viernes, 30 de marzo de 2012

La gata chismosa

En principio, cree a tu vecina lo que te cuente, pero cerciórate, por si acaso.

En la rama más alta de una vigorosa encina, vivía un águila con sus aguiluchos, y al pie de la misma, utilizando como morada un gran hueco abierto por el tiempo en su viejo tronco, se había instalado una cerda con sus cochinitos.
Cierta tarde, una gata subió hasta cerca del nido de la primera, y le dijo:
-         A mí no me agrada meterme en vidas ajenas, señora águila; pero ese asqueroso animal que vive abajo se pasa el día hozando al pie del árbol y royendo sus raíces. Dice que éste acabará por caer y podrá entonces comerse a vuestros hijitos. Ya estáis prevenida; yo me voy a cuidar de los míos; no quiero perderlos de vista por si los amenaza algún peligro.
Y, efectivamente, se marchó; pero al llegar al suelo, se detuvo un momento para decirle maliciosamente a la cerda:
- Supongo que no os alejaréis de casa, dejando solos a vuestros hijos.
- ¿Por qué no? –contestó la interpelada-. Debo ir a buscar comida para mis pequeñuelos, que ya van siendo creciditos y no pueden alimentarse de leche solamente.
- ¡Usted verá, señora, usted verá! A mi no me gusta meterme en vidas ajenas; pero tengo oído que su vecina de allá arriba se las promete muy felices. Dice que sus aguiluchos tendrán pronto como merienda a vuestros tiernos lechoncitos.
- ¡Qué horror! –exclamó. Y entró a su casa para cuidar de sus pequeñuelos.
De esa manera, dedicadas a vigilarse mutuamente a todas horas, ambas moradoras de la encina no pudieron alimentar a sus hijos, que fueron muriendo uno tras otro.
Eso era, precisamente, el propósito de la chismosa gata que así tuvo abundante comida para sus gatitos, a costa de sus crédulas amigas.

El hijo orgulloso

De un apólogo de León Tolstoi
GERMÁN BERDIALES

El Padre
El Hijo

Decoración: el patio de una casa de campo.

El Padre.- ¿Qué tal? ¿Has descansado bien, muchacho?
El Hijo.- Admirablemente, papá. He dormido toda la noche como no dormí ninguna en el colegio.
El Padre.- Me alegro… porque, siendo así, no tendrás inconveniente en ayudarme a segar, ¿no es eso? ¡Ea!, búscate por ahí un rastrillo y ven, que conviene aprovechar la fresca.
El Hijo.- ¿Un rastrillo?... ¿Has dicho un rastrillo?
El Padre.- Sí, un rastrillo.
El Hijo.- Y, ¿qué es eso?
El Padre.- ¿Quieres burlarte de tu padre?
El Hijo.- ¡No! Es porque, te juro, he olvidado por completo qué es eso que tú llamas rastrillo.
El Padre.- ¿Es posible?
El Hijo.- Sí, papá… Tú sabes que en la ciudad, o por lo menos en el colegio, entre cuyas paredes he pasado el año entero, no hay ocasión de usar, y ni siquiera de ver, más herramientas que las del estudio: lápices, plumas, compases, reglas, tinteros…
El Padre.- Bien hijo, bien… Ahora no tengo tiempo, pero trataré de ayudarte a refrescar  tus conocimientos de las cosas del campo… Entretanto, vé a darle los buenos días a tu madre. Hasta luego.
El Hijo.- Hasta luego, papá… (Al dar unos pasos para retirarse, pisa un rastrillo cuyo mango le da un golpe). ¿Quién habrá sido el imbécil que dejó aquí este rastrillo? (Se muerde los labios y hace un gesto de impaciencia).
El Padre.- ¿Cómo?... ¡Ah! ¿Así que empiezas a recobrar la memoria? Pues te felicito y me felicito, y ahora que has recodado qué cosa es un rastrillo, tómalo y ven conmigo a los surcos, que ya te enseñaré para qué sirve…

(León Tolstoi, famoso novelista ruso (1828-1910), autor entre otras obras de “Ana Karenina”, “Resurrección”, “La Guerra y la paz”.)

Canción de los pájaros de barro

Córdoba Iturburú

Por el sol del sendero
va el niño Dios, descalzo.
Circunda su cabeza
un resplandor dorado.

La prolongada túnica
ondula en pliegues mansos,
y el sigiloso pie
desnuda a cada paso.

Se empina, para verlo
pasar; el trébol cándido.
La hormiga se detiene
junto al escarabajo.

Entre un corro de niños
Jesús se ha arrodillado,
y pájaros de arcilla
modela con sus manos.

Olvidado del mundo,
moldea el niño el barro,
y los pájaros vivos,
se le escapan, volando.

El asombro suspende
su aliento, abre sus párpados.
Los niños palmotean.
Fue éste el primer milagro.

No está escrito en los textos,
pero corre en los labios.

jueves, 29 de marzo de 2012

Edipo y la Esfinge

Cuentan antiguas leyendas griegas que en el camino entre Corinto y Tebas reinaba la más grande desolación.
La Esfinge, terrible monstruo de cabeza y busto de mujer, cuerpo de perro, garras de león, alas de águila y cola de dragón, hacían estragos en los caminos, al arrojarse sobre los caminantes y proponerles raros enigmas o adivinanzas. El más difícil era el siguiente: "¿Qué animal es el que tiene cuatro pies por la mañana, dos al mediodía y tres por la tarde?"
La Esfinge perdería la vida cuando encontrase un hombre que acertase el enigma.
Muchas personas habían perecido en el intento y Tebas gemía de espanto, cuando se presentó Edipo diciendo que él descifraría el enigma.
Hizo la Esfinge la pregunta, y Edipo contestó:
- Ese animal es el hombre. En su niñez -la mañana de su vida- se arrastra a gatas, a cuatro pies; cuando ya es joven y hombre -el mediodía de su vida- anda derecho en sus dos piernas; cuando es viejo -la vejez es la tarde de su vida- tiene que apoyarse para andar, en un bastón, y es como si caminara con tres pies.
Edipo había adivinado y la Esfinge, furiosa, se precipitó al mar.
y Edipo fue rey de la ciudad de Tebas.

Buenas noches, Señora Luna

La luna y la tierra reñían continuamente. Sus riñas comprometían hasta las familias más distinguidas.
- Al fin y al cabo -dijo la Tierra-, tú no eres más que un satélite.
- ¡Satélite! ¡Satélite! Tengo tanto derecho como tú para recorrer todo el espacio.
- No, no, hermosa; tú solamente me acompañas. Giras 29 días a mi alrededor, y nos vas sino adonde yo voy.
- Más, yo giro también alrededor de mi misma...
- Todos los gigantes no son inteligentes, y yo conozco sabios, artistas y literarios que son pequeños, pequeñísimos...
- Gracias por el piropo, mi querida empolvada. Si no estuvieses a 350.000 kilómetros de mi, te habría dado un buen coscacho.
- ¡Sí!, pero tendrías en tu contra a todos los poetas, a todos los hombres que me aman y que miran gentilmente apenas yo me hago visible y derramo en tus mortales tinieblas, mi dulce claridad...
- ¡Lo que derramas es el claror de otro...!
- ¡Cómo!
- Sí, pareces un amanuense.
- Está visto; no cambiarás nunca, vieja Tierra, toda estiércol.
- Tú no eres más que una congelada luna descolorida y pálida.
- ¡Y tú, vana masa de polvo y piedras, llena de agua salada!
- ¡Figura sin cuerpo! ¿Globo sin navecilla! ¡Huevo en el plato! Si ni siquiera sirves de reloj, puesto que has perdido las agujas.
- ¡Pero no he perdido la cabeza como tú!
- ¡Repítelo! ¡Repite es y verás! ¡Qué te voy a mandar un explosivo regalito en uno de mis Sputnik!
- ¡Hola! -grita la tremenda voz del Sol-. ¿Creen que este pedazo de cielo es un campo deportivo? Os someteré a un sumario verbal por perturbaciones nocturnas. ¡Perturban y molestan a todo el mundo! ¡Cállense!
- Está bien, señor -dijo la Luna, palideciéndose.
- ¡Vete al diablo! -dijo la Tierra que, decididamente, estaba de mal humor-. El diablo mismo se sirve de tu fuego para calentar el infierno.