domingo, 16 de septiembre de 2012

El Caballero que busca el límite del mundo

- Hace ya muchos, muchos años, cuando yo era tan pequeño como lo sois ahora vosotros -comenzó a decirnos el abuelo-, oí por vez primera lo que ahora voy a contaros. Fue en una noche tan fría y tempestuosa como ésta. Estábamos sentados con el abuelo frente a la chimenea, así como estamos ahora y lo mismo que vosotros, yo también miraba fascinado el fuego. Afuera, un viento desatado hacía gemir las sombras negras y cambiantes de los árboles y chirriar dolorosamente los troncos de nuestra casa que, como tantas veces os he contado, estaba situada en medio de un bosque.

- ¿Habéis pensado alguna vez, niños -continuó diciendo, mientras se acariciaba pensativamente la barba- cuál es el lugar donde queda el fin del mundo?

Recuerdo que no le contestamos nada, que continuamos mirándolo un poco sorprendidos por la pregunta que nos hacía. Nosotros ya sabíamos como lo sabéis vosotros, que estáis leyendo ese relato, que el mundo es como una gran esfera y que, por lo mismo, no tiene principio ni fin.

- Pues bien, niños -continuó el abuelo como si estuviera hablando consigo mismo-, hubo una época, hace y bastante tiempo, durante la llamada Edad Media, en que los hombres creían que la Tierra era plana y que estaba rodeada de inacabables océanos. También creían que esos mares inmensos, plagados de monstruos enormes y horrorosos, terminaban en un espantoso abismo donde sus aguas se desplomaban con el fragor de los truenos.

No sé si por casualidad o por qué, un lejano trueno contestó como un eco a las palabras del abuelo. La lluvia que hasta ese momento se había esperado, se desató con fuerza, y oíamos su golpear contra el techo y las ventanas. Miré a mis hermanitos y adiviné en ellos el mismo medio hacia lo desconocido, lo mismo que estaba sintiendo yo entonces. ¡Y nosotros que sabíamos que estábamos tan seguros frente al fuego y junto al abuelo! El fuego que nos producía calor y el abuelo que nos daba su protección. ¿Por qué habíamos de tener miedo?

- Habéis de saber -continuó el abuelo- que entonces hubo hombres que supieron desafiar su propio terror y que quisieron descubrir por sí mismos aquel lejano lugar en que el mundo terminaba. Pero hubo uno que tuvo más valor que ningún otro. Otro día os contaré cada una de las aventuras que tuvo que emprender, cada de los terrores que sufrió, de los desmayos en que caía para luego levantarse con más coraje y con más ansias de continuar con su empresa. Pero hoy quiero daros únicamente una idea de su gran aventura.

El abuelo se quedó un momento en silencio, como rememorando lo que le había contado sobre aquel héroe; nosotros nosotros también nos quedamos callados, pero nuestro silencio estaba cargado de ansiedad. Sabíamos que no era prudente interrumpirlo, pues volvería a la realidad, al mundo del presente, y hubiésemos tenido que esperar a la noche siguiente para que continuara con su relato que, a lo mejor, no era el mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario