domingo, 12 de agosto de 2012

El Verdadero Robinson Crusoe

Julio Arteaga Herrera

En 1703 partía de Europa hacia los mares de Chile una escuadra de corsarios. Un marino llamado Dampier, que había sido piloto de Davis y lo había acompañado en sus aventuras piratezcas en nuestras costas y en su asalto a La Serena, llegó a su patria relatando tales aventuras en el Pacífico, que sobraron armadores que le ofrecieron una escuadra para volver de nuevo a aquel océano.

Mucha gente de esa que en aquella época estaba en exceso en los puertos, decidida a aventurarse, tanto en un viaje comercial como en uno de guerra, se unió rápidamente a los aventureros que en los días de fines de abril de 1703 se hacían a la mar.

La escuadra no taró en desbandarse. Sublevaciones sucesivas dieron el mando a diversos jefes, los que al fin se separaron entre sí, marchando cada uno con distinto rumbo en su nave. La suerte que corrieron fue también variada. Uno de ellos tuvo que trabarse en combate con naves francesas frente a la isla de Juan Fernández, combate del cual salvó airoso. Otro intentó asaltar el famoso galeón de Manila, que, una vez por año, llevaba todo el oro recogido por los españoles en esa posesión y que era trasladado primero a Panamá y, desde ahí, a la Península.

Ya una vez un pirata había dado aquel golpe afortunado, y apoderóse así de millones de pesetas en oro y  otros valores. Pero en esa ocasión el galeón estaba bien armado y libró de los asaltantes después de una heroica defensa.

Otro de los jefes aventureros saqueó a Panamá. Perseguido por naves españolas, tuvo que abandonar su nave y huir con parte del botín en una embarcación menor, con la cual hizo rumbo a Oceanía. Por fin, en una de las naves que después de muchas aventuras recalaba en Juan Fernández para iniciar otras más audaces, iba como jefe un hombre temido por sus arbitrariedades, llamado Stradling. Y bajo sus órdenes el marinero Alejandro Selkirk, quien, como veremos, se convirtió en el Róbinson Crusoe que inspiró al escritor Defoe la novela que leen desde hace dos siglos todos los niños del mundo.

El marinero Selkirk se dio cuenta de que el camino tomado por Stradling no era el correcto. La idea que él se había formado sobre la expedición era la de comerciar o guerrear, pero no la de convertir la nace corsa en un buque pirata. Los saqueos a las ciudades le repugnaban. Hijo de una honrada familia de Escocia, Alejandro Selkirk se había forjado una vida de sólida moral. De allí que le repugnaba el sentido pitaresco que Stradling había dado a la expedición.

Una vez en Juan Fernández, Selkirk expresó su sentir. Stradling le contestó que, si no estaba de acuerdo, podía quedarse en la isla. Serkirk aceptó su propuesta y, después de recibir alimentos y armas. se quedó solo en la isla, donde construyó su choza junto a una caverna que hoy visitan los turistas.

La vida de Selkirk en la isla está relatada en la novela de Defoe, titulada Róbinson Crusoe, pues el escritor mencionado tomó el argumento para su libro de las memorias que Selkirk publicó en Inglaterra años después que regresó sano y salvo a su patria. Cuatro años y cuatro meses vivió en la isla desierta, haciendo una vida laboriosa, pues en ningún momento se dejó vencer ni por el desconsuelo ni la pereza.

Lo curioso es que la soledad fue menos triste que lo que fue la vida de su jefe y de sus compañeros. El audaz Stradling persistió en sus ataques a naves y puertos. Sus subalternos se amotinaron varias veces. Al fin, vencido por la desesperación y el hambre, el corsario fue a entregarse con su tripulación a un puerto español, desde donde lo enviaron a las prisiones de Lima. Presos, en sucios calabozos. gemían aquellos hombres, mientras Selkirk, el Róbinson Crusoe de Juan Fernández, vivía gozando de la libertad en la que él llamó siempre  "su querida e inolvidable isla".

Sus penas, por lo demás, no fueron eternas. Cuatro años y cuatro meses después de aquel día que decidió quedarse en Juan Fernández, una nave llegó a la isla. Él, como lo cuenta Róbinson Crusoe en la novela, vio aquella nave desde el mirador, o sea, el alto cerro desde el cual se domina ampliamente el mar. Aquel rincón, muy visitado hoy por los turistas, lleva el nombre de Mirador de Selkirk. Quienes venían en aquella nave era los expedicionarios de Rogers y con ellos partió Alejandro Selkirk de regreso a su patria.

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