lunes, 6 de agosto de 2012

El Puhuy

Leyenda maya
Versión de Herminio Almendros

El hombre que anda o cabalga de noche por los caminos de la misteriosa tierra maya, puede esperar que surja del silencio el grito encendido del puhuy.

Y no tardará en oírlo cerca. Ahí está : ¡puhuy!... ¡puhuy!...

El grito se clava en la noche como una saeta. De ahí viene, del camino adelante por donde el viajero ha de pasar. Se oye luego un vuelo que se apaga más lejos, en medio del sendero. Y cuando el hombre se acerca, vuelve a conmoverse el silencio con el grito afilado: ¡puhuy!... ¡puhuy! Y así, anda el viajero, y de nuevo el grito sale al paso, y se repite el mismo salto y el mismo saludo, quizás hasta el alba.

¿Quién es ese misterioso acompañante del hombre que anda o cabalga de noche por los senderos de la tierra maya? ¿Por qué aguarda que el hombre esté cerca para detenerlo con su grito y otra vez se aleja y torna a posarse en el camino para volver a esperar y a desesperar?

Nadie os lo podía explicar si no es uno de estos indios callados y enigmáticos que saben de la historia y del alma de los árboles y de las piedras de las ruinas y de todo ser del cielo y de la tierra maya.

El os dirá la bella leyenda del puhuy, el pájaro inocente y confiado que sale por los caminos a buscar a quien le dé la noticia de aquel que hace muchos, muchos años, se burló de su buena fe y lo engañó sin piedad. Y el pobre puhuy no pierde la esperanza de encontrar al burlador.

El indio maya os dirá que una vez, el Gran Señor que creó todas las cosas y todo ser vivo, quiso que cesaran entre las aves las enemistades y disputas por cuál había de mandar, y trató de darles un rey que las gobernara en paz.

Anunció el Gran Señor a las aves su propósito y las llamó a todas para elegir en un día señalando a la que tuviera mayores méritos. Y todas se alborotaron y se echaron a pensar y a ponderar sus propios merecimientos, teniendo por seguro cada una, que ella sería la elegida.

- Seguramente -dijo el ruiseñor, el ave de más dulces trinos- será elegida la del más bello cantar-. Y confiado y orgulloso, ensayó su melodía desde las altas ramas de la ceiba.

- Seguramente -pensó para adentro el buho- el Gran Señor elegirá la más sabia, y ninguna como yo para la meditación-. Y clavó sus ojos redondos en la noche imaginando reinos.

- Seguramente será elegida la más fuerte -dijo el pavo montés-. Seré yo el llamado a poner orden entre tantos alborotadores-. Y sacudió sus anchas alas, y el empuje troncha la gurda rama que lo sostenía.

- Seguramente, para gobernar bien hay que ver todo el mundo desde gran altura -dijo el zopilote. Y se lanzó al aire en un vuelo altísimo, hasta cruzar las nubes.

- Seguramente el rey tendrá que ser el que grite más fuerte. Hay que dar órdenes de manera que todos las puedan oír. Y yo, yo -dijo la chachalaca - puedo, si quiero, dar un graznido que se oiga hasta en la luna.

- Seguramente seré yo el rey - dijo el cardenal -. Es de reyes el vestir de púrpura y de grana. Mi plumaje es como una llama viva.

- Y así, cada una de las aves se sentía segura de su triunfo.

El pavo real había escuchado lo que las de más aves decían. El aquel tiempo el pavo real no era como es ahora, pues su plumaje era sucio, despeinado y sin gracia. No podía pensar en ser elegido. Su cuerpo era esbelto, pero su trae era feo y miserable. Se dio a meditar el pavo, sin perder la esperanza, y luego vino a acordarse de su amigo el puhuy, que tenía un plumaje vistosísimo.

El pavo fue a ver al puhuy y le dijo:

- Amigo mío, vengo a hablarte de algo muy importante para los dos. El Gran Señor pensará, seguramente, en nombrar rey al ave más bella y más esbelta. Tú eres tienes muy hermosas plumas, pero eres pequeño y te falta arrogancia. Yo, en cambio, tengo un cuerpo de gran presencia, mas mi plumaje es una desdicha. Yo no puedo darte mi cuerpo, pero tú sí que puedes prestarme tus plumas.

El puhuy escuchaba a su amigo.

- Mira -continuó el pavo-, vamos a hacer un trato. Tú me prestas tus plumas hasta que yo sea elegido por el Gran Señor. Cuando yo sera rey te devolveré tus plumas y, aún más, repartiré contigo todas las riquezas y todos los honores de mi cargo.

Lo pensó un momento el pájaro puhuy y volvió a halagarlos el pavo con promesas, hasta que él, bueno y confiado, no tuvo ánimo para negar.

Y así, el puhuy se fue quitando las plumas y se has fue poniendo a su amigo. Y conforme se las ajustaba el pavo a su cuerpo, iban creciendo, creciendo, hasta formarle un manto magnífico con una maravillosa cola de soles de plata y oro.

- Ya verás, amigo puhuy, las riquezas que nos hemos de repartir -dijo el pavo real, radiante de belleza y de orgullo.

El pobre puhuy quedó casi desplumado y tiritando de frío. Y como vio venir por el camino a otras aves que se acercaban, sintió vergüenza y se escondió entre yerbazales, para no ser visto.

Llegó el día de la cita ante el Gran Señor, y acudieron todas las aves muy compuestas y esperanzadas, pero cuando vieron llegar al pavo real con su porte magnífico, todas se quedaron con el pico abierto de asombro y de admiración. El mismo Gran Señor se quedó maravillado y eligió desde luego al pavo como rey y señor de las aves.

Mas el pavo real es desgraciado y soberbio, y desde el momento mismo en que consiguió su deseo, no volvió a acordarse del buen puhuy que le había ayudado con su sacrificio.

Un día las aves encontraron al pobre puhuy escondido entre las yerbas altas, se compadecieron de su desnudez y  acordaron darle cada uno una pluma de su vestido para que él se vistiera. Por eso es por lo que el puhuy tiene las plumas tan variadas. Por eso sigue desde entonces avergonzado de no llevar las suyas. Por eso mismo para que no lo vean así, no sale más que de noche. Y de noche viene saliendo desde entonces, buscando al amigo ingrato que lo engañó, porque, como es bueno, piensa que algún día se dispondrá el pavo real a cumplir su promesa.

El buen puhuy no pierde por completo la esperanza y sale por los caminos, y cuando ve al hombre se le acerca y le grita una y otra vez, preguntándole si ha visto al pavo real...

Esta es la historia que del puhuy cuenta el hombre maya. Y agrega aún esta conclusión que nos habla de la voluntad de justicia de sus dioses.

El Gran Señor no podía dejar sin castigo una tan mala acción. Ya sabrás que el pavo real no canta; pero antes sí que cantaba y con una voz muy armoniosa.

Pero el Gran Señor supo la ruin acción que había cometido, y lo condenó a no cantar más. Desde entonces. cada vez que el pavo real intenta lanzar al viento su canción, no consigue más que dar graznidos chillones y estridentes que hacen reír a las demás aves.

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