viernes, 7 de octubre de 2011

Entre reyes

Alejandro III, Zar de Rusia; el Rey de Grecia y el Príncipe de Gales, salieron un día a Copenhague para realizar una pequeña cacería. Iban a pie, y arrastrados por la afición a la caza, se alejaron tanto, que para volver, tuvieron que recurrir a un labriego que manejaba un carricoche.

El vehículo en que subieron sólo tenía cuatro asientos, contando el que ocupada el cochero, un viejo de barbas blancas. El Zar ocupó un puesto al lado del conductor, y detrás se sentaron el Rey de Grecia y el Príncipe de Gales.

Cuando había ya cubierto buena parte del camino, preguntó el cochero a su ilustre vecino:

-¿Quiénes son esos que van detrás?
-El Príncipe de Gales y el Rey de Grecia.

Se calló el cochero; pero a poco rato, volviéndose hacia su vecino, volvió a preguntar, medio irónico:

-Y usted, ¿quién es?
-¿Yo?, pues, el Emperador de Rusia -respondió su Majestad Alejandro III.

Algo molesto este por tanta curiosidad, miró de frente al cochero y preguntóle a su vez:

-Y usted, ¿quién es, puede saberse, para que pregunte tanto?

-¿Quién? ¿Yo? -exclamó amostazado, el viejo campesino creyéndose víctima de una burla- ¡Yo soy el Emperador de China!

Por fin llegaron al término del viaje, y cuál no sería la sorpresa del campesino al ver que su compañero de viaje le había dicho la verdad. El Zar le hizo adelantar hasta él, y, entregándole cien rublos, le dijo:

-Toma y pon atención en lo sucedido, Yo te he dicho la verdad, pero tú eres un embustero.

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