miércoles, 17 de enero de 2018

Monólogo de la Luna

Desde que el hombre me conoce, me admira y me alaba. No hay pintor, músico ni artista que haya dejado de inspirarse en mí. Estos últimos me llaman la pálida, la blanca Luna. Mas yo, por honradez, debo de reconocer que si ilumino con mi dulce claridad ciertas noches la Tierra, es porque reflejo con una de mis caras, la luz que el Sol me envía, Y a propósito de mi cara iluminada, he de confesar que, orgullosamente, escondía la otra a los humanos, siempre anhelantes de saber cómo era. Ahora, gracias a la curiosidad y talento de sus científicos, he sido nada menos que fotografiada, mediante un explorador o sputnik, que se entretuvo en girar cual pequeñísimo satélite en torno mío.

No me extrañaría que eros raros intrusillos de la Tierra me visitaran el día menos pensado, porque ya me he dado cuenta - como decía - por esa especie de moscardoncito piteador que me rondó, de que ya han superado la etapa esencial para hacerlo, la de arrancar definitivamente un proyectil de la atracción de su astro. Ahora les queda por enviar a algunos de ellos para que desciendan en una de mis desoladas llanuras y, principalmente, que puedan resolver el problema de la escasez de oxígeno que hay en mí, como asimismo hallar la manera de retornar a la Tierra.

Yo, mientras tanto, sigo guardando mis otros secretos. Acaso no demoren mucho en conocerlos; pero estoy bien segura de que les han de costar harto caros. En todo caso, sigo prefiriendo a sus pintores a sus pintores, pero no a éstos que me pintan cuadrada, como tampoco a esos poetas que dicen que soy verde o , a los que, faltos de imaginación, me comparan con un queso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario