miércoles, 31 de enero de 2018

Primera Junta Nacional de Gobierno

Agustín Gutiérrez

Personajes: 
Mateo de Toro y Zambrano
José Gregorio Argomedo
Gaspar Marín
José Miguel Infante
Fernando Marquéz de la Plata
Juan Martínez de Rozas
Ignacio de la Carrera
Juan Enrique Rosales
Francisco Javier Reina
Dos Españoles

Escena única: En el salón del Consulado, sillas, mesas, bancos, banderas. Los personajes con sus trajes típicos: zapatillas medio taco, medias, pantalón ajustado, corto, chaqué (abrigo con las puntas dobladas sirven para el efecto), espada al cinto y tricornio. Hay grupos sentados y otros de pie; todos expresan alegría con vivas, hurras y cohetes, etc.

Don Mateo.- (Entra, todos se pone de pie, se sientan. Don Mateo se levanta y mostrando las insignias de poder, dice):
- Aquí está el bastón, disponed de él y del mando. (Se dirige a Argomedo):
- ¡Significad al pueblo lo que os tengo prevenido! (Toma asiento).

Argomedo.- (Se levanta con voz fuerte): ¡Señores! ¡Por encargo del Señor Conde, vngo a presentar la renuncia del cargo del Gobernador de Chile, cargo que la Real Audiencia resolvió darle en virtud del rango de Brigadier de los Reales Ejércitos! ¡Pido en nombre del señor Conde que contuniéis siendo fieles vasallos del más adorado monarca Don Fernando! (Aplausos).

José Miguel Infante.- (Habla en representación del Cabildo) - Nosotros hemos sido colonos y nuestras provincias han sido colonias y factorías miserables. España manda todos los años bandadas de empleados que vienen a devorar nuestras subsistencias  a tratarnos con una insolencia y una altanería que no estamos dispuestos a seguir soportando. (Aplausos)

- Estas gentes venidas de España quieren nuestros dineros, quieren nuestros tesoros y quieren, en fin, alimentos para una serpiente que ha devorado nuestras entrañas y que nos devorará mientras esto subsista. (Aplausos).

- ¡Chilenos!, ha llegado el momento en que el déspota que nos oprime sea arrollado por nuestras fuerzas, que hoy se rebelan ante la opresión sin límites (Aplausos). -Nosotros debemos nombrar en este hermoso día de sol de septiembre, una Junta de Gobierno que rija los destinos de nuestro país. (Aplausos).

Un español.- -Señor Secretario, me opongo a que se nombre una Junta Nacional de Gobierno. (Todo interrumpen con gritos).
- A menos que sea ésta transitoria y en nombre del Rey Don Fernando para cuando vuelta a reinar para nosotros (Ruidos sordos y protestas).

Otro español.- Pido la palabra. ¡No acepto! ¡No quiero! (Se levanta una protesta en que se oyen gritos que dicen : ¡Que salga, que se vaya!, ¡que se muera! Los españoles salen para no volver; afuera se oyen gritos y vivas a la Patria).

Todos.- (Se ponen de pie y repiten por cinco veces): ¡Junta queremos!, ¡Junta queremos!, ¡Junta queremos!, ¡Junta queremos!...

José Miguel Infante.- ¡Señores! Tengo el agrado de proponer como Presidente de esta primera Junta Nacional de Gobierno, al conde de la Conquista, don Mateo de Toro Zambrano. (Aplausos).- Como Vicepresidente, al Ilustrísimo Monseñor Obispo de Santiago, don José Santiago Martínez de Aldunate, que está fuera del país (Aplausos).- Como vocales, a don Fernando Marquéz de la Plata. (Hace la venia, los demás aplauden). A don Ignacio de la Carrera (Hace la venia, los demás aplauden). Don Juan Enrique Rosales. (Hace la venia, los demás aplauden). Don Francisco Javier Reina. (Hace la venia, los demás aplauden). y como Secretarios a don Gaspar Marín y a don José Gregorio Argomedo. (Aplausos generales, se queman cohetes y petardos y se viva a Chile).

*Agustín Gutiérrez Córdova: Educacionista y escritor chileno, autor entre obras, de algunas de carácter pedagógico y de teatro infantil, que se caracteriza por su gracia y liviandad.

martes, 30 de enero de 2018

Oración a la Patria en nuestro Día Nacional

¡Oh Patria! que nos legaron nuestros héroes y pensadores y que afianzaron con su labor tenaz nuestros antepasados para asegurarnos los beneficios del progreso y de la libertad, tanto para nosotros, tus hijos, como para los que inspirados en el bien, quieren vivir a la sombra de tu glorioso pabellón.

Te saludamos reverentes este día y orgullosos de pertenecerte, declaramos nuestra fe en tus destinos y en contribución a tus grandezas, juramos cumplir con los deberes de buenos ciudadanos; sacrificar nuestro egoísmo, en bien de la comunidad; edificar los avances del futuro sobre la roca fuerte del pasado; cimentar el orden y la paz dentro de la justicia, ser honrados, fuertes, ilustrados y trabajadores; colaborar en duro y constante esfuerzo al forjamiento del porvenir; practicar la solidaridad social; venerar tu bandera; respetar tus leyes y luchar porque ellas sean siempre el seguro de tu gloria y la garantía de las familias que dignamente habitan en tu suelo.

Doña Primavera (Gabriela Mistral)

Doña Primavera
viste que es primor
de blanco, tal como
limonero en flor.

Lleva por sandalias
unas anchas hojas,
y por caravanas
unas fucsias rojas.

Salid a encontrarla
por esos caminos.
¡Va loca de soles
y loca de trinos!

Doña Primavera,
de aliento fecundo,
se ríe de todas
las penas del mundo...

No cree al que le hable
de las vidas ruines.
¿Cómo va a entenderlas
entre sus jazmines?

De la tierra enferma,
en las hondas grietas,
enciende rosales
de rojas piruetas.

Pone sus encajes,
prende sus verduras,
en la piedra triste
de las sepulturas...

Doña Primavera
de manos gloriosas:
haz que por la vida
derramemos rosas;

Rosas de alegría,
rosas de perdón,
rosas de cariño
y de abnegación.

miércoles, 17 de enero de 2018

Doña Primavera

Gabriela Mistral.

Doña Primavera
viste que es primor
de blanco, tal como
limonero en flor.

Lleva por sandalias
unas anchas hojas,
y por caravanas
unas fucsias rojas.

Salid a encontrarla
por esos caminos.
¡Va loca de soles
y loca de trinos!

Doña Primavera
de aliento fecundo,
se ríe de todas
las penas del mundo...

No cree al que le hable
de las vidas ruines.
¿Cómo va entenderlas
entre sus jazmines?

De la tierra enferma,
en las hondas grietas,
enciende rosales
de rojas piruletas.

Pone sus encajes,
prende sus verduras,
en la piedra triste
de las sepulturas...

Doña Primavera
de manos gloriosas:
haz que por la vida
derramemos rosas;

Rosas de alegría,
rosas de perdón,
rosas de cariño
y de abnegación.

Pedro Urdemales engaña a un rico

Estaba sin trabajo Pedro Urdemales, y como entre los pobres, el que no trabaja no come, el hambre le andaba medio juntando las costillas.

Entonces fue a pedir trabajo donde un ricacho medio "cicaterón", dueño de una gran hacienda, en la que como su mayor orgullo, tenía una hermosa piara de chanchos, gordos y rollizos.

El ricachón lo contrató, precisamente para el cuidado de los chanchos, y le recomendó de modo especial, que no castigara jamás a los animalitos y que, ni de broma, se acercara aun pantano que existía en la hacienda.

- No tenga cuidado, patrón -dijo Pedro-. Los cuidaré como si fueran mis hermanos.

Lo primero que hizo Pedro, una vez solo con los chanchos, fue matar al más gordo de ellos, descuerarlo y hacerse con su carne un rico asado al palo con el cual aplacó su hambre de varios días. Enseguida salió al camino público y procedió a vender los chanchos a unos viajeros que pasaban.

- Demen lo que quieran por ellos -les decía-. Eso sí, tengo que venderlos sin rabo, pues tengo hecha una manda de no vender nunca un chancho con cola.

Los viajeros pagaron "a huevo" cada chancho y se alejaron riéndose del "tontito de la manda".

Pedro se dirigió al pantano y allí enterró en el barro todas las colas de los chanchos. Enseguida corrió, gritando, hacia donde el ricacho.

- ¡Patrón, patrón! ¡Qué desgracia tan grandaza! Los chanchos se metieron toítos al barro.

- ¿No te dije, caramba -exclamó éste, corriendo hacia el pantano- que no te acercaras nunca para esos lados?

Llegó al pantano y, cogiendo la primera cola que alcanzó con su mano, tiró para atrás con todas sus fuerzas. ¡Tamaño porrazo que se pegó!

- Ándate corriendo para las casas -le gritó a Pedro, que llegaba en ese instante- y tráeme unas cuantas palas y un azadón.

- Bueno, patrón -respondió Pedro y "se las emplumó patitas pa' que te quiero".

Ahí quedó el ricacho, esperando.

El ni{o que soñó con el campo

Oscar Martínez Bilbao

Para aprender a soñar,
soñé que estaba soñando...
Yo era un niño de la ciudad
y tú eras un niño del campo.

Los dos viajábamos juntos
sobre un caballo de basto.

Siete sauces dormilones
miraban dormir el pasto,
y las nubes en el cielo
tejían mantas de guasos.

Yo te regalé mi pueblo
y tú me regalaste el campo.

Encima de un cerro alegre
había un violín tocando;
la noche cantaba en él,
para hacer dormir los pájaros.

¡Qué lindas cosas se ven
cuando se viajaba de guaso!

Este sueño que yo tuve,
lo tuve andando en el campo,
y de tanto que soñé,
aprendí a vivir soñando.

El Héroe de la Concepción, Arturo Pérez Canto

(De "Efemérides al Servicio de la Educación", de don Pedro J. Ramírez)

Tenía apenas 16 años, cuando, en un arranque de patriótico entusiasmo, se fugó de su casa, arrojó al mar los libros que ocupaba en sus clases en el liceo y se embarcó furtivamente en el "Matías Cousiño" con dirección al teatro de la contienda.

También él, que apenas se podía el fusil, quería luchar como chileno y morir defendiendo a la patria; quería ser valiente como sus antepasados.

Desembarcó en Arica donde se encontró con su hermano mayor, que era cirujano del ejército invasor, quien quiso devolverlo a su hogar (Valparaíso). Arturo lloró, rogó y convenció.

En Chorrillos peleó como ayudante del coronel Toro Herrera. Éste decía en un parte oficial: "El subteniente Pérez Canto se distinguió por su admirable valor a toda prueba":

"Varonil respuesta del subteniente Pérez". El segundo comandante del "Chacabuco", temiendo por la vida de aquel niño, lo llamó antes de la batalla de Miraflores, y le dijo:

- Subteniente Pérez, usted se quedará el día del combate a cargo del equipaje del cuerpo.

Quedó como petrificado al principio y luego contestó:

- ¡Yo cuando vine a ocupar las filas del ejército, fue, señor, para estar siempre al lado de mi cuerpo, tomando parte así en las acciones en que se hallara, pues considero que sería indigno y ridículo que un oficial, mientras sus compañeros están en medio de la batalla, él, con toda sangre fría, permanezca inerte cuidando que no se roben la manta u otra prenda del soldado...!

- ¡Se olvida, subteniente, con quien habla!, -gritó el comandante-. Parece que ignora usted que la ordenanza manda obedecer sin replicar las órdenes de sus superiores.

Dos lágrimas fueron la única respuesta.

EL jefe le ordenó retirarse, y luego, derramando también lágrimas de reconocimiento, decía a los oficiales que habían presenciado la escena: "Si Chile me diera un regimiento de niños como éste, tendría bastante para batir a todo el ejército peruano".

Y el novel miliciano se batió en Miraflores y vio el clarear de una nueva victoria.


Monólogo de la Luna

Desde que el hombre me conoce, me admira y me alaba. No hay pintor, músico ni artista que haya dejado de inspirarse en mí. Estos últimos me llaman la pálida, la blanca Luna. Mas yo, por honradez, debo de reconocer que si ilumino con mi dulce claridad ciertas noches la Tierra, es porque reflejo con una de mis caras, la luz que el Sol me envía, Y a propósito de mi cara iluminada, he de confesar que, orgullosamente, escondía la otra a los humanos, siempre anhelantes de saber cómo era. Ahora, gracias a la curiosidad y talento de sus científicos, he sido nada menos que fotografiada, mediante un explorador o sputnik, que se entretuvo en girar cual pequeñísimo satélite en torno mío.

No me extrañaría que eros raros intrusillos de la Tierra me visitaran el día menos pensado, porque ya me he dado cuenta - como decía - por esa especie de moscardoncito piteador que me rondó, de que ya han superado la etapa esencial para hacerlo, la de arrancar definitivamente un proyectil de la atracción de su astro. Ahora les queda por enviar a algunos de ellos para que desciendan en una de mis desoladas llanuras y, principalmente, que puedan resolver el problema de la escasez de oxígeno que hay en mí, como asimismo hallar la manera de retornar a la Tierra.

Yo, mientras tanto, sigo guardando mis otros secretos. Acaso no demoren mucho en conocerlos; pero estoy bien segura de que les han de costar harto caros. En todo caso, sigo prefiriendo a sus pintores a sus pintores, pero no a éstos que me pintan cuadrada, como tampoco a esos poetas que dicen que soy verde o , a los que, faltos de imaginación, me comparan con un queso.

Una anécdota de Liszt

Al dar Liszt uno de sus conciertos en la corte de San Petersburgo, antigua capital de Rusia, el zar, durante las ejecuciones del eminente pianista, conversaba animadamente con su compañera. Esto molestó a Liszzt, y viendo que el zar no daba término a la charla, interrumpió enérgicamente la ejecución en el piano, lo que motivó un inesperado silencio.

El zar, intrigado, preguntóla causa del inexplicable silencio, a lo cual Liszt, con una ceremoniosa reverencia, respondió:

- Cuando los príncipes hablan, callan los servidores, Señor...

Los Refranes

Sancho Panza, el gordo y fiel escudero de Don Quijote, era - como saben ustedes - un hombre rústico que acompañó a su amo en la cien locas aventuras que éste, guiado por su noble espíritu de justicia, emprendió por los caminos de España, perdida ya la razón las absurdas leyendas heroicas de fabulosos caballeros, que sin descanso había leído de día y de noche.

Sancho, ciertamente, era un ignorante, tanto que no sabía leer ni menos escribir; pero en cambio, la vida le había enseñado mucha experiencia, que él en todo momento ocasional, dábala a conocer mediante dichos y refranes que sabía por miles. En vano don Quijote le llamó la atención más de una vez por esta manía suya de traerlos a cada instante a flor de labios y expresarlos; pero el buen Sancho, cierto de que ellos eran la expresión de su sabiduría popular, manifestada en forma breve y concisa, no dejaba de decirlos.

Nosotros mismos, en nuestra vida diaria, los pronunciamos, cuando vienen al caso. Así, decimos a un niño a quien se le hace un regalo que, en vez de agradecer, protesta porque éste no fue de mejor calidad; "A caballo regalado, no le mires los dientes"; a una niña que, acostumbrada a levantarse tarde, se queja que no le va bien en sus estudios, podemos decirle: "A quien madruga, Dios le ayuda".

He aquí algunos refranes o proverbios populares, que ojalá puedas, amigo o amiga mía, saber interpretar su intención, como así también la de otros que recuerdes y agregues a esta pequeña lista:

Obras son amores, que no buenas razones.

Quien mucho abarca, poco aprieta.

Del dicho al hecho hay mucho trecho.

A palabras necias, oídos sordos.

Dime con quien andas y te diré quién eres.

Quien mal anda, mal acaba.

Quien mucho habla, mucho yerra.

Por el hilo se saca el ovillo.

La cabra siempre tira al monte.

Dos Héroes

Francisco Valdés Vergara

El cadáver del Capital Prat permaneció sobre la cubierta del Huáscar hasta la terminación del combate. a su lado estaban los cadáveres del Sargento Aldea, del teniente Serrano, y de los marineros que acompañaron a éste en el abordaje. Luego que se hundió la esmeralda, el capitán Grau dio orden de mandar a tierra aquellos sangrientos despojos. Al cumplirse esta orden, se notó que el capitán Prat tenía en el bolsillo de su casaca una cartera con los retratos de su esposa y de sus pequeños hijos.

Arturo Prat fue valiente como ninguno; de ellos dio prueba haciéndose matar por la honra y la gloria de la República. También fue amante, como ninguno, de su familia; jamás apartó de su corazón el recuerdo de la madre, de la esposa y de los hijos que la formaban. En el momento de abordar la nave enemiga, llevaba en la mano derecha la espada que la Patria le había dado para su defensa, y en el pecho llevaba los retratos de los seres queridos a quienes no volvería a ver. El pensamiento de que iba a dejar a su esposa en la viudez y a sus hijos en la orfandad, debió hacerle sentir amarga pesadumbre; pero esto no perturbó la serenidad de su ánimo, ni hizo flaquear la firmeza de su voluntad. Su alma, inflamada en santo amor a la Patria, se desligó con viril esfuerzo de los tiernos lazos que la ataban a la vida terrenal, y se elevó, por el sacrificio, a la inmotalidad gloriosa de los héroes.

El Capitán Grau guardó con respeto la cartera y la espada de Prat; algunos días más tarde envió estos objetos a la viuda del héroe, con una carta en la cual hacía cumplido elogio de su valor. El capitán Grau mereció, por este acto de hidalguía, el Huáscar fue vencido, y su jefe murió, como cumple con un valiente, en el puesto que el deber le señalaba. El Gobierno de Chile ordenó entonces que los restos de Grau fueran sepultados en Mejillones, con los honores propios de su rango militar. Con estos hechos se enseña a los pueblo que, aun en medio de los horrores de la guerra, la humanidad ordena al enemigo vencido y honrar sus virtudes.