viernes, 30 de marzo de 2012

La gata chismosa

En principio, cree a tu vecina lo que te cuente, pero cerciórate, por si acaso.

En la rama más alta de una vigorosa encina, vivía un águila con sus aguiluchos, y al pie de la misma, utilizando como morada un gran hueco abierto por el tiempo en su viejo tronco, se había instalado una cerda con sus cochinitos.
Cierta tarde, una gata subió hasta cerca del nido de la primera, y le dijo:
-         A mí no me agrada meterme en vidas ajenas, señora águila; pero ese asqueroso animal que vive abajo se pasa el día hozando al pie del árbol y royendo sus raíces. Dice que éste acabará por caer y podrá entonces comerse a vuestros hijitos. Ya estáis prevenida; yo me voy a cuidar de los míos; no quiero perderlos de vista por si los amenaza algún peligro.
Y, efectivamente, se marchó; pero al llegar al suelo, se detuvo un momento para decirle maliciosamente a la cerda:
- Supongo que no os alejaréis de casa, dejando solos a vuestros hijos.
- ¿Por qué no? –contestó la interpelada-. Debo ir a buscar comida para mis pequeñuelos, que ya van siendo creciditos y no pueden alimentarse de leche solamente.
- ¡Usted verá, señora, usted verá! A mi no me gusta meterme en vidas ajenas; pero tengo oído que su vecina de allá arriba se las promete muy felices. Dice que sus aguiluchos tendrán pronto como merienda a vuestros tiernos lechoncitos.
- ¡Qué horror! –exclamó. Y entró a su casa para cuidar de sus pequeñuelos.
De esa manera, dedicadas a vigilarse mutuamente a todas horas, ambas moradoras de la encina no pudieron alimentar a sus hijos, que fueron muriendo uno tras otro.
Eso era, precisamente, el propósito de la chismosa gata que así tuvo abundante comida para sus gatitos, a costa de sus crédulas amigas.

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