viernes, 30 de marzo de 2012

El hijo orgulloso

De un apólogo de León Tolstoi
GERMÁN BERDIALES

El Padre
El Hijo

Decoración: el patio de una casa de campo.

El Padre.- ¿Qué tal? ¿Has descansado bien, muchacho?
El Hijo.- Admirablemente, papá. He dormido toda la noche como no dormí ninguna en el colegio.
El Padre.- Me alegro… porque, siendo así, no tendrás inconveniente en ayudarme a segar, ¿no es eso? ¡Ea!, búscate por ahí un rastrillo y ven, que conviene aprovechar la fresca.
El Hijo.- ¿Un rastrillo?... ¿Has dicho un rastrillo?
El Padre.- Sí, un rastrillo.
El Hijo.- Y, ¿qué es eso?
El Padre.- ¿Quieres burlarte de tu padre?
El Hijo.- ¡No! Es porque, te juro, he olvidado por completo qué es eso que tú llamas rastrillo.
El Padre.- ¿Es posible?
El Hijo.- Sí, papá… Tú sabes que en la ciudad, o por lo menos en el colegio, entre cuyas paredes he pasado el año entero, no hay ocasión de usar, y ni siquiera de ver, más herramientas que las del estudio: lápices, plumas, compases, reglas, tinteros…
El Padre.- Bien hijo, bien… Ahora no tengo tiempo, pero trataré de ayudarte a refrescar  tus conocimientos de las cosas del campo… Entretanto, vé a darle los buenos días a tu madre. Hasta luego.
El Hijo.- Hasta luego, papá… (Al dar unos pasos para retirarse, pisa un rastrillo cuyo mango le da un golpe). ¿Quién habrá sido el imbécil que dejó aquí este rastrillo? (Se muerde los labios y hace un gesto de impaciencia).
El Padre.- ¿Cómo?... ¡Ah! ¿Así que empiezas a recobrar la memoria? Pues te felicito y me felicito, y ahora que has recodado qué cosa es un rastrillo, tómalo y ven conmigo a los surcos, que ya te enseñaré para qué sirve…

(León Tolstoi, famoso novelista ruso (1828-1910), autor entre otras obras de “Ana Karenina”, “Resurrección”, “La Guerra y la paz”.)

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