domingo, 20 de enero de 2019

La Mujer Que Comía Poco

(Narración folklórica)

Una ve había un matrimonio. el marido era pastor de cabras ajenas y el pobre se iba el lunes para la sierra y no volvía a su casa hasta el sábado por la noche. Estaba delgado, delgado como una caña y su mujer, en cambio, era gorda, gorda como una encina vieja.

Cuando su marido estaba en casa, ella apenas probaba bocado; se quejaba de dolores de estómago y decía que no tenía ganas de comer.

Pero esto dio en extrañarle al marido, y un día se dijo:

"Mi mujer no come y sin embargo está gorda como una abadesa. Aquí debe haber gato encerrado".

"El lunes, en vez de ir al monte, quédate en casa escondido y así podrás descubrir lo que hace tu mujer cuando está sola":

Llegó el lunes y el pastor, cogiendo su cayado y su zurrón, le dijo a su mujer: -Bueno, yo me voy. A ver si el sábado cuando vuelva, te encuentro mejor del estómago. Y mira, aliméntate aunque sea sin ganas, no vaya a ser que te pongas débil por no comer.

Y ella decía, haciéndose que lloraba:

- Pero, hombre, si es que no puedo probar bocado. En cuanto meto algo en el estómago me dan unos dolores que no los puedo soportar. Yo creo que esta gordura mía no es natural.

El Pastor marchó hacia el monte, pero a la mitad del camino confió sus cabras a otro pastor y se volvió a su casa. Entró como una sombra y se escondió detrás del armario de la cocina.


Desde allí vio que su mujer estaba comiendo un pollo con arroz, mientras decía:

Pío, pío
¡si te pillara
mi marido!

Después, a media tarde, se comió una gran tortilla con chorizo y jamón, cantando:

Tortilla, tortada
¡si mi marido 
te pillara!

Cuando vino la noche, salió el pastor de su escondite y dijo:

- ¡Hola, mujer!

Ésta, temblando por el susto recibido, le preguntó:

-¿Cómo diste la vuelta tan pronto?

- Porque en la sierra había mucha niebla y tuve miedo a perder los caminos. Además, llovía y granizaba mucho. 

Ella le dijo, muy cariñosamente:

- Has hecho bien. No sabes cuánto me alegro de verte en casa. Mira, siéntate que te voy a dar la cena. 

Y le puso en la mesa un poco de leche y un trozo de pan duro.

Él, fingiendo también mucho cariño, le dijo:

- Y tú, pobrecita, ¿no vas a cenar nada?

- ¡Quia! -dijo ella- sólo de ver la comida me duele el estómago. Cena tú y acuéstate, que yo con un poco de agua tengo bastante. 

Ella, mientras decía esto, le pasó la mano por los hombros y al ver que no estaba mojado, le preguntó:

- Oye, si tanto llovía y granizaba en la sierra, ¿cómo es que vienes tan secos?

- ¡Bah! -contestó él-, porque me ateché bajo una piedra tan grande como el pan que te engulliste. Y gracias a este sombrerón, que casi es tan grande como la tortilla que merendaste, no me mojó el granizo  que caía tan espeso como el arroz que comiste con el pollo que mataste. 

La mujer, al oír esto, comprendió l que quiso decir su marido y, desde entonces, le dio de comer lo mismo que ella comía.