jueves, 29 de marzo de 2012

Buenas noches, Señora Luna

La luna y la tierra reñían continuamente. Sus riñas comprometían hasta las familias más distinguidas.
- Al fin y al cabo -dijo la Tierra-, tú no eres más que un satélite.
- ¡Satélite! ¡Satélite! Tengo tanto derecho como tú para recorrer todo el espacio.
- No, no, hermosa; tú solamente me acompañas. Giras 29 días a mi alrededor, y nos vas sino adonde yo voy.
- Más, yo giro también alrededor de mi misma...
- Todos los gigantes no son inteligentes, y yo conozco sabios, artistas y literarios que son pequeños, pequeñísimos...
- Gracias por el piropo, mi querida empolvada. Si no estuvieses a 350.000 kilómetros de mi, te habría dado un buen coscacho.
- ¡Sí!, pero tendrías en tu contra a todos los poetas, a todos los hombres que me aman y que miran gentilmente apenas yo me hago visible y derramo en tus mortales tinieblas, mi dulce claridad...
- ¡Lo que derramas es el claror de otro...!
- ¡Cómo!
- Sí, pareces un amanuense.
- Está visto; no cambiarás nunca, vieja Tierra, toda estiércol.
- Tú no eres más que una congelada luna descolorida y pálida.
- ¡Y tú, vana masa de polvo y piedras, llena de agua salada!
- ¡Figura sin cuerpo! ¿Globo sin navecilla! ¡Huevo en el plato! Si ni siquiera sirves de reloj, puesto que has perdido las agujas.
- ¡Pero no he perdido la cabeza como tú!
- ¡Repítelo! ¡Repite es y verás! ¡Qué te voy a mandar un explosivo regalito en uno de mis Sputnik!
- ¡Hola! -grita la tremenda voz del Sol-. ¿Creen que este pedazo de cielo es un campo deportivo? Os someteré a un sumario verbal por perturbaciones nocturnas. ¡Perturban y molestan a todo el mundo! ¡Cállense!
- Está bien, señor -dijo la Luna, palideciéndose.
- ¡Vete al diablo! -dijo la Tierra que, decididamente, estaba de mal humor-. El diablo mismo se sirve de tu fuego para calentar el infierno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario