jueves, 2 de agosto de 2012

El cuerpo de bomberos

Un terrible y voraz incendio destruyó la Iglesia de la Compañía en Santiago, el 8 de diciembre de 1863, Iglesia que se hallaba situada donde hoy se levanta el Congreso Nacional. Aproximadamente dos mil personas perecieron en tal lamentable catástrofe.

Fue a raíz de esta desgracia, cuando un grupo de ciudadanos, dispuestos a velar por la seguridad futura de nuestra capital, acordaron formar, inspirados por nobles sentimientos de solidaridad social, un Cuerpo de Bomberos Voluntarios, que, desde el 20 de diciembre de ese mismo año, día de su fundación, ha servido hasta el presente el forma digna de los mayores elogios y admiración, ganando así la gratitud no tan solo de la ciudad, sino también de nuestra Patria.

Abrió la lista de los mártires don Germán Tenderini, que pereció en el incendio del Teatro Municipal, de Santiago, y tras de él muchos otros voluntarios han entregado su valiosa vidas por el logro de su ideal.

Cada voluntario desempeña su papel en los actos y servicios y siempre está dispuesto a darse por entero en el cumplimiento de su deber, sin miramientos del peligro.

El noble ejemplo de los bomberos de Santiago ha sido imitado por generosos y esforzados ciudadanos en todas las ciudades y pueblos del país, que, sin retribución económica alguna y, al contrario, con perjuicio de su peculio personal, en forma tan desinteresada a la sociedad, no sólo en caso de incendio, sino también en cualquier desgraciado acontecimiento, como los que ocurren, por ejemplo, a causa de cataclismos. Acaba nuestro país, sobre todas las ciudades y pueblos del sur, de atestiguar la noble abnegación de los bomberos, particularmente los de Puerto Montt, ciudad tan furiosamente azotada por el terremoto de mayo de 1960. Ellos, adelantándose, junto con Carabineros, a toda otra institución organizada, dieron conmovedor ejemplo de heroísmo y sacrificio, pues, pospusieron sus intereses y afectos familiares, para acudir, noche y día, en oportuno socorro moral y material de todos lo que necesitaban angustiosamente de su de su ayuda.

Rubén Darío, el magnífico y brillante poeta nicaragüense, padre del modernismo literario, compuso el siguiente himno a los Bomberos de Chile:

¡Suena alarma, valiente bombero!
Va la bomba una hoguera a vencer.
Ponte el casco y camina ligero
donde vibra el clarín del deber.

¡Marchad!
¡Fuerza! ¡Valor y voluntad!
Oro y sangre semeja la llama
que voraz en el aire se eleva;
sopla el viento que aviva y renueva
del incendio el poder destructor.

Al hogar amenaza la rutina
y el eco de angustia infinito
sobre el ruido fatal se oye un grito
que demanda ¡socorro y favor!

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