viernes, 13 de abril de 2012

Nuestros indios

(Del “Grafismo animalista en el hablar del pueblo chileno”, por Oreste Palth”)

El indio araucano, por superposición o sentido mágico, se adornaban con plumas de aves de rapiña, colas de plumas; creía que con estos amuletos adquiría su destreza, su velocidad.
Los moscardones y otros insectos, eran, según ellos, la posible encarnación de los jefes muertos.
Las mujeres, prontas a ser madres, se distanciaban de la ruca e Ibáñez lejos acompañadas de otra. Nacido el niño, la madre se metía en el agua. Entretanto, la compañera mataba un corderito nuevo o, más ordinariamente, una gallina, con cuya sangre rociaba la casucha para que el niño fuera portador de suerte.
Entre los araucanos, el apellido derivaba del tótem del grupo sanguíneo, y era casi siempre el nombre de algún animal, ave, pez u otro ser viviente, o, lo que era más común, de alguna fuerza o aspecto de la naturaleza. Los apellidos más corrientes eran los que, traducidos al castellano, significaban: traro, águila, avestruz, cóndor, culebra, león, etcétera.
El Padre Rosales, comentando este hecho, dice que “los nombres, desde tiempos inmemoriales, significaban animales o cosas, acompañados de la cualidad o acción: marihuán, diez guanacos; nahueltripai, salió el tigre; cachuñameu, aguilucho colorado”, etc. Esta costumbre de aplicar sobre nombres de animales establecía en la antigüedad ciertos parentescos y castas entre los indios, costumbre que ha provenido de los pueblo bárbaros, de creer que los animales, como el tigre, el león, el guanaco, etc., simbolizan un genio bueno que preside a una familia.

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