Yo cazaba para conseguir alimento para llevar a is pequeñuelos y para comer yo; nunca maté por gusto. Los hombres son los únicos que dan muerte a otros seres por diversión. Las fieras no somos salvajes hasta ese extremo.
¿Te extraña verme encerrado en esta jaula, siendo yo tan fuerte? Es por que temo a los hombres. Son diestros y crueles. Armaron una trampa y me cogieron. Han hecho estos barrotes que rodean mi estrecha cárcel, contra los que nada puedo.
He intentado toda clase de esfuerzos para conseguir mi libertad, pero ha sido inútiles. Estoy aburrido y padezco de nostalgia. Me hace falta estar en las llanuras; necesito vez mi faz reflejada en los caudalosos ríos y sentir el suave aire del bosque.
A veces sueño con mi antiguo hogar, y entonces me olvido de la muchedumbre que me contempla insensible a mi pena: me olvido del olor del aserrín y de la pequeñez de la jaula. Me figuro que estoy otra vez en el campo libre, grandioso y hospitalario. Entonces, salto de alegría, pero mi cabeza choca con los barrotes del techo de mi prisión, y lanzo, desesperado, un rugido de amargura. Niño, cuando me veas así prisionero, compadéceme, pues soy muy desgraciado.
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