sí, papá… Tú sabes que en la ciudad, o por lo menos en el colegio, entre cuyas paredes he pasado el año entero, no hay ocasión de usar, y ni siquiera de ver, más herramientas que las del estudio: lápices, plumas, compases, reglas, tinteros…
El Padre.- Bien hijo, bien… Ahora no tengo tiempo, pero trataré de ayudarte a refrescar  tus conocimientos de las cosas del campo… Entretanto, vé a darle los buenos días a tu madre. Hasta luego.
El Hijo.- Hasta luego, papá… (Al dar unos pasos para retirarse, pisa un rastrillo cuyo mango le da un golpe). ¿Quién habrá sido el imbécil que dejó aquí este rastrillo? (Se muerde los labios y hace un gesto de impaciencia).
El Padre.- ¿Cómo?... ¡Ah! ¿Así que empiezas a recobrar la memoria? Pues te felicito y me felicito, y ahora que has recodado qué cosa es un rastrillo, tómalo y ven conmigo a los surcos, que ya te enseñaré para qué sirve…

(León Tolstoi, famoso novelista ruso (1828-1910), autor entre otras obras de “Ana Karenina”, “Resurrección”, “La Guerra y la paz”.)

Canción de los pájaros de barro

Córdoba Iturburú

Por el sol del sendero
va el niño Dios, descalzo.
Circunda su cabeza
un resplandor dorado.

La prolongada túnica
ondula en pliegues mansos,
y el sigiloso pie
desnuda a cada paso.

Se empina, para verlo
pasar; el trébol cándido.
La hormiga se detiene
junto al escarabajo.

Entre un corro de niños
Jesús se ha arrodillado,
y pájaros de arcilla
modela con sus manos.

Olvidado del mundo,
moldea el niño el barro,
y los pájaros vivos,
se le escapan, volando.

El asombro suspende
su aliento, abre sus párpados.
Los niños palmotean.
Fue éste el primer milagro.

No está escrito en los textos,
pero corre en los labios.

jueves, 29 de marzo de 2012

Edipo y la Esfinge

Cuentan antiguas leyendas griegas que en el camino entre Corinto y Tebas reinaba la más grande desolación.
La Esfinge, terrible monstruo de cabeza y busto de mujer, cuerpo de perro, garras de león, alas de águila y cola de dragón, hacían estragos en los caminos, al arrojarse sobre los caminantes y proponerles raros enigmas o adivinanzas. El más difícil era el siguiente: "¿Qué animal es el que tiene cuatro pies por la mañana, dos al mediodía y tres por la tarde?"
La Esfinge perdería la vida cuando encontrase un hombre que acertase el enigma.
Muchas personas habían perecido en el intento y Tebas gemía de espanto, cuando se presentó Edipo diciendo que él descifraría el enigma.
Hizo la Esfinge la pregunta, y Edipo contestó:
- Ese animal es el hombre. En su niñez -la mañana de su vida- se arrastra a gatas, a cuatro pies; cuando ya es joven y hombre -el mediodía de su vida- anda derecho en sus dos piernas; cuando es viejo -la vejez es la tarde de su vida- tiene que apoyarse para andar, en un bastón, y es como si caminara con tres pies.
Edipo había adivinado y la Esfinge, furiosa, se precipitó al mar.
y Edipo fue rey de la ciudad de Tebas.

Buenas noches, Señora Luna

La luna y la tierra reñían continuamente. Sus riñas comprometían hasta las familias más distinguidas.
- Al fin y al cabo -dijo la Tierra-, tú no eres más que un satélite.
- ¡Satélite! ¡Satélite! Tengo tanto derecho como tú para recorrer todo el espacio.
- No, no, hermosa; tú solamente me acompañas. Giras 29 días a mi alrededor, y nos vas sino adonde yo voy.
- Más, yo giro también alrededor de mi misma...
- Todos los gigantes no son inteligentes, y yo conozco sabios, artistas y literarios que son pequeños, pequeñísimos...
- Gracias por el piropo, mi querida empolvada. Si no estuvieses a 350.000 kilómetros de mi, te habría dado un buen coscacho.
- ¡Sí!, pero tendrías en tu contra a todos los poetas, a todos los hombres que me aman y que miran gentilmente apenas yo me hago visible y derramo en tus mortales tinieblas, mi dulce claridad...
- ¡Lo que derramas es el claror de otro...!
- ¡Cómo!
- Sí, pareces un amanuense.
- Está visto; no cambiarás nunca, vieja Tierra, toda estiércol.
- Tú no eres más que una congelada luna descolorida y pálida.
- ¡Y tú, vana masa de polvo y piedras, llena de agua salada!
- ¡Figura sin cuerpo! ¿Globo sin navecilla! ¡Huevo en el plato! Si ni siquiera sirves de reloj, puesto que has perdido las agujas.
- ¡Pero no he perdido la cabeza como tú!
- ¡Repítelo! ¡Repite es y verás! ¡Qué te voy a mandar un explosivo regalito en uno de mis Sputnik!
- ¡Hola! -grita la tremenda voz del Sol-. ¿Creen que este pedazo de cielo es un campo deportivo? Os someteré a un sumario verbal por perturbaciones nocturnas. ¡Perturban y molestan a todo el mundo! ¡Cállense!
- Está bien, señor -dijo la Luna, palideciéndose.
- ¡Vete al diablo! -dijo la Tierra que, decididamente, estaba de mal humor-. El diablo mismo se sirve de tu fuego para calentar el infierno.