miércoles, 19 de septiembre de 2012

Sigó, narrador de cuentos

En Somalía, rica región de África oriental, vivía una pequeña familia que se ganaba  la vida fabricando aceite, ungüentos de palmera y vendiendo dátiles a los viajeros. El padre empleaba en estos trabajos a todos sus hijos, y ninguno de ellos se quejaba; por el contrario vivían felices y alegres, pues la tarea era poca las recompensas abundantes. Sin embargo, el menor de los hijos, llamado Sigó, se rebeló desde muy pequeño contra el trabajo. No quería subir a las palmeras en la época de recolección, ni pisar las aceitunas. Tampoco le gustaba acarrear agua, ni lavar las vasijas. Y cuando los mercaderes le pedían que les trajese agua para sus camellos, Sigó corría al río y allí se quedaba horas enteras bañándose, hasta que enviaban a otras personas, o seguían su camino cansados de esperar en vano.

Sin embargo, cierto día se apeó de su camello y entró a descansar en la tienda de la familia de Sigó, un viejo mercader que venía de Abisinia y que había viajado un sinfín de días. Compró aceites, y mientras el mercader dormía la siesta, el padre le dijo al niño:

- Corre al río y trae un balde de agua para el camello de Kinalá. Yo y tus hermanos vamos a enfardar los dátiles: a ti te toca de beber a los camellos, especialmente al de Kinalá, porque es un poco viejo...

Sigó partió con el balde en la mano y fue mirando los animalitos que corrían por entre las ramas de los árboles, y oliendo los enormes malvones de la senda que conducía al río. Cogió frutas en los mangos y comió unos cuantos,, tirando los huesos por el camino. Cuando llegó al río eran ya las dos de la tarde. Había salido a las diez de la mañana. Entonces pensó: "Si no vuelvo ahora mi padre me dará una paliza. Pero si no me baño en el río me moriré de calor. El agua debe estar muy fría y deliciosa...".

Vaciló un instante solamente: luego enseguida se quitó el turbante, las sandalias y las blancas fajas que envolvían su cuerpo.Se zambulló con placer en el agua y siguió nadando, flotando como un verdadero animalito acuático. Transcurridas unas cuatro horas, pensó en regresar, pero mirando la orilla del río vio un pez muy grueso, verde y azul, con ojos amarillos. Calzaba sus sandalias, se había arrollado a la cabeza mojada su turbante y trataba de envolverse con las fajas de algodón. Sigó nadó con fuerza contra la corriente, y al llegar cerca del pez, vio con asombro que tenía una cara muy parecida a la suya: era moreno y lustroso, con unos hilos de pelo en la cabeza. Empezó a reír entonces el pez y le dijo:

- Amigo Sigó, estás metido en una triste aventura... El camello del viejo Kinalá acaba de morir de sed a la puerta de la tienda de tu padre. El viejo te busca con un látigo, y tu padre con una vara de membrillo. O huyes, o te llevas dos palizas.

Entonces Sigó se dijo: "¿Por qué no huir, correr mundos, ver nuevas gentes? ¿Quién me impediría partir para el otro lado del río y seguir en dirección al mar?". Finalmente, más por descargo de conciencia que por necesidad, preguntó:

- ¿Qué me aconsejas?

- Pues partir, claro está -le dijo el pez. Pero añadió- : ¿Sabes qué vas a hacer? ¿Cómo te vas a ganar la vida?

Sigó se quedó sin saber qué contestar. El pez, sin embargo, le dijo enseguida:

- Tengo un trabajo para ti. Es un trabajo fácil y divertido. Serás narrador de historias; pero no tendrás que repetir nunca lo que hayas dicho una vez. Irás a todas partes y te escucharán. Sin embargo, si intentas repetir una historia, estarás perdido. Yo te llevaré de vuelta a casa de tu padre y sufrirás el castigo que mereces.

Sigó saltó de alegría: ¿podría encontrar trabajo más fácil que el de contar cuentos? Inventaría cosas sobre el arco iris, o se limitaría a contar lo que había oído a su padre o a su abuelo...

- ¡Acepto! -contestó al pez-; dame mi ropa.

- Esta ropa no es propia de un peregrino que ha de ir a contar historias en los palacios, en las ferias, en los oasis, en los desiertos; a mozos ricos y a mujeres pobres; a cazadores, mercaderes, tribus guerreras... tendrás que vestir de acuerdo con esta ocupación. Yo prepararé ropa adecuada para ti.

Y Sigó vio como el pez, con sopa puesta, se sumergía en el río, y cómo salía del agua trayendo en morral de cuero. Dentro del morral había de todo: una piel curtida de leopardo, un turbante nuevo, un bastón con rugosos nudos, empolvadas sandalias de caminante, y un manto que servía para protegerlo del frío y del sol. También le entregó algunas provisiones y un alfanje.

Sigó se despidió del pez y partió. Se dirigió a Eritrea, y casi en las márgenes del Océano Índico se detuvo en una feria en la que había de todo; sedas finas, tejidos de algodón teñido a mano, collares de marfil, esteras de paja, frutas, aceites, miel, leche de cabra, perfumes de mirra y de incienso, objetos de ámbar. El niño vestido de peregrino no llamó la atención, pero advirtió que tenía que empezar a ganare la vida que él había elegido. Se sentó en la feria, cogió una caña de bambú, hizo en ella unos agujeros y empezó a tocar una melodía muy triste y aguda. De un cubo de cobre salieron unas víboras y se pusieron a escucharlo. Eran de un mercader, que las traía para exhibirlas en la feria. Cuando el pueblo vio que las víboras escuchaban el son de la flauta de Sigó, empezaron a batir palmas y a preguntarle en dónde había aprendido a encantar serpientes. Sigó puso cara de misterioso y dijo:

- Se muchas cosas más, pero solo explicaré mi secreto si escuchan la historia que les voy a contar y me pagan por ella.

Los mercaderes volvieron a aplaudirle y aceptaron pagar a Sigó si el cuento era bonito.

Todos quedaron encantados con la narración y le pidieron otros y otros. Sigó contó más, y desde ese día su fama corrió de boca en boca. No hubo lugar en África al que no fuera para contar sus cuentos. Lo llevaron a lomo de camello a desiertos blancos, a arenales sin fin. Lo condujeron, en barcas, Nilo arriba. Fue a los oasis más lejanos, llegando hasta Madagascar, para que sus historias fuesen oídas. El morral estaba siempre lleno de oro, y nunca faltaba comida en abundancia. Era feliz. De vez en cuando pensaba: "¡Cuánto hubiera perdido de no seguir el consejo del pez! Aún hoy estaría dando agua a los camellos, subiendo a las palmeras, o pisando aceitunas. No habría conocido el mundo y tampoco me hubiera enriquecido"

Una cosa sin embargo empezaba a preocupar a Sigó. Su imaginación estaba algo cansada, y tenía que hacer grandes esfuerzos para inventar nuevos cuentos. Cada vez que iba a contar alguno, se acordaba de haberlo contado en algún lugar, y le invadía el temor a la advertencia del pez. Sin embargo, se concentraba y empezaba uno nuevo.

Y los años fueron pasando. Sigó ya era un hombre de treinta y tres años, tenía barba y estaba casado, y pedía a sus hijos que recogiesen historias de boca de los mercaderes, pues el cansancio le impedía inventar más.

Hacia el fin del verano, su hijo menor le trajo un cuento muy bonito: "Del cuervo y de los pájaros". Sigó escuchó con atención el hizo memoria para ver su lo conocía. Cuando estuvo seguro de que no lo había contado nunca, aprovechó una feria muy importante que se realizaba en Tobruk para narrarlo.

Al terminar, sintió un escalofrío: en frente de él, vestido con su antigua ropa de niño, sonriendo, estaba el pez verde-azul. En vano quiso Sigó fingir que lo veía; el pez le hizo señas muy significativas con la cabeza, y Sigó no tuvo más remedio que escuchar:

- Aquí tienes tus ropas. Vuelve a tu casa; tu padre te espera con la vara de membrillo y el mercader con el camello muerto. Tienes que pagar por tu holgazanería...

Sigó se despidió de su mujer y de sus hijos. De repente se volvió niño otra vez, vistió sus ropas y llegó a la tienda de su padre. Llevaba un balde de agua. Toda la familia dormía y los camellos de Kinalá estaban echados sobre sus patas esperando beber. Vio entonces que su padre no tenía la vara de membrillo y que Kinalá también dormía sin tener ningún látigo en la mano, apoyó la cabeza en la lona de la tienda y se puso a pensar: "¡Qué hermoso sería si yo pudiese ser el niño que anda corriendo mundo, y contando historias como soñé allá en el río, aunque después tuviese que aguantar las palizas de mi padre!..."

Sigó entró tristemente en la tienda, y habiendo tenido igual que en el sueño, una idea de cómo ganarse la vida en adelante, metió ropas en una alforja y se despidió de todos, diciendo:

- ¡Voy a correr mundo! Dentro de mi cabeza tengo un tesoro que explorar: Seré narrador de cuentos. ¡Adiós!

Y partió para nunca más volver. Esta vez es de verdad; no un sueño, no.

1 comentario:

  1. y que buena esa historia años que no la leia no sabes el gusto que me da leerla otra vez me has hecho volver a mi niñez me gustaria encontrar el libro ese yo lo tenia se me perdio si saben de algo como conseguirlo me avisas saludos cordiales

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