domingo, 10 de febrero de 2019

El rey de los animales

Soy un gran león y uno de los animales más fuertes del mundo. Yo vivía en las selvas de África y cuando daba un rugido, infundía terror a cuantos lo escuchaba. 

Yo cazaba para conseguir alimento para llevar a is pequeñuelos y para comer yo; nunca maté por gusto. Los hombres son los únicos que dan muerte a otros seres por diversión. Las fieras no somos salvajes hasta ese extremo. 

¿Te extraña verme encerrado en esta jaula, siendo yo tan fuerte? Es por que temo a los hombres. Son diestros y crueles. Armaron una trampa y me cogieron. Han hecho estos barrotes que rodean mi estrecha cárcel, contra los que nada puedo. 

He intentado toda clase de esfuerzos para conseguir mi libertad, pero ha sido inútiles. Estoy aburrido y padezco de nostalgia. Me hace falta estar en las llanuras; necesito vez mi faz reflejada en los caudalosos ríos y sentir el suave aire del bosque. 

A veces sueño con mi antiguo hogar, y entonces me olvido de la muchedumbre que me contempla insensible a mi pena: me olvido del olor del aserrín y de la pequeñez de la jaula. Me figuro que estoy otra vez en el campo libre, grandioso y hospitalario. Entonces, salto de alegría, pero mi cabeza choca con los barrotes del techo de mi prisión, y lanzo, desesperado, un rugido de amargura. Niño, cuando me veas así prisionero, compadéceme, pues soy muy desgraciado. 

jueves, 7 de febrero de 2019

Juegos y entretenimiento de palabras

CONCATENACIÓN

En este juego de palabras se va engarzando la última palabra de un verso con la primera o con las primeras del siguiente. 

A Periquito, el aguador,
muerto lo llevan en un cajón.
El cajón era de paja,
muerto lo llevan en una caja.
La caja era de pino,
muerto lo llevan en un pepino.
Y el pepino era mojado,
muerto lo llevan amortajado.

Versos disparatados

Asómate a la vergüenza,
cara de poca ventana,
pásame un traguito de sed
que me estoy muriendo de agua.

Al lado de un hombre
estaba un río parado,
dándole agua a su cuchillo,
y afilando su caballo.

Todos los que se casan
el día jueves
vivirán muchos años
si no se mueren.

Una pulga, saltando,
quebró un ladrillo,
pero un piojo, enojado,
sacó un cuchillo.

Dame un racimo de uvas
de tus higueras.
Cuando yo plante viñas
te daré brevas.

De las aves que vuelan,
me gusta el chancho;
de las frutas silvestres,
las empanadas.

Versos con repetición de palabras. 

A la tuna llaman tuna,
y al tunante, tunador,
y a la mujer del tunante
la llaman tuna mayor.

Tonta tú, tonta tu madre,
tonta tu abuela y tu tía;
¿Cómo quieres que te quiera
si eres de la Tontería?

Tengo un dolor no sé dónde,
nacido de no sé qué;
sanaré... yo no se cuándo;
me curará... no se quién.

Un diablo se cayó al agua;
otro diablo lo sacó;
y otro diablo le decía:
- ¿Cómo diablos se cayó?

TRABALENGUAS

La gallina cenicienta
en el cenicero está,
y el que la desencenice
buen desencenizador será.

Manuel Micho, por capricho,
mecha la carne del macho,
y ayer decía un borracho:
¡mucho macho mecha Micho!

Paco Peco, chico rico,
insultaba como un loco
a su tío Federico;
y éste dijo: poco a poco,
Paco Peco, poco pico.

Me lo han españolizado;
no se quién me lo españolizará.
El que lo desespañolizare,
gran desespañolizare,
gran desespañolizador será.

COMBINACIONES DE NOMBRES Y APELLIDOS

Segundo Alcalde
Gana Carrera
Elba de Carrera
C. Fleta
Caro Amigo
Rayo de Luna
Elisa Banderas
L. Ana Ariz
Noé Hurtado
Pura Parada
P. Herrera
Pío Rea
Caballero Cumplido
Cuesta Caro
Solís Picarte
Vial León
Caldera de Fierro
Luna de Espejo.

miércoles, 6 de febrero de 2019

El último disparo

De Alfonso de Lamartine

Cierto día andaba de caza... Un inocente y feliz cervatillo brincaba de júbilo entre las hierbecillas empapadas de rocío, en la linde del bosque. Yo no divisaba a intervalos, por sobre los tallos de la maleza, irguiendo las orejas, golpeando con los cuernos, olisqueando con los rayos solares, recalentando, el fin, al sol naciente su piel tibia, al mismo tiempo que ramoneaba los tiernos brotecillos, gozoso con su tranquila y segura soledad.

Mi perro lo acechaba, mi fusil estaba listo, tenía al cervatillo a tiro. Una especie de remordimiento por mi intención me hacía vacilar ante la oscura idea de tronchar una vida así, una alegría, una inocencia como esas que alentaban la de ese ser que jamás me había causado daño alguno. Más el hábito instintivo venció a mi naturaleza, que siente repulsión ante el asesinato.

Salió el disparo. El cervatillo se abatió, con la paletilla rota por la bala, retorciéndose vanamente en medio de su dolor, sobre la hierba enrojecida con su sangre. Cuando el humo del disparo se hubo disipado, me aproximé pálido y tembloroso por mi crimen. El encantador, pero infortunado animalillo, no había muerto. con la cabeza reclinada en la hierba me miraba con sus ojos anegados en lágrimas. No podré jamás olvidar esa mirada a la cual el asombro, el dolor, la muerte inesperada, parecían dar profundidades casi humanas de sentimiento. Esa mirada me expresaba claramente, con un reproche desgarrador, mi crueldad gratuita. ¿Quién eres? Jamás te he ofendido. Acaso te hubiera amado... ¿Por qué, entonces, me has herido de muerte?... ¿Por qué me has arrebatado mi porción de cielo, de luz, de aire, de juventud, de alegría?... ¿Qué será de mi madre, de mis hermanos, de mi pareja, de mis pequeñuelos que me aguardan en el cubil y que no volverán a ver sino estos mechones de mi piel esparcida por el disparo, y estas gotas de sangre en la maleza?

He ahí lo que me decía la mirada del cervatillo herido. Yo lo comprendía demasiado bien..., y me acusaba a mí mismo, como si el cervatillo me hubiera hablado. "Termina conmigo", parecía decirme aún la queja dolorida de sus ojos y los inútiles estremecimientos de sus miembros.

Hubiera ansiado curar sus heridas a toda costa; más volví a tomar el fusil, impulsado ahora por la piedad, y, desviando la mirada, puse fin a su agonía con un segundo disparo. Horrorizado, arrojé entonces el fusil lejos de mi, y esta vez, lo confieso, lloré...

Mi propio perro parecía enternecido; no hizo intento de husmear la sangre ni de remover con el hocico el cuerpo inanimado. Se echó a mi lado tristemente... Permanecimos los tres en silencio, como si la misma muerte nos hubiera herido.

Renuncié para siempre a ses brutal placer de asesinar, a esa crueldad despótica del cazador que arrebata sin necesidad, sin derecho, implacablemente, la existencia a seres a los cuales no es posible devolver.

Desde ese día no he vuelto a matar.

domingo, 20 de enero de 2019

La Mujer Que Comía Poco

(Narración folklórica)

Una ve había un matrimonio. el marido era pastor de cabras ajenas y el pobre se iba el lunes para la sierra y no volvía a su casa hasta el sábado por la noche. Estaba delgado, delgado como una caña y su mujer, en cambio, era gorda, gorda como una encina vieja.

Cuando su marido estaba en casa, ella apenas probaba bocado; se quejaba de dolores de estómago y decía que no tenía ganas de comer.

Pero esto dio en extrañarle al marido, y un día se dijo:

"Mi mujer no come y sin embargo está gorda como una abadesa. Aquí debe haber gato encerrado".

"El lunes, en vez de ir al monte, quédate en casa escondido y así podrás descubrir lo que hace tu mujer cuando está sola":

Llegó el lunes y el pastor, cogiendo su cayado y su zurrón, le dijo a su mujer: -Bueno, yo me voy. A ver si el sábado cuando vuelva, te encuentro mejor del estómago. Y mira, aliméntate aunque sea sin ganas, no vaya a ser que te pongas débil por no comer.

Y ella decía, haciéndose que lloraba:

- Pero, hombre, si es que no puedo probar bocado. En cuanto meto algo en el estómago me dan unos dolores que no los puedo soportar. Yo creo que esta gordura mía no es natural.

El Pastor marchó hacia el monte, pero a la mitad del camino confió sus cabras a otro pastor y se volvió a su casa. Entró como una sombra y se escondió detrás del armario de la cocina.


Desde allí vio que su mujer estaba comiendo un pollo con arroz, mientras decía:

Pío, pío
¡si te pillara
mi marido!

Después, a media tarde, se comió una gran tortilla con chorizo y jamón, cantando:

Tortilla, tortada
¡si mi marido 
te pillara!

Cuando vino la noche, salió el pastor de su escondite y dijo:

- ¡Hola, mujer!

Ésta, temblando por el susto recibido, le preguntó:

-¿Cómo diste la vuelta tan pronto?

- Porque en la sierra había mucha niebla y tuve miedo a perder los caminos. Además, llovía y granizaba mucho. 

Ella le dijo, muy cariñosamente:

- Has hecho bien. No sabes cuánto me alegro de verte en casa. Mira, siéntate que te voy a dar la cena. 

Y le puso en la mesa un poco de leche y un trozo de pan duro.

Él, fingiendo también mucho cariño, le dijo:

- Y tú, pobrecita, ¿no vas a cenar nada?

- ¡Quia! -dijo ella- sólo de ver la comida me duele el estómago. Cena tú y acuéstate, que yo con un poco de agua tengo bastante. 

Ella, mientras decía esto, le pasó la mano por los hombros y al ver que no estaba mojado, le preguntó:

- Oye, si tanto llovía y granizaba en la sierra, ¿cómo es que vienes tan secos?

- ¡Bah! -contestó él-, porque me ateché bajo una piedra tan grande como el pan que te engulliste. Y gracias a este sombrerón, que casi es tan grande como la tortilla que merendaste, no me mojó el granizo  que caía tan espeso como el arroz que comiste con el pollo que mataste. 

La mujer, al oír esto, comprendió l que quiso decir su marido y, desde entonces, le dio de comer lo mismo que ella comía.